viernes, 9 de octubre de 2009





Obama evalúa el envío de 40 mil soldados más
Se cumplen 8 años de guerra en Afganistán

La Jornada...09/10/2009


En el octavo aniversario de la invasión estadunidense a Afganistán, el presidente Barack Obama está ante una decisión que podría marcar el resto de su mandato –y, advierten algunos, hasta hundirlo– al evaluar si enviará otros 40 mil soldados para reforzar a los 68 mil que se encuentran allá, en una misión poco clara de reconstrucción de nación y de contrainsurgencia.

Ante una cada vez más amplia oposición pública, incluso de figuras políticas clave en su propio partido –senadores, ex generales, analistas– que advierten sobre un empantanamiento estadunidense en Afganistán, los asesores militares del presidente proponen incrementar la presencia estadunidense. El general Stanley McChrystal, comandante de esa campaña bélica, afirmó en su recomendación al gobernante demócrata que el éxito aún se puede alcanzar, pero sólo si hay un incremento de tropas.

La guerra de Estados Unidos en Afganistán es la tercera más larga en la historia en este país (96 meses) –la más larga fue Vietnam (102 meses) y la segunda la Revolución Americana (100 meses)– y ya lleva más del doble de duración de la participación estadunidense en la Segunda Guerra Mundial (45 meses).

Obama convocó hoy a su gabinete de seguridad nacional para evaluar qué hacer, mientras se desata un intenso debate entre la cúpula política sobre cómo proceder en un país que ha sido llamado el cementerio de los imperios.

El martes, el presidente se reunió con unos 30 legisladores de alto rango de ambos partidos para abordar el tema, donde señaló –según fuentes en la reunión citadas de manera anónima por algunos medios aquí– que no considera ningún retiro de tropas de Afganistán. Pero a la vez, algunos comentaron que tampoco considera un incremento masivo de tropas, y se especula que buscará alguna fórmula intermedia.

Pero se intensifica la preocupación –incluidos líderes demócratas de ambas cámaras– sobre incrementar la presencia estadunidense sin definir antes el plan de salida de ese conflicto. Por ahora, la mezcla de ocupación, contracción de nación y operaciones contrainsurgentes en ese país, no ofrecen resultados claros, y algunos advierten que justo las recomendaciones de McChrystal y otros promotores de una mayor presencia estadunidense, son muy parecidas a las que se presentaron al presidente Lyndon Johnson sobre Vietnam.

Se debate lo logrado en Afganistán desde la invasión en 2001, donde el entonces presidente, el republicano George W. Bush proclamó la victoria al derrocar el régimen talibán. Sin embargo, algunos expertos señalan que el talibán no fue destruido, sino simplemente se desplazó a diversas regiones. Aunque el gobierno de Obama afirma que el otro objetivo, la destrucción de la capacidad operativa de Al Qaeda, se ha logrado en gran medida, y que la presencia de ese grupo ha disminuido de manera significativa, el hecho es que su líder Osama bin Laden aún está libre, y que hay nuevas células de este grupo que, en combinación con otros, mantienen la tensión en toda la zona, especialmente en la fronteriza y dentro del país vecino, Pakistán.

Mientras tanto, las recientes elecciones en Afganistán demostraron la debilidad extrema de las instituciones políticas de ese país, con serias dudas sobre la efectividad del gobierno de Hamid Karzai, apoyado por Washington. Otro saldo de la guerra es que la producción de opio y el tráfico de heroína se han multiplicado desde la invasión estadunidense.

Obama, crítico de las políticas bélicas de su antecesor durante la campaña electoral, ha buscado una nueva estrategia para ese conflicto que heredó al llegar a la Casa Blanca. Pero enfrenta una decisión compleja ante una situación en deterioro –según sus analistas– en el terreno operativo, el cual ya ha costado casi 800 vidas de estadunidenses. A la vez, el apoyo de la opinión pública también se erosiona. Una encuesta de Ap-GfK divulgada hoy muestra sólo 40 por ciento de apoyo (reducción de cuatro puntos desde julio).

En tanto, se recuerda el dicho de los comandantes del talibán en Afganistán: ellos tienen los relojes, pero nosotros tenemos el tiempo.

Como dijo hace meses el cineasta Michael Moore en entrevista para televisión aquí, al comentar sobre la intención de Obama de ampliar la guerra en Afganistán: si quiere, le puedo pasar el teléfono de Mijail Gorbachov para que le platique qué le sucedió con Afganistán. Y si eso no lo convence, también le puedo pasar el de Gengis Khan, para lo mismo.

Vale recordar que fue justo durante la invasión soviética a Afganistán que Estados Unidos, vía la Agencia Central de Inteligencia (CIA), financió a la oposición armada, incluidos varios de los líderes que hoy día son calificados de terroristas antiestadunidenses. Las instalaciones construidas con esos fondos fueron las mismas que utilizó años después Bin Laden. En ese tiempo, el presidente Ronald Reagan, en una reunión con los mujaidines en la Casa Blanca, los definió como luchadores por la libertad, y dijo que eran el equivalente moral a los padres fundadores de Estados Unidos.

También vale recordar que hasta donde se sabe, ningún ciudadano de Afganistán, ni los del talibán, han sido acusados de participar en la planeación o la ejecución de los atentados del 11-S, justificación de la invasión a Afganistán, recuerda el periodista inglés Gwynne Dyer.

A la vez, es cada vez menos convincente argumentar que en Afganistán existe una causa noble y necesaria para Estados Unidos. A pesar del incesante reporte de muertos y heridos en Irak y Afganistán que pasa ya casi inadvertido por su rutina de años, esas guerras parecen distantes, y el deterioro en el apoyo público para la aventura en Afganistán no se traduce aún en protestas masivas en las calles. Hoy, varias agrupaciones antiguerra envían mensajes a Washington para exigir el fin de esa ocupación, mientras otros realizan plantones y vigilias en decenas de ciudades del país.

Por ahora, la decisión de Obama, sea cual sea, resultará en más sangre de afganos y estadunidenses. Para el periodista Dyer, todos los que mueren en este conflicto, mueren por nada, porque nada cambiará cuando las tropas extranjeras regresen a casa, como eventualmente harán.

“Odio cuando dicen: ‘él dio la vida por su país’. Nadie da su vida por algo. Nosotros les robamos la vida a estos jóvenes. Ellos no mueren por el honor y la gloria de su país. Nosotros los matamos”, afirmó hace años el almirante retirado Gene LaRocque en entrevista con Studs Terkel sobre las declaraciones de los políticos al promover las guerras.


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