sábado, 24 de septiembre de 2011

Obama en las Naciones Unidas
La voz arrogante del imperialismo


Global Research...24/09/2011

El presidente Obama pronunció un vacío y arrogante sermón en las Naciones Unidas el miércoles, adornado con perogrulladas sobre la “paz”, con el propósito de ocultar las políticas depredadoras de Washington.

El presidente de EE.UU. recibió una tibia reacción de los jefes de Estado, ministros de exteriores y delegados a la ONU reunidos. Ni una sola línea en su discurso provocó aplausos. La novedad de hace dos años, cuando Obama hizo su primera aparición ante el organismo posando como campeón del multilateralismo en contraste con Bush, se evaporó hace tiempo. Como el mundo llegó a saber muy rápido, el cambio de ocupante de la Casa Blanca hizo poco por cambiar la dirección de la política exterior estadounidense o por limitar la expansión del militarismo de EE.UU

El propósito inmediato del discurso de 47 minutos de Obama fue suplementar una campaña entre bastidores de amenazas e intimidación orientadas a obligar a la Autoridad Palestina a abandonar su plan de buscar una votación en el Consejo de Seguridad de la ONU sobre el reconocimiento de su condición de Estado miembro soberano.

Washington ha prometido vetar cualquier intento de reconocimiento de Palestina como Estado si llega al Consejo de Seguridad, una acción que solo subrayaría el verdadero carácter de la política imperialista de EE.UU. en Medio Oriente y la hipocresía de sus afirmaciones de identificación con los levantamientos revolucionarios de las masas árabes.

El discurso y la defensa por Obama de la amenaza de veto sirvieron para lograr el mismo propósito: disminuir aún más la popularidad del presidente de EE.UU. en el mundo árabe. Según un sondeo reciente, su calificación favorable en la región ha caído de cerca de un 50% cuando llegó al poder a apenas 10%, aún menos que George W. Bush en su segundo período.

Obama se apresuró a ir del podio en la sala de la Asamblea General a una reunión y una presentación conjunta con Benjamin Netanyahu. El primer ministro israelí elogió las observaciones de Obama y dejó claro que los dos trabajan en una estrategia conjunta para forzar al jefe de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, a que abandone la solicitud de reconocimiento del Estado. Se informó el jueves de que hubo esfuerzos por lograr que la delegación haga una petición de reconocimiento enteramente simbólica y acepte postergar cualquier votación hasta después de la reanudación de las negociaciones con Israel mediadas por EE.UU.

Ha habido dos décadas de esas conversaciones que no han llevado a ninguna parte, mientras Israel ha expandido incansablemente los asentamientos sionistas en Cisjordania y Jerusalén ocupados. Desde el inicio de las negociaciones en 1991, la cantidad de colonos es más del doble, mientras Cisjordania ha sido dividida internamente por asentamientos, carreteras de seguridad y puestos de control, así como el muro de seguridad del apartheid que la separa de Israel.

Las observaciones de Obama en el discurso en la ONU representaron aún más acomodo con Israel que con su propuesta de mayo para una reanudación de las conversaciones, que según dijo entonces deberían basarse en las fronteras anteriores a 1967 con “trueques mutuamente acordados”. Esa declaración, que apoyó implícitamente la demanda de Israel de retener los asentamientos existentes, simplemente reiteró la política oficial del gobierno de EE.UU. desde el gobierno de Clinton. No obstante, la simple referencia a las fronteras provocó una tormenta de críticas de Netanyahu, de la derecha isaelí y del Partido Republicano.

En su discurso ante la ONU, Obama no mencionó ni las fronteras de 1967 ni ninguna propuesta de detener la expansión de asentamientos en Cisjordania. En su lugar, presentó la base para propuestas de negociaciones como: “Los israelíes deben saber que cualquier acuerdo provee garantías para su seguridad. Los palestinos merecen conocer la base territorial de su Estado.” Como dejaron claro las demás observaciones del presidente, ambas condiciones deben ser dictadas por Israel.

Mientras, según las informaciones, los funcionarios estadounidenses amenazan entre bastidores a la Autoridad Palestina con la detención de toda ayuda de EE.UU. si sigue adelante con la solicitud de reconocimiento, en su discurso Obama describió el recurso a la ONU como un “atajo” que no lograría nada.

Descartando el papel de la institución a la que había elogiado retóricamente al comienzo de sus observaciones, Obama dijo: “La paz no llegará a través de declaraciones y resoluciones de la ONU, si fuera tan fácil, ya se habría logrado”. Por cierto, numerosas resoluciones de la ONU sobre los sufrimientos de los palestinos han sido repudiadas e ignoradas tanto por Israel como por Washington. EE.UU. ha utilizado su veto en el Consejo de Seguridad para evitar muchas más.

Respondiendo evidentemente a las críticas derechistas de candidatos presidenciales republicanos, quienes lo han denunciado por “lanzar a Israel bajo el autobús” con su observación sobre las fronteras de 1967 en mayo pasado, Obama hizo todo lo posible para descartar los agravios históricos sufridos por el pueblo palestino y se identificó incondicionalmente con Israel.

Sobre los palestinos, solo dijo que merecen “un Estado soberano propio” y que “han visto que esa visión ha sido retardada durante demasiado tiempo”.

Eso fue seguido por una declaración de que “el compromiso de EE.UU. con la seguridad de Israel es inconmovible, y nuestra amistad con Israel es profunda y duradera”. Continuó con su descripción de Israel como país “rodeado de vecinos que han librado varias guerras contra él", cuyos “ciudadanos han muerto por cohetes disparados contra sus casas y atacantes suicidas contra sus autobuses”. Se refirió a Israel como un “país pequeño” en un mundo “en el cual algunos dirigentes de naciones mucho más grandes amenazan con borrarlo del mapa”. Y terminó invocando el Holocausto.

“Estos hechos no pueden negarse”, dijo. Nadie podría llegar a adivinar de esta selección de “hechos” que unos 4 millones de palestinos viven bajo la opresión y la constante violencia de la ocupación israelí, y que otros 5 millones son refugiados, expulsados de su patria.

Tampoco, en realidad, se podría tener la menor idea de las constantes guerras que “el pequeño Israel”, con sus fronteras elásticas, ha librado contra sus vecinos. Entre las más recientes están la guerra de 2006 contra el Líbano, que causó la muerte de 1.200 civiles y la destrucción de gran parte de la infraestructura de ese país, y la “Operación Plomo Fundido” de 2008 contra Gaza, que costó la vida a casi 1.500 palestinos, en comparación con 13 israelíes.

Con un tono de exasperación, Obama reconoció que “para muchos en esta sala”, el problema palestino es un tema que “sirve de test” de las afirmaciones de Washington de ser un campeón de los derechos humanos y la democracia.

En realidad, sin embargo, el resto del discurso resultó igual de revelador en cuanto a la hipocresía y los intereses imperialistas que impregnan las políticas de Washington en todo el mundo.

La premisa presentada al principio del discurso de Obama fue que el gobierno de EE.UU. está empeñado en “la búsqueda de la paz en un mundo imperfecto”. El discurso incluyó un manido refrán, repetido tres veces: “la paz es difícil”.

Elaborando sobre este tema, Obama se refirió a las retiradas parciales de soldados de la guerra y ocupación de ocho años y medio de duración en Iraq, y la guerra de una década en Afganistán. Alardeó de que para finales del año, solo 90.000 soldados estarán desplegados en esas guerras.

El objetivo de Washington, dijo es forjar una “cooperación de iguales” con Iraq “fortalecida por nuestro apoyo para Iraq, para su gobierno y sus fuerzas de seguridad”, y una “cooperación duradera” con “el pueblo de Afganistán”. Afirmó que esos cambios demuestran que “la marea de la guerra se retira”.

La retórica sobre “cooperación”, sin embargo, se refiere a los planes aplicados por la Casa Blanca y el Pentágono para mantener tropas estadounidenses, agentes de la CIA y bases de EE.UU. en ambos países, mucho más allá de las fechas fijadas para la retirada de EE.UU. El imperialismo estadounidense está determinado a seguir persiguiendo los objetivos que subyacieron en las guerras desde el comienzo: control hegemónico sobre las reservas estratégicas de energía en la Cuenca del Caspio y el Golfo Pérsico.

Obama procedió a continuación a ensalzar la “Primavera Árabe”, y declaró: “Hace un año las esperanzas del pueblo de Túnez fueron reprimidas… Hace un año, Egipto había conocido a un presidente durante casi treinta años”.

Sobra decir que el presidente estadounidense no hizo ninguna referencia a qué apoyo mantuvo durante tanto tiempo en el poder a los dictadores Ben Ali y Mubarak, ni a los actuales intentos de Washington de rescatar a los regímenes que dirigieron, y de reprimir los movimientos de masas populares que impusieron su derrocamiento.

De ahí, pasó a elogiar la guerra de la OTAN en Libia, declarando que, al autorizar esa intervención imperialista, “las Naciones Unidas estuvieron a la altura de su Carta”.

En realidad, la guerra representó una violación fundamental de la doctrina de esa Carta, que proclama la “igualdad soberana” de todos los Estados miembros, exige que todas las disputas se solucionen de manera pacífica e insiste en que los Estados miembros “se abstengan en sus relaciones internacionales de la amenaza del uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado”.

En el caso de Libia, EE.UU. y sus aliados de la OTAN se las agenciaron, proclamando la amenaza de una inminente masacre en Bengasi, para obtener una resolución autorizando “todas las medidas necesarias” para proteger a los civiles. Utilizaron esa resolución como cobertura de una guerra de cambio de régimen. Las potencias de la OTAN realizaron miles de ataques aéreos y enviaron soldados de las fuerzas especiales para organizar, entrenar y armar a una fuerza “rebelde” para una guerra que ha costado la vida a decenas de miles de libios. El objetivo de esta guerra, como las de Afganistán e Iraq anteriormente, es la dominación de las reservas estratégicas de energía, así como insertar el poder militar occidental en medio de una región que enfrenta la agitación revolucionaria.

“Así debe funcionar la comunidad internacional”, declaró Obama en relación con la operación libia, lo que trae a la memoria la descripción de Lenin de la Liga de Naciones, predecesora de la ONU, como “cocina de ladrones”.

Hablando de tareas inacabadas y potenciales intervenciones imperialistas futuras, Obama condenó a Irán por no “reconocer los derechos de su propio pueblo” y llamó a que la ONU imponga nuevas sanciones contra Siria. “¿Estaremos junto al pueblo sirio, o con sus opresores?”, preguntó.

Ante los sangrientos eventos de Yemen, donde han masacrado a más de 100 civiles en los últimos tres días, Obama no pudo ignorar por completo los levantamientos contra regímenes respaldados por EE.UU. en la región. En Yemen, sin embargo, no hubo llamado alguno a oponerse a los opresores, solo un llamado a “buscar un camino que permita una transición pacífica”.

Aún más tibia fue su referencia a Bahréin, la base de la 5ª Flota de EE.UU. Declaró que “EE.UU. es un cercano amigo de Bahréin”. Respecto a ese país, donde miles han sido asesinados, torturados, encarcelados, golpeados y despedidos de sus empleos por pedir derechos democráticos, propuso solo un “diálogo significativo”, mientras justificaba la represión sugiriendo que los bahreiníes enfrentan “fuerzas sectarias que los desgarrarían”.

El resto del discurso consistió de un recitado vacío y poco convincente de las usuales perogrulladas. Incluyeron la eliminación de las armas nucleares, respecto a las cuales Washington, sentado sobre el mayor arsenal nuclear del mundo y único Estado que ha utilizado armas semejantes, sermoneó a Corea del Norte e Irán. Arremetió contra la pobreza y la enfermedad e insistió en la necesidad “de no postergar la acción exigida por el cambio climático”. Agregó llamados por los derechos de las mujeres así como de los gays y las lesbianas.

Sobre el tema decisivo que enfrentan millones de trabajadores en EE.UU. y en todo el globo, Obama reconoció que “la recuperación económica es frágil”, que “demasiada gente carece de trabajo” y que “demasiados tienen dificultades para subsistir”. Refiriéndose al multibillonario rescate de los bancos, alardeó: “Actuamos en conjunto para evitar una depresión en 2009” e insistió en que “Una vez más debemos tomar una acción urgente y coordinada”.

Pero como en todos los demás temas incluidos en su discurso, el presidente estadounidense no tuvo ninguna propuesta de “acción coordinada”, de ningún programa o política. En última instancia, la retórica vacía de Obama es una expresión directa de la profunda crisis que afecta al capitalismo estadounidense y a su elite financiera gobernante mientras enfrenta el colapso económico y la amenaza de agitación revolucionaria.

© Copyright Bill Van Auken, World Socialist Web Site, 2011

World Socialist Web Site

Bill Van Auken es un político y activista estadounidense del SEP (Socialist Equality Party), de tendencia trotskista. Fue candidato a las elecciones presidenciales estadounidenses de 2004.

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

viernes, 23 de septiembre de 2011

La verdad sobre la "guerra de clases" en EE.UU.


The Guardian/ICH...23/09/2011

Republicanos y conservadores siempre se oponen a propuestas de aumentar impuestos a las corporaciones y a individuos ricos con dos afirmaciones básicas: Primero, semejantes propuestas equivalen a una “guerra de clases” anti-‘americana’, que enfrenta a la clase trabajadora a las corporaciones y los ricos. Segundo, semejante actuación extraería dinero para el gobierno que de otra manera se invertiría en producción y por lo tanto crearía empleo.

Ni la lógica ni la evidencia apoyan una u otra afirmación. La acusación de guerra de clases es particularmente burda. Basta con considerar los siguientes dos hechos: Primero, a finales de la segunda guerra mundial, por cada dólar obtenido por Washington de impuestos a individuos, obtenía 1,50 dólares en impuestos sobre beneficios empresariales. Actualmente, esa ratio es muy diferente: por cada dólar que Washington obtiene en impuestos a individuos, recibe 25 centavos en impuestos a los negocios. En breve, el último medio siglo ha visto una transferencia masiva del peso de la tributación federal de las empresas a los individuos.

Segundo, durante esos 50 años, el cambio real que ocurrió fue lo contrario del mucho más modesto cambio de dirección propuesto esta semana por el presidente Obama; durante el mismo período, la tasa federal sobre la renta de los individuos más acaudalados cayó de un 91% al actual 35%. No obstante, republicanos y conservadores utilizan el término “guerra de clases” para lo que propone Obama, y nunca para lo que las últimas dos décadas han significado en la transferencia del peso de los impuestos de los ricos y las corporaciones a la clase trabajadora.

La estructura tributaria impuesta por Washington a EE.UU. durante el último medio siglo representa una masiva doble transferencia del peso de la tributación: de las corporaciones a los individuos y de los individuos más ricos a todos los demás. Si el debate nacional quiere seriamente utilizar un término como “guerra de clases” para describir las políticas tributarias de Washington, la realidad es que los que han ganado en la guerra de clases han sido las corporaciones y los ricos. Los perdedores –el resto de nosotros– quieren ahora reducir modestamente sus pérdidas mediante pequeños aumentos de impuestos a los superricos (pero no, o todavía no, a las corporaciones).

Referirse a este esfuerzo como si hubiera introducido repentinamente la guerra de clases en la política de EE.UU. es deshonesto o se basa en la ignorancia de lo que han sido realmente las políticas tributarias federales. O tal vez, para los conservadores, es una mezcla conveniente de ambos factores.

Gran parte del mismo análisis se aplica a las afirmaciones republicanas de que los gravámenes a las corporaciones y a la gente acaudalada saca dinero que de otra manera se habría invertido en el crecimiento de los negocios y por lo tanto en la creación de empleo. No se distribuye a nadie más y por lo tanto tampoco se gasta en bienes de consumo. Gravar una porción de ese dinero para financiar el estímulo de la economía por parte de Washington gastando ese dinero –o aún mejor, para contratar y remunerar a los desocupados– sería un medio mucho más efectivo de proveer puestos de trabajo que dejándolo acumulado en los cofres de las corporaciones.

El mes pasado, Warren Buffett molestó a muchos de sus “amigos mega-ricos” con lo que declaró categóricamente en un artículo de opinión en elNew York Times. Dejó claro que nunca ha encontrado a ningún inversionista serio que decidiera invertir o no básándose en las tasas de los impuestos. Siempre fue la perspectiva de beneficios la que representaba la diferencia. Luego instó a los estadounidenses a aumentar los impuestos a los ricos como él. También dio a entender –sin mucha sutileza– que comenzaba a ser políticamente peligroso para la supervivencia de todo el sistema económico seguir teniendo una minoría de gente extremadamente rica que paga impuestos federales a tasas más bajas que la mayoría de ingresos medianos y bajos.

La ironía final de habladurías sobre la guerra de clases es la siguiente: las voces republicanas y conservadoras que se oponen a todos los aumentos de impuestos a los ricos provocan al hacerlo una renovación de la conciencia de clases en EE.UU., como insinuó Buffett y advirtió de modo más explícito la semana pasada el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg. Entonces, Washington podría aprender lo que significa realmente la guerra de clases.

Richard D Wolff es profesor emérito de economía de la Universidad de Massachusetts, Amherst, donde enseñó economía de 1973 a 2008. Actualmente es profesor visitante en el programa de posgrado de asuntos internacional de la Universidad New School, New York City. Richard también da clases regularmente en el Foro Brecht, en Manhattan. Su libro más reciente es: Capitalism Hits the Fan: The Global Economic Meltdown and What to Do About It (2009). Un archivo completo de la obra de Richard, incluidos vídeos y podcasts, se encuentra en su sitio web.

© 2011 Guardian News and Media Limited

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

jueves, 22 de septiembre de 2011


Declaración de Independencia de Palestina
Carta del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, al Secretario General de las Naciones Unidas



Miraflores, 17 de septiembre de 2011

Su Excelencia

Ban Ki-Moon

Secretario General

Organización de las Naciones Unidas

Señor Secretario General:

Distinguidos representantes de los pueblos del mundo:

Dirijo estas palabras a la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, a este gran foro donde están representados todos los pueblos de la tierra, para ratificar, en este día y en este escenario, el total apoyo de Venezuela al reconocimiento del Estado palestino: al derecho de Palestina a convertirse en un país libre, soberano e independiente. Se trata de un acto de justicia histórico con un pueblo que lleva en sí, desde siempre, todo el dolor y el sufrimiento del mundo.

El gran filósofo francés Gilles Deleuze, en su memorable escrito La grandeza de Arafat, dice con el acento de la verdad: La causa palestina es ante todo el conjunto de injusticias que este pueblo ha padecido y sigue padeciendo. Y también es, me atrevo agregar, una permanente e indoblegable voluntad de resistencia que ya está inscrita en la memoria heroica de la condición humana. Voluntad de resistencia que nace del más profundo amor por la tierra. Mahmud Darwish, voz infinita de la Palestina posible, nos habla desde el sentimiento y la conciencia de este amor: "No necesitamos el recuerdo/ porque en nosotros está el Monte Carmelo/ y en nuestros párpados está la hierba de Galilea./ No digas: ¡si corriésemos hacia mi país como el río!/ ¡No lo digas!/ Porque estamos en la carne de nuestro país/ y él está en nosotros".

Contra quienes sostienen falazmente que lo ocurrido al pueblo palestino no es un genocidio, el mismo Deleuze sostiene con implacable lucidez: "En todos los casos se trata de hacer como si el pueblo palestino no solamente no debiera existir, sino que no hubiera existido nunca. Es, cómo decirlo, el grado cero del genocidio: decretar que un pueblo no existe; negarle el derecho a la existencia".

A propósito, cuánta razón tiene el gran escritor español Juan Goytisolo cuando señala contundentemente: "La promesa bíblica de la tierra de Judea y Samaria a las tribus de Israel no es un contrato de propiedad avalado ante notario que autoriza a desahuciar de su suelo a quienes nacieron y viven en él. Por eso mismo, la resolución del conflicto del Medio Oriente pasa, necesariamente, por hacerle justicia al pueblo palestino; éste es el único camino para conquistar la paz".

Duele e indigna que quienes padecieron uno de los peores genocidios de la historia se hayan convertido en verdugos del pueblo palestino: duele e indigna que la herencia del Holocausto sea la Nakba. E indigna, a secas, que el sionismo siga haciendo uso del chantaje del antisemitismo contra quienes se oponen a sus atropellos y a sus crímenes. Israel ha instrumentalizado e instrumentaliza, con descaro y vileza, la memoria de las víctimas. Y lo hace para actuar, con total impunidad, contra Palestina. De paso, no es ocioso precisar que el antisemitismo es una miseria occidental, europea, de la que no participan los árabes. No olvidemos, además, que es el pueblo semita palestino el que padece la limpieza étnica practicada por el Estado colonialista israelí.

Quiero que se me entienda: una cosa es rechazar al antisemitismo, y otra muy diferente aceptar pasivamente que la barbarie sionista le imponga un régimen de apartheid al pueblo palestino. Desde un punto de vista ético, quien rechaza lo primero tiene que condenar lo segundo.

Una digresión necesaria: es francamente abusivo confundir sionismo con judaísmo; no pocas voces intelectuales judías, como las de Albert Einstein y Erich Fromm, se han encargado de recordárnoslo a través del tiempo. Y, hoy por hoy, es cada vez más numerosa la ciudadanía consciente que, en el propio Israel, se opone abiertamente al sionismo y a sus prácticas terroristas y criminales.

Hay que decirlo con todas sus letras: el sionismo, como visión del mundo, es absolutamente racista. Estas palabras de Golda Meir, en su aterrador cinismo, son prueba fehaciente de ello: "¿Cómo vamos a devolver los territorios ocupados? No hay nadie a quien devolverlo. No hay tal cosa llamada palestinos. No era como se piensa que existía un pueblo llamado palestino, que se considera él mismo como palestino y que nosotros llegamos, los echamos y les quitamos su país. Ellos no existían".

Necesario es hacer memoria: desde finales del siglo XIX, el sionismo planteó el regreso del pueblo judío a Palestina y la creación de un Estado nacional propio. Este planteamiento era funcional al colonialismo francés y británico, como lo sería después al imperialismo yanqui. Occidente alentó y apoyó, desde siempre, la ocupación sionista de Palestina por la vía militar.

Léase y reléase ese documento que se conoce históricamente como Declaración de Balfour del año 1917: el Gobierno británico se arrogaba la potestad de prometer a los judíos un hogar nacional en Palestina, desconociendo deliberadamente la presencia y la voluntad de sus habitantes. Hay que acotar que en Tierra Santa convivieron en paz, durante siglos, cristianos y musulmanes, hasta que el sionismo comenzó a reivindicarla como de su entera y exclusiva propiedad.

Recordemos que, desde la segunda década del siglo XX, el sionismo, aprovechando la ocupación colonial británica de Palestina, comenzó a desarrollar su proyecto expansionista. Al concluir la Segunda Guerra Mundial, se exacerbaría la tragedia del pueblo palestino, consumándose la expulsión de su territorio y, al mismo tiempo, de la historia. En 1947 la ominosa e ilegal resolución 181 de Naciones Unidas recomienda la partición de Palestina en un Estado judío, un Estado árabe y una zona bajo control internacional (Jerusalén y Belén). Se concedió, vaya qué descaro, el 56% del territorio al sionismo para la constitución de su Estado. De hecho, esta resolución violaba el derecho internacional y desconocía flagrantemente la voluntad de las grandes mayorías árabes: el derecho de autodeterminación de los pueblos se convertía en letra muerta.

Desde 1948 hasta hoy el Estado sionista ha proseguido con su criminal estrategia contra el pueblo palestino. Para ello ha contado siempre con un aliado incondicional: los Estados Unidos de Norteamérica. Y esta incondicionalidad se demuestra a través de un hecho bien concreto: es Israel quien orienta y fija la política internacional estadounidense para el Medio Oriente. Con toda razón Edward Said, esa gran conciencia palestina y universal, sostenía que cualquier acuerdo de paz que se construya sobre la alianza con EEUU será una alianza que confirme el poder del sionismo, más que confrontarlo.

Ahora bien: contra lo que Israel y Estados Unidos pretenden hacerle creer al mundo, a través de las transnacionales de la comunicación, lo que aconteció y sigue aconteciendo en Palestina, digámoslo con Said, no es un conflicto religioso: es un conflicto político, de cuño colonial e imperialista; no es un conflicto milenario sino contemporáneo; no es un conflicto que nació en el Medio Oriente sino en Europa.

¿Cuál era y cuál sigue siendo el meollo del conflicto?: se privilegia la discusión y consideración de la seguridad de Israel, y para nada la de Palestina. Así puede corroborarse en la historia reciente: basta con recordar el nuevo episodio genocida desencadenado por Israel a través de la operación "Plomo Fundido" en Gaza.

La seguridad de Palestina no puede reducirse al simple reconocimiento de un limitado autogobierno y autocontrol policíaco en sus "enclaves" de la ribera occidental del Jordán y en la Franja de Gaza, dejando por fuera no sólo la creación del Estado palestino, sobre las fronteras anteriores a 1967 y con Jerusalén oriental como su capital, los derechos de sus nacionales y su autodeterminación como pueblo, sino, también, la compensación y consiguiente vuelta a la Patria del 50% de la población palestina que se encuentra dispersa por el mundo entero, tal y como lo establece la resolución 194.

Es increíble que un país (Israel) que debe su existencia a una resolución de la Asamblea General, pueda ser tan desdeñoso de las resoluciones que emanan de las Naciones Unidas, denunciaba el padre Miguel D'Escoto cuando pedía el cese de la masacre contra el pueblo de Gaza, a finales de 2008 y principios de 2009.

Señor Secretario General y distinguidos representantes de los pueblos del mundo:

Es imposible ignorar la crisis de Naciones Unidas. Ante esta misma Asamblea General sostuvimos, en el año 2005, que el modelo de Naciones Unidas se había agotado. El hecho de que se haya postergado el debate sobre la cuestión palestina, y que se le esté saboteando abiertamente, es una nueva confirmación de ello.

Desde hace ya varios días, Washington viene manifestando que vetará en el Consejo de Seguridad lo que será resolución mayoritaria de la Asamblea General: el reconocimiento de Palestina como miembro pleno de la ONU. Junto a las Naciones hermanas que conforman la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), en la Declaración de reconocimiento del Estado palestino, hemos deplorado, desde ya, que tan justa aspiración pueda ser bloqueada por esta vía. Como sabemos, el imperio, en éste y en otros casos, pretende imponer un doble estándar en el escenario mundial: es la doble moral yanqui que viola el derecho internacional en Libia, pero permite que Israel haga lo que le dé la gana, convirtiéndose así en el principal cómplice del genocidio palestino a manos de la barbarie sionista. Recordemos unas palabras de Said que meten el dedo en la llaga: "Debido a los intereses de Israel en Estados Unidos, la política de este país en torno a Medio Oriente es, por tanto, israelocéntrica".

Quiero finalizar con la voz de Mahmud Darwish en su memorable poema Sobre esta tierra: "Sobre esta tierra hay algo que merece vivir: sobre esta tierra está la señora de/ la tierra, la madre de los comienzos, la madre de los finales. Se llamaba Palestina. Se sigue llamando/ Palestina. Señora: yo merezco, porque tú eres mi dama, yo merezco vivir".

Se seguirá llamando Palestina: ¡Palestina vivirá y vencerá! ¡Larga vida a Palestina libre, soberana e independiente!

Hugo Chávez Frías

Presidente de la República Bolivariana de Venezuela

Fuente:http://www.telesurtv.net/secciones/noticias/97963-NN/carta-del-presidente-de-venezuela-hugo-chavez-al-secretario-general-de-las-naciones-unidas-version-espanol/


miércoles, 21 de septiembre de 2011

Libia
El espíritu fantasmal de Rommel y Hitler preside las agresiones de la OTAN


Rebelión...21/09/2011

Al inicio del conflicto de la OTAN contra Libia, gracias a una decisión disparatada y aviesa del Consejo de Seguridad, señalamos en el artículo titulado "Libia y la increíble agresión vestida de humanitaria" que, a veces, ya uno no sabe en qué van a parar las cosas en este mundo, ni sabe con certeza cuál será y dónde se conservará la unidad de medida que se tomará como patrón o referencia universal para medir y justipreciar los hechos que ocurran aquí, allá o acullá dentro de las fronteras de los países y en cuyos límites, según la carta de las Naciones Unidas, rigen los principios inviolables de independencia, soberanía, autodeterminación y otros que protegen a los pueblos de las amenazas, la injerencia en los asuntos internos, la agresión cualquiera que esta sea y la invasión de su espacio terrestre, marítimo o aéreo.

Añadíamos que cuando todo lo ocurrido en estos años de guerras ilegítimas, despiadadas, genocidas y preñadas de actos criminales de lesa humanidad; cuando es conocido todo el trasfondo de la motivación y la justificación para desencadenar tales actos violatorios de la paz; cuando todo el mundo conoce los millones de víctimas muertas o heridas o sufrientes por las incontables razones a que son expuestos los seres humanos durante las acciones bélicas en las que la destrucción, la violencia, la privación y la inseguridad se convierten en compañía omnipresente todos los días, durante años, y sin que se pueda tener la menor esperanza de cuándo terminará la venganza, el sacrificio y el sufrimiento atroces; cuando todo eso es una verdad reconocida e inobjetable, nos llega, nada más ni nada menos que sancionado por el Consejo de Seguridad de la ONU, un nuevo episodio de guerra contra un pueblo, en el que la prepotencia imperial y la inconsecuencia de algunos contribuyeron a engendrarlo.

Ante el dilema de la guerra y la paz, la Asamblea General de ONU y el Consejo de Seguridad debían ser consecuentes para no desmayar en los esfuerzos para preservar la paz y evitar al máximo la intromisión que violara los principios cardinales de la Carta.

Por eso, a la luz de lo ocurrido en el caso libio, cabe enfatizar que, cuando no se actúa en forma consecuente, de nada sirven las justificaciones de un voto culpable ni valen las mea culpas posteriores ni las exhortaciones de los miembros decisivos para que no se practicara el crimen que estaban seguros que se cometería en nombre, tanto de los votantes afirmativos como de todos los votantes abstencionistas.

Al aprobar una zona de exclusión aérea sobre territorio libio, no se estaba proclamando una celeste y paradisíaca región custodiada por ángeles y arcángeles, sino una zona terrífica de inclusión de guerra custodiada por las más sofisticadas naves aéreas de destrucción masiva, agravado por el hecho de que sus acciones agresivas de destrucción cuentan con una impunidad real para la riposta defensiva del país agredido.

Y los meses han transcurrido y lo pronosticado es una realidad apabullante. Pues a medida que los acontecimientos han avanzado, hemos visto que las víctimas han sumado miles.

¿Alguien podrá decirnos si las muertes de militares y civiles libios poseen una sublimación especial por ser causada por la llamada “coalición comunitaria” extranjera, y es mucho más justificable y beneficiosa para el derecho humano a la vida, en comparación con las muertes inevitables que ocurran entre los dos bandos combatientes por intereses encontrados en su propio país?

¿Quiénes garantizarán la tan cacareada “transparencia” sobre los datos exactos y verídicos del número de muertos y heridos provocados por las fuerzas de Kaddafi en los incidentes contra la oposición armada en Bengazzi antes del inicio de los bombardeos de USA y la OTAN, y quiénes los compararán con la suma mayor del número de muertos y heridos ocasionados por los bombardeos masivos de la OTAN y los provocados por las tropas “rebeldes” durante los asaltos de las ciudades sitiadas?

¿Qué contraste en magnitud se puede establecer entre la destrucción de las edificaciones y estructuras de todo tipo provocadas por las tropas leales a Kaddafi y las ocasionadas por las tropas aéreas de la OTAN y las aliadas del Consejo “rebelde”, en toda Libia?

¿Qué tribunal juzgará –si de juzgar se tratara- a cada uno de los bandos involucrados por las muertes y daños de todo tipo injustificables?

¿Quiénes responderán por la soberanía pisoteada, la libre determinación violentada, la injerencia en los asuntos internos de los pueblos?

Y es que en tierra de Libia se repite, con las diferencias y similitudes, los acontecimientos ocurridos hace setenta años, a principios de 1941, cuando la 15ª División Panzer fue enviada por Hitler a Libia, bajo el mando de Rommel, para ayudar a las derrotadas y desmoralizadas tropas italianas, formando el Deutsches Afrikakorps, al frente de la cual alcanzó su mayor fama.

Esta vez las legiones aéreas de la OTAN fueron enviadas en auxilio de las tropas aliadas de opositores libios, que estaban amenazadas de una derrota inminente en Bengazzi, y se encargaron de ir destruyendo los medios militares y cuantas edificaciones militares o civiles fueran incluidas en sus objetivos imperiales, a la vez que armaban, entrenaban y acompañaban desde el aire a las fuerzas “rebeldes” hacia el asedio y la conquista de Trípoli. Es por eso que cabe afirmar que el agresivo espíritu fantasmal de Rommel y Hitler presiden las agresiones de la OTAN en tierra libia. Y ello ha determinado el curso forzado de los acontecimientos que aún se encuentran en un desarrollo cruento. ¿Cómo es posible celebrar como una victoria honorable y acatar lo logrado bajo el imperio de la fuerza bruta, cuando se trata evidentemente de un acto bochornoso y condenable?

Libia es hoy un campo de ensayo en el terreno político, en el que los principios nazis de espacio vital, lucha eterna y raza superior han encontrado sus sustitutos ideológicos, ya disfrazados o descubiertos. Es un campo de ensayo en el terreno militar, mucho más barato y eficiente, ya que las estrategias, las maniobras y operaciones militares se realizan dentro de todas las fronteras del país, con las menores complicaciones en bajas humanas. Es un campo de ensayo para definir las relaciones con las fuerzas disidentes, presentes en todos los países, que mediante un supuesto apoyo generoso, moverá a cuantos traidores, vendepatrias y mercenarios sean convocados a actuar como caballos de Troya del imperio contra gobiernos legítimos. Es un ensayo en el campo de la política internacional, pues lo que ayer parecía contención a la injerencia y agresión por parte de la ONU parece hoy no serlo, ya que los países imperiales están buscando la convalidación y respaldo de ese ente para sus planes futuros de dominio mundial.

¿Se permitirá que otro Hitler con distinto nombre lance oleadas de aviones y de tropas sobre naciones más débiles con el fin de dominarlas, hoy una y mañana otra, en nombre del destino manifiesto de las potencias hegemónicas?