El uribismo es en esencia la clientela electoral colombiana del presidente Álvaro Uribe. No hay tal doctrina ni tercer partido o nueva ideología como pretenden los “obdubilados” de palacio. Y ese uribismo de nómina es el que está perplejo ante la nueva realidad teñida de verde por Antanas Mockus y miles de iluminados que aposentan sus jaculatorias en las redes sociales del mundo virtual.
Uribe nunca dudó en trabajar para su tercer periodo. Por eso lisonjeó a sus cercanos lanzándolos de precandidatos para anestesiarles el ego. Así fue con el precoz “uribito”; también con el inefable Juan Manuel; Noemí lo visitó en palacio y de allí la regresó a Europa con la precandidatura en el bolso de mano. A “lleritas” lo humilló debilitándolo en la burocracia por el atrevimiento de haberse precandidatizado sin su consentimiento. Mientras de esta manera ensamblaba la permanencia en el gobierno, el presidente Uribe, no sabía que estaba fraguando su derrota inminente.
La estrategia era elemental: Yo represento la seguridad, el progreso, la confianza inversionista y la derrota del terrorismo. Lo demás son las FARC y el chavismo. La ecuación era impecable salvo porque la agitación en la piel del electorado es impredecible.
Llegó el pronunciamiento de la Corte sobre la constitucionalidad del referendo reeleccionista y todo se vino abajo. El país salió del hechizo, alguien frotó la lámpara y el monstruo fue liberado. Como era impensable un nuevo proceso electoral sin el amo de las encuestas nadie se percató de bosquejar un escenario B. Ahora en el uribismo reina la perplejidad y el desconcierto.
Petro fue el primero en avizorar que la única manera de enfrentar con algún éxito la hegemonía uribista en alianza con la mafia regional de la parapolítica era midiéndosele a copar el centro de la política. Lo definió antes de que Los Verdes se convirtieran en el fenómeno electoral que hoy son, porque éstos aún no se lo creen ni mucho menos lo sospechaban, tanto que Lucho Garzón descartó encabezar la lista al senado por temor al descalabro. Pero en el Polo a Petro no le creyeron y por el contrario lo señalaron de derechista por hacer propuestas por fuera de la ortodoxia de izquierda; en eso se equivocó el maestro Gaviria y el brillante senador Robledo.
Ahora la poderosa maquinaria uribista, fundida en dos periodos presidenciales, sin estrategia alguna da palos de ciego. La otrora poderosa locomotora está siendo sacada de la vía por los mismos rieles, traviesas y durmientes con las cuales hechizó a los colombianos: las encuestas y el sentimiento popular.
Ayer el temor inflado por las FARC dio vida al uribismo, hoy el temor por la continuidad del uribismo da vida a la legalidad democrática. Le gente durante años perdonó la compra-venta de parlamentarios, el “voten por mi mientras los detienen”, la connivencia con los “paras”, las chuzadas, los falsos positivos, el abuso del poder, la feria de cheques asistencialistas por televisión y el dividir el mundo entre buenos y malos. Hasta que esa misma gente se fatigó de tan empalagosa y repetida consigna y apareció la imagen refrescante de los exalcaldes, proponiendo una consigna elemental: construyamos el posuribismo apelando a la ley y al respeto.
Ahora el uribismo trata de remendar los descosidos imprevistos. Cómo unificar todas las variantes de la clientela. Cómo pegar a los conservadores, vargaslleristas, parapolíticos y demás “patriotas” detrás del anodino Juan Manuel. Un candidato que nunca ha ganado una sola elección y que sólo tiene la virtud de utilizar bien el apellido y su olfato oportunista.
Paradojas de la vida. José Obdulio aspiraba a que no solo Colombia sino el mundo le reconociera a Uribe “su obra” instituyendo su legado en cátedra universitaria, pero en cambio, en pocos años, él mismo seguirá siendo el tristemente consejero de palacio primo de Pablo Escobar, mientras que su mentor será recordado no más que como el “Presidente de los paras”. A José Obdulio lo espera la burla, mientras al supremo lo esperan las cortes internacionales.
Mayo de 2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario