sábado, 14 de julio de 2012


       
YoSoy132: liberal o anti-sistema


Lavoznet...14/07/2012

Desde la génesis del movimiento YoSoy132 se ha discutido intensamente en distintos foros, espacios, escenarios, el perfil ideológico, político, y el alcance sociocultural de la aparentemente camaleónica propuesta de la insurrecta juventud mexicana. Y esta perplejidad, si bien legítima, debe despejarse prontamente afín de penetrar en el planteamiento toral del movimiento, que aunque polivalente e indeterminado posee una vitalidad transformadora sin parangón en la historia de este país.
Una vez superado el protagonismo de la vanguardia obrera como sujeto histórico de la revolución (que aquí no se discute la inexorabilidad de su función activa en el cambio social), y el perjudicial esencialismo de la marginalidad (engendro típicamente posmoderno), entramos, acaso accidentadamente, a una etapa civilizatoria en donde las transformaciones sociales de gran alcance se impulsan transversalmente, esto es, a partir de la participación –tercamente incluyente– de múltiples segmentos sociales en la definición de mociones, criterios estatutarios, agendas programáticas y planes de acción, orientados a la conquista de aspiraciones comunes. No sólo en México, también en otras latitudes del planeta, se observan tres ejes vertebrales en la estructura organizativa de los movimientos contemporáneos, a saber: 1) mandos rotativos como base organizacional, priorización de la horizontalidad, negativa categórica a las dirigencias fósiles o a la complexión jerárquica de una organización; 2) la aglutinación de grupos, colectivos, asociaciones, de las más variadas ideologías y/o procedencias incorporados orgánicamente a un movimiento (que no frente común) sin renunciar a sus respectivas posturas e idearios; 3) autonomía frente a poderes fácticos e instituciones gubernamentales, autosuficiencia material e intelectual.
Estos principios teórico-organizacionales que introducen los nuevos movimientos sociales, incluido el YoSoy132, ponen en jaque los presupuestos políticos del liberalismo: el repudio a la política de la representatividad; la superación del concepto rousseauniano de la “voluntad general” y con ello de la versión contractual de la comunidad política; la censura a las economías orientadas al mercado, máxime aquellas sin regulación estatal, y en especial a la vocación irrenunciablemente lucrativa de los procesos productivos; la lúcida invectiva antineoliberal que no pocas veces apunta al anticapitalismo; el señalamiento de los efectos destructivos del capital en las comunidades originarias; la preferencia por la colaboración interhumana en reemplazo de la vulgar competitividad liberaloide.
Heredero o hermano mellizo de las nacientes “primaveras”, el movimiento YoSoy132 está conformado por un mosaico de posturas políticas e ideológicas. Pero mientras algunos creen que en esa gama amorfa de posicionamientos radica su debilidad, tibieza, laxitud o carácter “reformista”, cabe reconocer que en el curso de su resistencia y en la creciente consolidación como agente político de cambio, el YoSoy132 desmiente esta desafortunada suposición, y en cambio convalida su inédita facultad transformadora y el alcance histórico de su lucha. Es precisamente esta cualidad plural, diversa, transversal, lo que da solidez al movimiento, pues la ausencia de una línea normativa o de acción contribuye a evitar fisuras, rupturas o escisiones intestinas. Es una especie de conglomerado sin límites precisados, pero con un vértice en torno al cual se congregan luchas e iniciativas comunes. El disenso consensuado es su fortaleza, no su flaqueza. Por las razones antes mencionadas, el poder a menudo se muestra impotente al pretender desvirtuar o satanizar el movimiento. La reserva ética e intelectual de la juventud en México es acentuadamente superior a la de las autoridades, tanto las visibles como las anónimas (mercado). Esta generación ha quebrantado irreversiblemente la relación mando-obediencia. “¡Ustedes no nos representan!”, profieren en las marchas los jóvenes, o el ya clásico “Esos son, esos son, los que chingan a la nación”.
Pero para ilustrar más puntualmente la naturaleza de este movimiento, véase las propuestas que se discutieron en la reciente asamblea inter-universitaria (espero que la descabellada Ley ACTA aún no esté en vigor): 1) El movimiento no sólo debe ser antineoliberal sino además debe ser anticapitalista; 2) El proyecto histórico del YoSoy132 consiste en generar un plan de lucha de 6 años, no uno que sólo implique el proceso electoral; 3) El interlocutor es la sociedad civil, no las instituciones ni los medios; 4) Vinculación del movimiento con otras luchas; 5) Huelga o paro nacional para la impugnación de las fraudulentas elecciones; 6) Alfabetización política.
En una manta que regularmente escolta las marchas del YoSoy132, se puede leer la siguiente declaratoria identitaria: “No somos ni de izquierda, ni de derecha, somos los de abajo y vamos por los de arriba”.

Fuente: http://lavoznet.blogspot.mx/2012/07/yosoy132-liberal-o-anti-sistema.html

viernes, 13 de julio de 2012


Un gran continente de dolor
Pido perdón a México


Tom Dispatch...13/07/2012

Querido México:Te pido perdón. Hay muchas cosas por las que podría pedir disculpas, desde la forma en que la corporación estadounidense de biotecnología Monsanto ha contaminado tu maíz hasta la forma en que Arizona y Alabama persiguen a tus ciudadanos, pero ahora mismo quisiera pedir perdón por la guerra de las drogas, por los 10.000 velatorios que llegan a las noticias y los otros que desaparecen.
Habéis oído la historia de las cinco cabezas degolladas arrojadas al piso de un club nocturno en Michoacán en 2006, los 300 cuerpos disueltos en ácido por un sirviente de un señor de la droga, los 49 cuerpos mutilados encontrados en bolsas de plástico al borde de la carretera en Monterrey en mayo, los nueve cuerpos colgados de un puente en Nuevo Laredo el mes pasado, los decapitados abandonados en las carreteras, la matanza que ha costado las vidas a decenas de miles de mexicanos en la última década y que ha aterrorizado a toda una nación. He leído sobre ellos y muchos más. Pido perdón, 50.000 veces.
La guerra de las drogas es avivada por muchas cosas, y posiblemente la peor droga de todas sea el dinero, al que muchos son tan adictos que nunca se dan por satisfechos. Es una droga por la que matan, destruyen comunidades y ecologías, incluso sociedades, sea para fabricar drones [aviones sin tripulación, N. del T.], beneficios en Wall Street o masivas ventas de heroína. Y luego están las verdaderas drogas, a las que tantos se vuelven para insensibilizarse.
Existe una variedad de drogas. Sé que la marihuana te convierte sobre todo en un mueble, mientras la heroína te vuelve etéreamente indiferente y te convierte en una especie de reptil, y la cocaína que te saca de quicio por lo fabuloso que eres antes de arrojarte a tu propia inmundicia. Y luego está la metanfetamina, que parece tener el mismo efecto general que la hidrofobia, con la excepción de que sus víctimas la ansían desesperadamente.
Sean cuales sean sus diferencias, esas drogas, utilizadas continuamente, constantemente, destructivamente, son todas anestesias contra el dolor. Los cárteles mexicanos de la droga ansían dinero, pero ganan ese dinero por la forma en que los yanquis al otro lado de la frontera ansían insensibilizarse. Venden la insensibilidad. Nosotros la compramos. Gastamos decenas de miles de millones de dólares al año haciéndolo, y según algunos cálculos entre un tercio y la mitad de ese dinero vuelve a México.
El precio de la insensibilización
No queremos sentir lo que sucede y luego hacemos cosas que hacen que ocurran cosas peores, a nosotros y a otros. También pagamos por ello de un millón de maneras, desde muertes por sobredosis (que ahora superan los accidentes de tránsito y de las que EE.UU. tiene la tasa más elevada del mundo tras la diminuta Islandia, donde las muertes ascendieron a más de 37.000 solo en 2009) a la violencia del narcotráfico en la calle, la violencia de personas debido a esas drogas y la violencia infligida a niños descuidados, abandonados y sometidos a abusos debido a ellas, y eso solo para empezar.
Las cosas que la gente hace por dinero cuando está desesperada por conseguir drogas generan más violencia y más codicia demencial para comprar la próxima dosis. Y el uso de la droga está relacionado con la propagación de VIH y de varios tipos de hepatitis.
Y luego tenemos nuestra fútil “guerra contra las drogas” que ha causado de por sí tanto dolor. Lo hace al encerrar a madres, padres, hermanos, hermanas y niños en largas condenas de cárcel y no ofrecer ningún tratamiento. Lo hace al costar tanto que distorsiona las economías de Estados que tienen inmensas cantidades de delincuentes no violentos en las cárceles y carecen de dinero para la educación o la atención sanitaria. Lo hace al identificar como criminales y parias a los que han estado en el complejo carcelario de la guerra contra las drogas. Siempre ha apuntado del modo más directo a los afroestadounidenses, y tardaría una semana en describir a todas sus víctimas.
Ninguna frontera divide el dolor causado por las drogas del dolor causado en Latinoamérica por el negocio de la droga y los narcotraficantes. Es un gran continente de dolor, y en los últimos años los narcos han comenzado a vender drogas en serio en sus propios países, creando nuevas culturas de adicción y miseria. (Y sí, México, tu extravagante gobierno, militares y policía, todos corruptos, tienen todo que ver actualmente con la guerra contra las drogas, pero archívese bajo codicia, como de costumbre, y es improbable que tu nuevo presidente haga gran cosa al respecto.
Imaginad que la demanda cesara mañana; el lucrativo negocio del suministro también tendría que desaparecer. Muchos hablan de la legalización de las drogas, y mucho habla a favor de cambiar las condiciones económicas. ¿Y si se redujera su uso desarrollando y promoviendo formas más interesantes y productivas de encarar el sufrimiento? O incluso ¿si se atacaran directamente las causas de ese sufrimiento?
Un cierto uso de drogas es, por cierto, puramente recreativo, pero incluso el uso recreativo de las drogas estimula la economía de la matanza. Y luego existen las sobredosis de los famosos y de los anónimos con drogas con receta e ilícitas. Trágico, pero esos cuerpos desmembrados y mutilados que las bandas de la droga depositan por todo México no son solo trágicos, son aterradores.
El Dolor Interno Bruto y la economía de la exportación del dolor
México, mi querido vecino, he estado tratando de imaginar la economía de exportación del dolor. ¿Cómo es? Pienso que debe de ser como el aire acondicionado. Un equipo de aire acondicionado sacando el calor de la habitación y bombeando aire al interior. Se podría decir que los acondicionadores de aire no enfrían realmente las cosas, sino que trasladan el calor. La economía trasnacional de la droga funciona un poco de esa manera: la gente en EE.UU. no reduce la cantidad de dolor en el mundo; lo exporta a México y al resto de Latinoamérica con tanta certeza como esos sitios nos envían drogas.
En economía, hablamos de “costes externalizados”: eso significa el la forma en que vosotros y yo compensamos el verdadero coste de la producción de petróleo con degradación local y global o guerras libradas por cuenta de las corporaciones petroleras. O la manera en que Wal-Mart convierte a sus empleados en indigentes y nosotros pagamos la cuenta de sus cupones alimenticios y atención médica.
En el caso de la economía de las drogas son traumas externalizados. Imagino que se mueven en un inmenso sistema circulatorio, como la Corriente del Golfo, o las antiguas rutas comerciales. Os damos dinero y armas, mucho, mucho dinero. Vosotros nos dais drogas. Las armas destruyen. El dinero destruye. Las drogas destruyen. El dolor migra, una presencia fantasma que cruza la frontera en la otra dirección por los cruces de los que tanto se habla.
Se supone que las drogas insensibilizan a la gente, pero el efecto insensibilizador momentáneo causa mucho dolor en otros sitios. Existe una economía del dolor, una economía sufriente, una economía del miedo, y las drogas las alimentan todas en lugar de lograr que desaparezcan. Hay que pensar en otro PIB, el PID –producto interno del dolor– aunque no sé cómo cuantificarlo.
Una amiga mía que ha vivido en Latinoamérica durante gran parte de la década pasada dice que está horrorizada al ver a gente usando cocaína en fiestas a las que va en este país. Se lo mencioné a una antropóloga que se mostró más fría y sombría al describir las rutas de migración de la cocaína al salir de los Andes y los bebés muertos y mujeres explotadas que había visto por el camino.
Hemos tenido movimientos para lograr que la gente deje de comprar vestimentas y zapatos hechos en maquilas, uvas cosechadas por trabajadores agrícolas explotados, especies de pescados en peligro de extinción, pero nadie ha pensado en iniciar un movimiento semejante para lograr que la gente deje de consumir las drogas que causan tanta destrucción en el extranjero.
Imaginad a gente de clase media llenándose las narices con sangre de campesinos. Imaginad a gente pobre que se inyecta las venas con sangre de otra gente pobre. Imaginadlos a todos fumando la angustia de los niños. E imaginad si lo llamáramos por su nombre.
EE.UU., Nº 1 en dolor
No sé por qué mi país parece producir tanta miseria y tanto deseo de cubrirla bajo una nube de drogas, pero puedo imaginar un millón de razones. Muchos de nosotros nunca hemos acabado echando raíces o adaptándonos a una sociedad que cambia rápidamente ante nuestros ojos. Este país es un lugar en el que mucha gente no tiene sitio, literal o psicológicamente. Cuando no tienes adónde ir con tus problemas, puedes convenientemente irte a la nada, es decir, al limbo de las drogas y al callejón sin dalida que representa.
Pero hay otra cosa que tiene un lugar protagonista en nuestro tipo particular de miseria. Somos una nación de miserables optimistas. Creemos que todo es posible y que si no posees todo, desde un cuerpo perfecto a una abultada riqueza, la culpa es tuya. Cuando la gente sufre en este país –por, digamos, embargos y bancarrotas debidas a la destrucción de nuestra economía por las fuerzas de la codicia– la vergüenza es abrumadora. Parece un fracaso personal, no el fracaso de nuestras instituciones. El uso de drogas para insensibilizarte ante tu vergüenza también impide que saques conclusiones y te opongas a lo que te destruye.
Por lo tanto, cuando eres miserable aquí, eres doblemente miserable: una vez porque efectivamente perdiste tu casa, tu empleo, tus ahorros, tu esposo, tu cuerpo juvenil, y una y otra vez porque no se supone que te guste (y en tercer lugar porque tu sociedad dominante no sugiere ninguna posibilidad de cambiar las circunstancias que produjeron tu miseria o incluso cuán arbitrarias son esas circunstancias). Sospecho que todas esas drogas tienen que ver en particular con la insensibilización ante un profundo sentido estadounidense del fracaso o de expectativas destruidas.
Realmente, cuando se piensa en el aumento del consumo de crack durante la era de Reagan, ¿no fue un corolario preciso de la caída de la oportunidad afroestadounidense y de la desintegración de la red de seguridad social? El gobierno produjo el fracaso y la seguridad y el crack suevizó los resultados (y fue un regalo para el creciente complejo carcelario-industrial). De la misma manera, el uso de drogas que estalló en los años sesenta ayudó a debilitar los movimientos radicales de esa época. Las drogas no son un aguijón para la acción, sino una alternativa amortiguadora. Tal vez todos esos zombis que existen por doquier en la cultura popular actual tratan de decirnos algo al respecto.
Aquí en EE.UU., no hay sitio para la tristeza, pero hay muchas drogas para calmarla, y ahora cuando la gente se siente triste, incluso hay muchos doctores que piensan que debe tomar drogas. Sufrimos muchas pérdidas y experiencias dolorosas y vivimos muchas circunstancias que volverían triste a cualquier persona normal, y luego decimos: la falta fue vuestra y si os sentís tristes o enfermos deben hay que trataros con medicamentos. Por cierto, ahora cada vez más estadounidenses son adictos a medicinas con recetas, y siempre existe la vieja anestesia preferida, el alcohol, pero hay una diferencia: la economía de esas sustancias no causa degollamientos masivos en México.
Caminos a la destrucción y al Palacio de los Muertos
Cuando pienso en las guerras de las drogas y en la cultura de la droga en este país pienso en un joven que conocí hace tiempo. Era gay, de Texas, desconectado de su familia, con talento pero no el suficiente para encontrar un sitio en el mundo para ese talento y para sí mismo. También era admirador del novelista beat y drogadicto intermitente William Burroughs, y en esa línea creía que “el camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría”. Tal vez estaba bien cuando William Blake lo dijo en los años noventa del Siglo XVIII, ya que Blake no fue adicto al crack.
Pero mi amigo tomó de Burroughs –un hombre de familia adinerada y aparentemente de constitución de hierro– la idea de que la perturbación de los sentidos era una gran estrategia creativa.
Todo esto formaba parte de nuestra juventud en una cultura que reforzaba constantemente la creencia en la que las drogas eras cool, aunque en aquel entonces otro escritor beat, el poeta David Meltzer, me dijo que metanfetamina era una forma de posesión demoníaca. El joven fue poseído de esa manera y perdió la razón. Se quedó sin casa y se volvió completamente irracional; se fue a algún sitio del cual no logró volver, y lo pude ver caminando por nuestras calles descalzo y sucio, hablando consigo mismo.
Luego oí que había saltado del puente Golden Gate. Ni siquiera tenía 30 años; era solo un buen muchacho. Podría contar cuatro o cinco historias semejantes sobre gente que conocí y que murió joven por las drogas. La metanfetamina que lo llevó a su camino sin retorno fue probablemente un producto hecho en el interior, pero ahora se producen vastas cantidades en México para nosotros, en Guadalajara se hallaron 15 toneladas este año, suficientes para 13 millones de dosis, por un valor comercial de unos 4.000 millones de dólares.
Cuando pienso en las guerras de las drogas, también pienso en mi visita a Santa Muerte en Ciudad de México en 2007. Un joven amigo que me acompañaba insistió en ir. Era peligroso para extraños como nosotros incluso pasar por Tepito, el barrio del mercado negro y del contrabando, más aún ir al santuario donde hombres impresionantes, sombríos, oraban y se encomendaban a la Niña Blanca, la santa patrona de los narcotraficantes. Rinden culto a la muerte; están en estrecha relación con ella; la tatúan en su carne y allí estaba, una calavera sin carne, rodeada de candelas, regalos, cigarrillos y oro, una diosa azteca comercializada.
Mi compañero quería sacar fotos. Yo quería vivir y logré convencerlo de que esos momentos devocionales no eran adecuados para nuestras cámaras. Cuando llegó el momento de partir, la afectuosa patrocinadora del altar cerró el negocio en el cual vendía velas votivas y medallas, nos tomó a cada uno por un brazo –como si solo el contacto corporal con la guardiana de la muerte pudiera garantizar nuestra seguridad– y nos llevó al metro. Sobrevivimos a ese pequeño momento de contacto directo con la guerra de las drogas. Muchos otros no lo hicieron.
México, lo siento. Quiero que todo esto cambie, por tu bien y el nuestro. Quiero llamar al dolor por su nombre, a la insensibilización por su nombre y al medio por su nombre. Quiero que la gente conecte los puntos de la basura de su cerebro con los agujeros en las cabezas de otros. Quiero que la gente encuentre mejores estrategias para reaccionar ante el dolor y la tristeza. Quiero que se rebele contra esas partes de su desdicha que son políticas, no metafísicas, y que tampoco huya atemorizada ante las partes metafísicas.
Quiero que los narcotraficantes se arrepientan y entreguen sus miles de millones a los pobres. Quiero que se acabe el miedo. Se dice que hace cien años, tu presidente dictatorial Porfirio Díaz dijo: “¡Pobre México! ¡Tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos!”. Hoy podría decirse: “¡México adolorido! ¡Tan lejos de la paz y tan cerca de la insensibilidad de los Estados Unidos!”
Cordialmente,
Rebecca Solnit vivió las guerras del crack de los barrios marginados en los años ochenta y probó la mayoría de las drogas hace mucho tiempo. Colaboradora regular de TomDispatch, es autora de trece libros, incluyendo, hace poco Infinite City: A San Francisco Atlas, que cataloga, entre otras cosas, los 99 asesinatos en su ciudad en 2008, en su mayoría de jóvenes pobres atrapados en los problemas usuales, y la vida de los trabajadores indocumentados en San Francisco.
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Copyright 2012 Rebecca Solnit
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/175566/tomgram%3A_rebecca_solnit%2C_one_big_continent_of_pain/#more

jueves, 12 de julio de 2012


         
El envenenamiento de Arafat


zope.gush-shalom.org...12/07/2012

Para mí no fue ninguna sorpresa. Desde el primer día estuve convencido de que a Yasser Arafat lo envenenó Ariel Sharon. Incluso escribí sobre ello en varias ocasiones.Era una simple conclusión lógica.
En primer lugar, un completo examen médico realizado en el hospital militar francés donde murió no encontró ninguna causa que explicara su repentino colapso y su muerte. No se halló rastro de ninguna enfermedad que supusiera una amenaza para su vida.
Los rumores difundidos por la maquinaria propagandística israelí sobre que Arafat tenía SIDA eran flagrantes mentiras, mera continuación de los rumores que propaló la misma maquinaria afirmando que Arafat era gay. Todo ello no era sino otro episodio de la implacable labor de demonización del líder palestino, que duró décadas.
Cuando no existe una causa evidente de una muerte es que debe existir otra menos obvia.
En segundo lugar, sabemos ya que varios servicios secretos poseen venenos que no dejan rastros rutinariamente detectables. Entre ellos están la CIA, el FSB ruso (sucesor del KGB) y el Mossad.
En tercer lugar, las oportunidades abundaban. Las medidas de seguridad de Arafat eran decididamente laxas. Solía abrazar a perfectos desconocidos que se presentaban como simpatizantes de la causa palestina, y a menudo se sentaba a comer con ellos.
En cuarto lugar, había un montón de gente que tenía el objetivo de matarlo y los medios para hacerlo. La persona más obvia era nuestro primer ministro, Ariel Sharon. En 2004 llegó incluso a decir que Arafat "no tenía póliza de seguro".
Lo que antes era una probabilidad lógica se ha convertido ahora en una certeza.
Un examen de sus pertenencias realizado por encargo de Al Yazira TV y practicado por un instituto científico suizo de gran reputación ha confirmado que Arafat fue envenenado con polonio, una sustancia radiactiva letal imposible de detectar salvo que se la busque expresamente.
Dos años después de la muerte de Arafat el disidente ruso y ex agente del KGB/FSB Alexander Litvinenko fue asesinado en Londres por agentes rusos utilizando ese mismo veneno. Los médicos descubrieron la causa [de su muerte] de forma casual. Tardó tres semanas en morir.
Más cerca de casa, en Ammán, en 1997 el Mossad estuvo a punto de asesinar al líder de Hamas Khaled Mash'al por orden del Primer Ministro Benjamín Netanyahu. El arma utilizada fue un veneno que mata a los pocos días de entrar en contacto con la piel. El asesinato fue una chapuza y la vida de la víctima se salvó cuando, tras un ultimátum del rey Hussein, el Mossad se vio obligado a proporcionar un antídoto a tiempo.
Si la viuda de Arafat, Suha, consigue hacer que se exhume su cadáver del mausoleo de la Mukata en Ramallah, donde se ha convertido en un símbolo nacional, no hay ninguna duda de que el veneno aparecerá en sus restos.
Las deficientes medidas de seguridad de Arafat siempre me sorprendieron. Los primeros ministros israelíes se protegen diez veces mejor.
Se lo reproché en varias ocasiones, pero él se encogía de hombros. En este sentido, era un fatalista. Cuando su avión realizó un aterrizaje de emergencia en el desierto de Libia y él salió milagrosamente ileso mientras que las personas a su alrededor murieron, se convenció de que lo protegía Dios.
(A pesar de ser la cabeza de un movimiento secular con un programa netamente laico, Arafat era un musulmán sunita practicante que oraba a las horas requeridas y no bebía alcohol. No impuso su piedad a sus ayudantes).
Una vez lo entrevistaron en mi presencia en Ramala. Los periodistas le preguntaron si confiaba en ver con sus propios ojos la creación del Estado palestino. Su respuesta: "Tanto yo como Uri Avnery lo veremos con nuestros propios ojos". Estaba muy seguro de ello.
La determinación de Ariel Sharon de matar a Arafat era bien conocida. Ya durante el asedio de Beirut, durante la Primera Guerra del Líbano, no era ningún secreto que había agentes peinando el oeste de Beirut en su búsqueda. Para gran consternación de Sharon, no lo encontraron.
Incluso después de Oslo, cuando Arafat regresó a Palestina, Sharon no cedió. Cuando se convirtió en primer ministro, mis temores por su vida aumentaron. Cuando en el curso de la operación "Muro Defensivo" nuestro ejército atacó Ramallah, los soldados israelíes asaltaron el complejo de Arafat (Mukata es una palabra árabe que significa ‘complejo’) y llegaron a 10 metros de sus habitaciones. Los ví con mis propios ojos.
Dos veces durante aquel asedio de varios meses mis amigos y yo fuimos a la Mukata y permanecimos allí durante varios días como escudos humanos. Cuando a Sharon se le preguntó por qué no mataba a Arafat, respondió que la presencia de los israelíes lo hizo imposible.
Sin embargo, yo creo que eso no era más que un pretexto. Los EEUU se lo prohibieron. Los estadounidenses temían, con razón, que un asesinato abierto provocara un estallido de cólera antiestadounidense a lo largo y ancho del mundo árabe y musulmán. No puedo probarlo, pero estoy seguro de que desde Washington le dijeron a Sharon: "Bajo ninguna circunstancia se le permite matarlo de forma que se pueda remontar la causa de su muerte hasta usted. Si puede hacerlo sin dejar rastro, adelante". (Igual que el Secretario de Estado de EEUU le dijo a Sharon en 1982 que bajo ninguna circunstancia se le permitiría atacar al Líbano, a menos que hubiera una provocación clara e internacionalmente reconocida, la cual se proporcionó inmediatamente).
En una coincidencia extraña, el propio Sharon cayó derribado por un ataque poco después de la muerte de Arafat, y vive en estado de coma desde entonces.
Esta semana, el día que se publicaron las conclusiones de Aljazeera coincidió con el trigésimo aniversario de mi primer encuentro con Arafat, que para él fue la primera reunión que mantenía con un israelí.
Ocurrió en el momento álgido de la batalla de Beirut. Para llegar hasta él tuve que cruzar las líneas de cuatro ejércitos beligerantes: el ejército israelí, la milicia cristiana falangista libanesa, el ejército libanés y las fuerzas de la OLP.
Hablé con Arafat durante dos horas. Allí, en medio de una guerra, con la muerte acechándole a cada instante, hablamos de la paz palestina-israelí, e incluso de una federación de Israel y Palestina, tal vez incluso con Jordania.
La reunión, que fue anunciada por la oficina de Arafat, causó sensación en todo el mundo. Mi relato de aquella conversación se publicó en varios periódicos importantes.
De regreso a casa oí en la radio que cuatro ministros del gabinete estaban exigiendo que se me enjuiciara por traición. El gobierno de Menachem Begin dio órdenes al Procurador General para que abriera una investigación criminal. Sin embargo, al cabo de varias semanas la Fiscalía determinó que no había violado ninguna ley. (La ley se modificó debidamente al poco tiempo.)
En las múltiples reuniones que mantuve con Arafat desde entonces acabé completamente convencido de que era un socio eficaz y confiable para la paz.
Poco a poco comencé a comprender cómo este padre del movimiento de liberación palestino moderno, calificado de archi-terrorista por Israel y EEUU, se convirtió en el líder de los esfuerzos de paz palestinos. A lo largo de la Historia pocas personas han tenido el privilegio de liderar dos revoluciones sucesivas en el transcurso de su vida.
Cuando Arafat comenzó su trabajo Palestina había desaparecido del mapa y de la conciencia mundial. Mediante el uso de la "lucha armada" (alias "terrorismo") consiguió volver a situar a Palestina en la agenda del mundo.
Su cambio de orientación se produjo justo después de la guerra de 1973. Aquella guerra, como se recordará, comenzó con impresionantes victorias árabes y terminó con la derrota de los ejércitos egipcio y sirio. Arafat, que era ingeniero de profesión, llegó a la conclusión lógica: si los árabes no podía ganar un enfrentamiento armado ni siquiera en esas circunstancias ideales, habría que encontrar otros medios.
Su decisión de iniciar negociaciones de paz con Israel iba completamente en contra de la esencia del Movimiento Nacional Palestino, que consideraba a Israel como un invasor extranjero. Le hicieron falta a Arafat un total de 15 años para convencer a su propio pueblo de que aceptara su línea, utilizando para ello toda su astucia, destreza táctica y poder de persuasión. En la reunión de 1988 del Parlamento palestino en el exilio, el Consejo Nacional, su concepto fue adoptado: un Estado palestino al lado de Israel en una porción del país. Este Estado, con su capital en Jerusalén Oriental y sus fronteras trazadas sobre la base de la Línea Verde, ha sido desde entonces la meta fija e inmutable, el legado de Arafat a sus sucesores.
No es casualidad que mis contactos con Arafat, primero indirectamente a través de sus ayudantes y luego directamente, se iniciaran justo en aquella época: 1974. Le ayudé a establecer contacto con los dirigentes israelíes, especialmente con Yitzhak Rabin. Eso condujo al acuerdo de Oslo de 1993, que mataron cuando asesinaron a Rabin.
Cuando le preguntaron si tenía algún amigo israelí, Arafat dijo mi nombre. La razón era su creencia de que yo había arriesgado mi vida cuando fui a verlo en Beirut. Por mi parte, me sentí agradecido por la confianza que depositó en mí cuando me conoció allí en un momento en el que cientos de agentes de Sharon lo estaban buscando.
Pero, más allá de consideraciones personales, Arafat fue un hombre capaz de hacer la paz con Israel, dispuesto a hacerlo, y —lo que es más importante—, capaz de conseguir que su pueblo —incluidos los islamistas— la aceptaran. Eso habría puesto fin a la empresa colonizadora.
Por eso lo envenenaron.


Traducido para Rebelión por LB.

Fuente original: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1341587176/