martes, 7 de junio de 2011

Obama, la izquierda y la crisis de la democracia norteamericana (II)


Mientras Tanto...07/06/2011

Una falsa retirada en la guerra de Irak

Parte del gran atractivo del candidato Obama en 2008 era su oposición a la guerra de Irak desde 2002, cuando, siendo todavía un anónimo senador estatal en Illinois, incluso participó en un acto pacifista, donde criticó los planes de invasión de Irak como “una guerra tonta”. Seis años después, a pesar de la explotación publicitaria de su rechazo inicial, el plan del candidato Obama para Irak apenas se distinguía del que Gates y Bush estaban llevando a cabo. Básicamente, Bush-Gates coincidían con Obama en trazar un plan de retirada parcial de tropas con el objetivo de mantener una presencia militar indefinida a costa de ignorar la voluntad democrática de los pueblos estadounidense e iraquí. Las diferencias se limitaban a cuestiones técnicas, como el número de meses necesarios para iniciar la retirada de las tropas de combate.

Un episodio muy sintomático del enfoque antidemocrático y continuista del equipo Obama-Gates tuvo lugar en junio de 2009, cuando trascendió a la prensa que la Administración Obama estaba presionando al gobierno iraquí para que no permitiera un referéndum popular sobre el Acuerdo del Estatus de las Fuerzas (SOFA, por sus siglas en inglés) entre los dos gobiernos. El referéndum era un requisito inscrito en el documento firmado por George W. Bush y forzado por la posición de fuerza de la resistencia iraquí. Gracias precisamente a la cláusula del referéndum, al gobierno iraquí le fue fácil obtener una mayoría parlamentaria que aprobara el acuerdo en el otoño de 2008. Sin embargo, las presiones contra la celebración del referéndum empezaron cuando la Administración Obama empezó a temer lo peor. Según las encuestas encargadas por el propio Pentágono, en caso de ser consultada directamente, la mayoría de la población iraquí exigiría la retirada inmediata de todas las tropas norteamericanas . Forzando la legalidad vigente hasta el extremo, el referéndum iraquí, previsto inicialmente para el 30 de julio de 2009, fue postergado dos veces para que coincidiera con las elecciones parlamentarias del invierno de 2010. Hasta la fecha, todavía no se ha celebrado. [1]

En el verano de 2010, Obama, siguiendo a grandes rasgos los planes de George W. Bush y Robert Gates, retiró las tropas de combate en Irak para recolocar la mayoría de ellas en Afganistán. En Irak, la ocupación militar estadounidense continúa de otra forma. Permanecen todavía 50.000 tropas “no combatientes”, cuya principal función oficial es la de entrenar y asesorar al ejército iraquí, así como una red de bases militares por todo el país. La embajada de Estados Unidos en Irak es la más grande del mundo, una auténtica ciudad dentro de Bagdad. Los cielos iraquíes se mantendrán bajo dominio norteamericano. En principio, todas las tropas estadounidenses deberían retirarse antes del último día de 2011, pero, según el lenguaje empleado por el SOFA, se sobrentiende que muy probablemente el gobierno iraquí pedirá una prórroga de la presencia militar norteamericana ante la posibilidad de « amenazas internas o externas » . [2]

La retirada parcial de tropas estadounidenses en el verano de 2010 se vio compensada por el aumento de otro tipo de combatientes: los mercenarios contratados por Estados Unidos. Según un informe de una agencia de investigación parlamentaria, el Departamento de Defensa depende cada vez más de los contratistas privados, tanto para operaciones de logística como para proveer seguridad a los diplomáticos y a las mismas tropas. Solo en el primer medio año en la Casa Blanca, la Administración Obama ya había aumentado en un 23% el número de contratistas de seguridad privada en Irak y en un 29% en Afganistán. El volumen de personal de empresas externas al ejército encargadas de todo tipo de tareas ha llegado a un récord histórico, hasta el punto de sobrepasar en Irak y Afganistán al personal uniformado. El enorme gasto que genera el proceso de privatización de la guerra es, junto con el aumento de la “actividad diplomática excepcional”, uno de los principales motivos por los que la retirada parcial no va a suponer un descenso significativo en la partida del presupuesto estadounidense dedicada a Irak. [3]

Afganistán, la guerra de Obama

A diferencia de la “tonta” y “errónea” guerra de Irak, la guerra de Afganistán siempre fue, para Obama, una guerra justa a la que había que dedicar mucha más atención y recursos. En este sentido, Obama fue fiel a sus promesas electorales. Una de sus primeras acciones como presidente fue el envío de 17.000 soldados norteamericanos a Afganistán. Por recomendación de Gates, Obama eligió al general Stanley McChrystal para comandar las fuerzas americanas y aliadas en la Guerra de Afganistán. Por lo poco que se podía saber de su carrera anterior, los principales méritos de McChrystal se dieron en Irak, bajo el mando del general David Petraeus. Allí, McChrystal se distinguió por su sobresaliente trabajo como jefe de un programa ultrasecreto de ejecuciones extrajudiciales. Su perfil coincidía perfectamente con el pensamiento militar de Obama y Gates. Los dos coinciden en la necesidad de cambiar las prioridades de las fuerzas armadas, reduciendo el gasto dedicado a las armas convencionales para poder dar más énfasis a las operaciones contraterroristas, en el marco de una estrategia de contrainsurgencia global. [4]

Durante su desempeño en el cargo, McChrystal dio numerosas muestras de indisciplina con el mando civil. Antes incluso de que llegaran los nuevos 17.000 soldados y mucho antes de que se pudiera hacer una evaluación sobre su impacto en el terreno, el general McChrystal empezó una campaña pública para conseguir 40.000 soldados adicionales. Finalmente, Obama accedió a casi todo lo que le pedía McChrystal. El 1 de diciembre de 2009, ante un auditorio de cadetes de West Point, Obama anunció un nuevo aumento de 30.000 uniformados para la Guerra de Afganistán. Se trataba de una decisión que complacía a los líderes militares del Pentágono, pero que resultaba muy impopular entre la población. Según una encuesta del verano de 2009, la propuesta de aumentar el número de tropas solo contaba con el apoyo del 24% de los norteamericanos. [5]

Un año después del anuncio del aumento de tropas, la Guerra de Afganistán, la más larga de la historia norteamericana, no parece haber avanzado en la dirección deseada por la Administración. 2010 ha sido el año más sangriento de toda la guerra para las tropas norteamericanas, con un total de 498 soldados estadounidenses muertos, diez veces más que en 2002. Las operaciones nocturnas de contraterrorismo se han multiplicado, pero, al relajarse los criterios para seleccionar las víctimas, el alto número de inocentes asesinados en el último año ha hecho aumentar la hostilidad de la población afgana hacia las fuerzas de ocupación. Según unas encuestas publicadas en diciembre de 2010, la mayoría de los afganos se declaran más pesimistas sobre la dirección de su país y más escépticos sobre la habilidad de Estados Unidos y sus aliados de proveer seguridad que hace un año. También ha aumentado la sensación de que los derechos de las mujeres afganas están en retroceso. Por lo que respecta a la opinión de los norteamericanos, en el mismo mes de diciembre, se registró una cifra récord de norteamericanos que creen que la Guerra de Afganistán no vale la pena (60%). Al conocerse el resultado de las encuestas, el secretario de Defensa Robert Gates se encargó de recordar a los periodistas que, en la Guerra de Afganistán, la Administración Obama no piensa dejarse influenciar por las opiniones mayoritarias de los pueblos norteamericano y afgano.[6]

Incluso entre las élites se dan muestras de creciente inconformidad hacia las racionalizaciones con las que se vende la guerra. Paul R. Pillar, ex segundo de a bordo en el centro contraterrorista de la CIA, ataca la insensatez de la invasión de Afganistán: «Las preparaciones más importantes para los ataques del 11 de septiembre de 2001 no tuvieron lugar en campos de entrenamiento en Afganistán, sino, más bien, en apartamentos en Alemania, habitaciones de hotel en España y escuelas de vuelo en los Estados Unidos». En la misma línea, Stephen M. Walt, politólogo de la Universidad de Harvard, señala que nadie propone utilizar tropas estadounidenses para destruir los “refugios seguros” de los terroristas en Alemania. «De hecho, si al Qaeda tiene que esconderse en algún lugar, prefiero que estén en un área remota, empobrecida, sin acceso al mar y aislada desde donde es difícil hacer casi cualquier cosa.» [7]

Entonces, ¿para qué continuar con una guerra cara, interminable e impopular? Todo parece indicar que el pensamiento militar de la Casa Blanca está impregnado de la misma teoría del dominó que arrastró a Estados Unidos a su derrota en Vietnam. El general James L. Jones, entonces consejero de seguridad nacional para Obama —uno de los cargos que ocupó Henry Kissinger con Nixon y Ford—, resumió de forma muy elocuente las razones para continuar la guerra al célebre periodista Bob Woodward: «Si no tenemos éxito aquí [en Afganistán ] , tendrás una plataforma para el terrorismo global en todo el mundo. La gente dirá que los terroristas ganaron. Y vas a ver expresiones de este tipo de cosas en África, América del Sur, en todas partes. Cualquier nación en vías de desarrollo va a decir, esta es la forma en la que los derrotamos [a los Estados Unidos], y entonces vamos a tener un problema más grande. (…) En segundo lugar, si no tenemos éxito aquí, organizaciones como la OTAN, y por asociación la Unión Europea, y las Naciones Unidas pueden ser relegadas al basurero de la historia». [8]

Globalizando el contraterrorismo

En Pakistán, la Administración Obama lleva a cabo lo que The New York Times ha bautizado como la “guerra clandestina americana”. Oficialmente, la participación americana se limita a entrenar a las fuerzas armadas pakistaníes, pero ya antes de los reveladores cables diplomáticos de WikiLeaks, el bombardeo de las aéreas tribales de Pakistán era un secreto a voces. En el primer año de Obama, la CIA había realizado más bombardeos en Pakistán con aviones no tripulados que durante los años de George W. Bush. En 2010, el número de ataques con aviones no tripulados ha superado incluso a los de 2009 y, con toda probabilidad, en 2011 los bombardeos serán acompañados con un sustancial aumento de operaciones especiales sobre el terreno. [9]

La escalada de bombardeos en Pakistán emprendida por Obama tampoco cuenta con un gran consenso entre los intelectuales del régimen. Uno de sus críticos es David Kilcullen, el teórico más influyente del Pentágono en cuestiones de contrainsurgencia. Difícilmente se puede acusar a Kilcullen de ser una paloma. Su última cruzada intelectual consiste en embellecer la Guerra del Vietnam y proponer una extensión de la lucha contrainsurgente por todo el planeta. Aun así, para Kilcullen, la brutalidad de estos ataques aéreos en un país supuestamente aliado resulta contraproducente. En la típica jerga del Pentágono, Kilcullen calcula la “colateralidad” de estos ataques en un 98% (es decir, por cada presunto terrorista asesinado, fallecen unos 49 civiles). [10]

Las revelaciones de WikiLeaks han confirmado parcialmente los reportajes de investigación del periodista Jeremy Scahill sobre la guerra clandestina en Pakistán. Tales informaciones fueron descartadas en su momento por Geoff Morrell, portavoz del Departamento de Defensa, como “teorías conspirativas”. En Yemen, la Administración Obama también insistió públicamente en que las fuerzas armadas estadounidenses se limitaban a entrenar y asesorar a las fuerzas militares locales. Los cables diplomáticos de WikiLeaks han evidenciado que la implicación estadounidense incluía bombardeos aéreos, incursiones de las fuerzas especiales y conspiración con el presidente yemení para encubrir la intervención estadounidense. Otra información publicada por Scahill, según la cual la Administración Obama estaría extendiendo las operaciones encubiertas a más de 75 países, también está siendo parcialmente corroborada por los cables de WikiLeaks —entre otros muchos, un ejemplo siniestro es la implicación de la Administración Obama en los múltiples asesinatos de físicos nucleares iranís. Las abrumadoras revelaciones de WikiLeaks fueron magistralmente interpretadas por Noam Chomsky: «Tal vez la revelación más dramática es el amargo odio a la democracia que revela el gobierno de Estados Unidos —Hillary Clinton y otros— y también el servicio diplomático. Debemos entender que una de las razones principales de los secretos gubernamentales es para proteger al gobierno de su propia población». [11]

Democracia o barbarie

Para la izquierda, lo más ilusionante de los discursos del candidato Obama no eran sus propuestas concretas, sino sus promesas de regeneración democrática. Obama prometía cambiar Washington de dos maneras: disminuyendo el poder de los lobbys y superando la dinámica de confrontación entre los dos grandes partidos. En su libro de campaña The Audacity of Hope , no faltaban reflexiones sobre la necesidad de ahuyentar a los mercaderes del templo de la democracia. Por ejemplo, cuando cuenta con amargura la gran lección política de su experiencia electoral en 2004: «Si no se cuenta con una gran patrimonio, hay básicamente una manera de conseguir la cantidad de dinero necesaria en una contienda electoral para el Senado norteamericano. Lo tienes que pedir a la gente rica». [12]

Para su campaña presidencial, el equipo de Obama tenía la lección bien aprendida. En el ámbito de la financiación, la campaña electoral fue histórica en varios sentidos. Obama rompió su promesa inicial y se convirtió en el primer candidato presidencial de uno de los dos grandes partidos en rechazar la financiación pública. Desde entonces pudo aceptar donaciones ilimitadas. En total, Obama gastó 760,6 millones de dólares, mucho más que su rival del Partido Republicano, el senador por Arizona John McCain, cuya campaña costó 227,7 millones de dólares. Un eficaz bulo publicitario del equipo de campaña demócrata afirmaba que la mayor parte de la financiación de Obama provenía de donaciones inferiores a 200 dólares. En realidad, las pequeñas donaciones solamente supusieron el 26% del total del gasto de campaña de Obama, apenas un punto superior al porcentaje obtenido por la campaña de George W. Bush en 2004. Wall Street optó por Obama de forma abrumadora. Tres de los siete mayores donantes de Obama eran grandes firmas financieras. Goldman Sachs, el segundo mayor donante de la campaña demócrata, donó el triple de dinero a Obama que a su rival republicano. [13]

Dos años después, poco queda de la inmensa ilusión con la que se vivió la histórica entrada de una familia negra en la Casa Blanca. Las políticas de la Administración Obama no han revertido significativamente las tendencias que hacen de Estados Unidos un país cada vez más desigual y plutocrático. Los sindicalistas se encuentran entre los más decepcionados. Ellos fueron, junto con los jóvenes de izquierda, las tropas de choque de la campaña presidencial de 2008. Sin embargo, la Administración no ha ejercido la presión necesaria para que la mayoría demócrata del Congreso aprobara el proyecto de ley Employee Free Choice Act , con el que se hubiera avanzado la causa de la democracia en el mundo laboral, restaurando el derecho de sindicación en las empresas privadas, hoy seriamente torpedeado por la legislación antisindical de la Guerra Fría.

A pesar de todo, sería injusto culpar completamente a la Administración Obama de la deriva reaccionaria por la que se desliza el país. Las grietas de participación democrática en el sistema político norteamericano son cada vez más estrechas y difíciles de transitar, incluso para un presidente que estuviese verdaderamente comprometido con un programa de profundización democrática. Para el economista Paul Krugman, «La triste verdad, sin embargo, es que nuestro sistema político no parece ser capaz de hacer lo necesario. (….) Estamos paralizados ante el desempleo masivo y los costes descontrolados del sistema de salud.» Según Krugman, no se puede culpar a Obama de la parálisis: «culpad al filibusterismo, bajo el cual 41 senadores pueden hacer el país ingobernable si así lo escogen, y eso es lo que han hecho.» [14]

En efecto, un gran problema del sistema político norteamericano es el alto grado de disfuncionalidad de la Cámara Alta. Su misma composición es completamente desproporcional —dos senadores por Estado, independientemente del número de ciudadanos— y sus miembros electos pertenecen casi sin excepción a los estratos sociales más privilegiados. Además, en 1975, una pequeña reforma en el reglamento del Senado tuvo el efecto no intencionado de aumentar drásticamente la frecuencia con la que los miembros del Senado recurrían al filibusterismo. Hasta entonces, el filibusterismo —cinematográficamente encarnado por James Stewart en la película Mr. Smith Goes to Washington (1939)— era el procedimiento parlamentario gracias al cual un senador podía hablar durante horas con el objetivo de evitar el voto de un proyecto de ley. Sin embargo, actualmente este procedimiento obstruccionista es mucho más discreto y su efecto sobre el conjunto del sistema político, más dominante. Los senadores ya no se pasan noches enteras leyendo recetas de cocina. Lo único que tienen que hacer es juntar 41 senadores —de un total de 100— dispuestos a bloquear una ley. Dada la alta desproporcionalidad en la composición del Senado, senadores que potencialmente representan algo menos del 15% de la población son capaces de bloquear cualquier propuesta legislativa. En los años cincuenta, se recurría al filibusterismo cada dos años. En el primer medio año de Obama, hubo más de cien proyectos de ley que sufrieron el bloqueo del filibusterismo. El obstruccionismo de los republicanos da un poder desmedido a los demócratas de derechas, quienes a su vez también amenazan con el filibusterismo para avanzar su agenda política conservadora. Para el brillante y prolífico historiador de la Universidad de Columbia, Eric Foner: «Una lección que debemos aprender del primer año de Obama es la dificultad de efectuar cambios, incluso en tiempos de crisis. Temerosos de la democracia popular, los hombres que escribieron la Constitución crearon un sistema de gobierno diseñado para que la prevención del cambio fuera mucho más fácil que su ejecución. Hoy, esta inercia estructural se ve agravada por el poder del dinero en la política y por un establishment militar bien afianzado». [15]

Consciente de la esencia plutocrática del actual sistema político, la izquierda norteamericana trata de situar la lucha por la consecución de una auténtica democracia republicana como su principal prioridad estratégica. Si no se consigue abrir Washington a una verdadera concurrencia pluralista de ideologías y clases sociales, las propuestas políticas de la izquierda no tienen ninguna posibilidad de convertirse en nuevas conquistas legislativas populares. Cansada de ser un fiel e ignorado aliado del Partido Demócrata, parte de la izquierda social está apostando por desbordar al actual sistema bipartidista con un amplio movimiento democrático de base. La base potencial para una coalición de fuerzas populares opuestas al actual dominio de la oligarquía financiera es muy amplia. Incluso alguien como Simon Johnson, economista en jefe del Fondo Monetario Internacional en 2007 y 2008, ha denunciado reiteradamente que la «oligarquía financiera norteamericana» tiene capturado el sistema político estadounidense y que cualquier plan de recuperación económica fracasará a no ser que dicha oligarquía sea destruida. [16]

No deja de ser un poco irónico que los llamamientos de Obama a superar el bipartidismo hayan encontrado finalmente un sorprendente eco entre sus críticos de izquierda. La decisión del Tribunal Supremo de permitir un gasto electoral ilimitado a las grandes empresas ha aumentado todavía más la conciencia de la necesidad de un movimiento democrático de masas. Como respuesta a la sentencia del caso Citizens United versus Federal Election Comission , las organizaciones progresistas se han puesto en marcha para impulsar una enmienda constitucional que arrebate a las grandes empresas los derechos propios de las personas, como el de libre expresión. «Realmente no creo que se trate de una cuestión progresista. Antes de terminar, será un poco extraño y me sentiré un poco incómodo, pero creo que nos manifestaremos por la calle con algunos del Tea Party » afirma Keith Rouda, activista de la organización progresista Moveon . [17]

Antes de recuperar la república, la izquierda y el movimiento democrático deben apoderarse nuevamente de la calle. Todas las conquistas legislativas progresistas de la historia del país han surgido de la presión de fuertes movimientos sociales. Lincoln proclamó la abolición de la esclavitud gracias a la fortaleza del movimiento abolicionista y a la impresionante contribución de los soldados negros en el ejército federal. Roosevelt avanzó la legislación social por la presión de un vigoroso movimiento sindical. En la actualidad, en cambio, hay un tremendo desequilibrio entre, por un lado, una élite movilizada y a la ofensiva, y, por el otro, la mayoría trabajadora, cada vez más indignada y con posiciones claramente a la izquierda de los dos partidos, pero con unos grados de participación política más bien bajos. Sin embargo, parece que la tregua de la izquierda social con la Administración Obama está llegando a su fin. Las multitudinarias movilizaciones del último primero de mayo a favor de los derechos de los inmigrantes y la gran marcha por el empleo en Washington del pasado 2 de octubre representan síntomas esperanzadores de que la izquierda ya está engrasando su maquinaria movilizadora. Afortunadamente, las famosas palabras de Frederick Douglass, el esclavo fugitivo y autodidacta que se convirtió en eminente intelectual abolicionista, todavía resuenan en la memoria histórica de la izquierda norteamericana: «La historia del progreso de la libertad humana muestra que todas las concesiones hechas a sus solemnes reivindicaciones han nacido a partir de la lucha seria. (...) Si no hay lucha, no hay progreso >>

[1] Rubin , Alissa y Robertson , Campbell, «Iraq Backs Deal That Sets End of U.S. Role», The New York Times , 28 de noviembre de 2008; Rubin , Alissa J., «Iraq Moves Ahead With Vote on U.S. Security Pact», The New York Times , 9 de enero de 2009; Londoño , Ernesto, «Iraq May Hold Vote On U.S. Withdrawal», The Washington Post , 18 de agosto de 2009. Un editorial del diario indio The Hindu resumía muy acertadamente las implicaciones del asunto del referéndum: «En Irak, el documento clave es el Acuerdo del Estatus de las Fuerzas (SOFA) de 2008, firmado entre los Estados Unidos y el entonces gobierno de Bagdad. El gabinete iraquí aprobó el acuerdo, pero el referéndum de ratificación se pospuso dos veces. Se planificó entonces para marzo de 2010, pero no pasó nada. Así SOFA es de facto la ley iraquí, a pesar de estar firmado por un régimen títere en un país ocupado y controlado por los Estados Unidos. Según un crítico, en vez de construir las bases para hacer la guerra, los Estados Unidos han hecho la guerra para construir las bases». The Hindu , 7 de agosto de 2010.

[2] Street , Paul, The empire’s new clothes: Barack Obama in the real world of power , Boulder (Colorado), Paradigm Publishers, 2010, p. 50.

[3] Schwartz , Moshe, «Department of Defense Contractors in Iraq and Afghanistan: Background and Analysis», Congressional Research Service , 2 de junio de 2009; Scahill , Jeremy, «Obama Has 250,000 ‘Contractors’ in Iraq and Afghan Wars, Increases Number of Mercenaries», Rebel Reports , 1 de junio de 2009; Glanz , James, «Contractors Outnumber U.S. Troops in Afghanistan», The New York Times , 1 de septiembre de 2009; Nieto , Ana B., «Irak, una guerra sin final para las cuentas de EE UU», Cinco Días , 23 de agosto de 2010.

[4] Klare , Michael T., «Two, Three, Many Afghanistans», The Nation , 26 de abril de 2010. La nueva doctrina militar apoyada por Obama y Gates implica una redistribución de los recursos, pero no una disminución general del presupuesto militar. Para el año fiscal de 2010, se aumentó el presupuesto militar en 26.000 millones de dólares. En dólares ajustados a la inflación, el gobierno estadounidense ha gastado en 2010 en “defensa y seguridad” más que en que cualquier otro año desde la Segunda Guerra Mundial. Drew , Christopher, «Victory for Obama Over Military Lobby», The New York Times , 29 de octubre de 2009 ; Easterbrook , Gregg, «Waste Land. The Pentagon’s nearly unprecedented, wildly irrational spending binge», The New Republic , 2 de diciembre de 2010.

[5] Agiesta , Jennifer y Cohen , Jon, «Public Opinion in U.S. Turns Against Afghan War», The Washington Post , 20 de agosto de 2009.

[6] King , Laura, «2011 seen as make-or-break year for Afghan mission», Los Angeles Times , 1 de enero de 2011; Scahill , Jeremy, «Killing Reconciliation», The Nation , 15 de noviembre de 2010; Tisdall , Simon, «Will the Afghanistan war break Obama's presidency?», The Guardian , 16 de diciembre de 2010; Chandrasekaran , Rajiv y Cohen , Jon, «Afghan poll shows falling confidence in U.S. efforts to secure country», The Washington Post , 6 de diciembre de 2010; The Associated Press , «Gates: Public opinion can’t sway Afghan commitment», The Washington Post , 16 de diciembre 2010.

[7] Pillar , Paul R., «Who’s Afraid of A Terrorist Haven?», The Washington Post , 16 de septiembre de 2009; Walt , Stephen M., «The ‘safe haven’ myth», Foreign Policy , agosto de 2009.

[8] Citado en Woodward , Bob, Obama’s Wars , Nueva York, Simon & Schuster, 2010, p. 127.

[9] Sanger , David E., «Obama Outlines a Vision of Might and Right», The New York Times , 12 de diciembre de 2009; Mayer , Jane, «The Predator War», The New Yorker , 26 de octubre de 2009; Mazzetti , Mark, y Filkins , Dexter, «U.S. Military Seeks to Expand Raids in Pakistan», The New York Times , 21 de diciembre de 2010.

[10] Hayden , Tom, «Kilcullen’s Long War», The Nation , 2 de noviembre de 2009; Kilcullen , David y Exum , Andrew McDonald, «Death From Above, Outrage Down Below», The New York Times , 16 de mayo de 2009.

[11] Scahill , Jeremy, «The Secret US War in Pakistan», The Nation , 7 de diciembre de 2009; Scahill , Jeremy, «WikiLeaking Covert Wars», The Nation , 27 de diciembre de 2010; Borger , Julian y Dehghan , Saeed Kamali, «Covert war against Iran's nuclear aims takes chilling turn», The Guardian , 5 de diciembre de 2010; citado en Brooks , David, «Chomsky: muestran los documentos odio de gobernantes a la democracia», La Jornada , 1 de diciembre de 2010.

[12] Obama , Barack, The audacity of hope: thoughts on reclaiming the American dream , Nueva York, Crown Publishers, 2006, p. 110.

[13] Remnick , David, The bridge: the life and rise of Barack Obama , Nueva York, Alfred A. Knopf, 2010, p. 554; Salant , Jonathan D., «Spending Doubled as Obama Led Billion-Dollar Campaign», Bloomberg News , 27 de diciembre de 2008; Malcolm , Andrew, «Obama's small-donor ‘myth’», Los Angeles Times , 30 de noviembre de 2008; McCormick , John, «Obama Doesn’t Intend to Give Back Goldman Campaign Donations», Bloomberg Businessweek , 22 de abril de 2010. Finalmente, Obama ganó con un 53% de los votos. A pesar de los récords en gasto publicitario, la participación electoral no fue tan espectacular como se esperaba. Un 61,6% de los posibles votantes acudieron a las urnas. Associated Press , «Voter Turnout Rate Said to Be Highest Since 1968», The Washington Post , 15 de diciembre de 2008.

[14] Krugman , Paul, «March of the Peacocks», The New York Times , 29 de enero de 2010.

[15] «America’s democracy: A study on paralysis», The Economist , 18 de febrero de 2010; Harkin , Tom, «Fixing the filibuster», The Nation , 19 de julio de 2010; Foner , Eric, «The Professional», The Nation , 1 de febrero de 2010. Para un relato riguroso sobre el filibusteriamo a lo largo de la historia del Senado norteamericano, así como una crítica feroz a la poca voluntad política de la mayoría demócrata actual para deshacerse de este procedimiento, ver: Geoghegan , Thomas, « The Case for Busting the Filibuster » , The Nation , 31 de agosto de 2009.

[16] Johnson , Simon, «The Quiet Coup», The Atlantic , mayo de 2009.

[17] Berman , Ari, «Citizens Unite Against Citizens United », The Nation , 16 de abril de 2010.

No hay comentarios:

Publicar un comentario