
Los documentos ponen en evidencia los estrechos y amistosos lazos existentes entre el régimen de Gadafi, la CIA y el MI6, el espionaje británico. Gracias a esa vinculación Washington trasladó a Libia a personas sospechosas de terrorismo -o colaboradoras de éste- para someterlas a sesiones especiales de “interrogatorios reforzados”, un poco sutil eufemismo para referirse a la tortura. Gracias al apoyo de un gobierno como el de Gadafi, que había arrojado por la borda sus antiguas convicciones, George W. Bush pudo sortear las limitaciones establecidas por su propia legislación en relación con el tipo de tormentos “aceptables” en una confesión. Según la documentación incautada por el periodista la Casa Blanca realizó por lo menos ocho envíos de prisioneros –no hay información exacta acerca del número de personas despachadas en cada envío- para ser interrogados brutalmente en las mazmorras de Gadafi, aparte de los que pudieron haberse remitido a ese país sin que por el momento exista constancia escrita de ello. Este canallesco maridaje entre el robocop del imperio y su compinche libio llegó tan lejos que en uno de los documentos enviados por la CIA a los esbirros de Gadafi se incluye una lista de 89 preguntas que éstos tenían que formular cuando se “interrogara” a uno de los sospechosos. Es decir, nada quedaba librado a la improvisación. A cambio de estos infames servicios la CIA y el MI6 ofrecían por escrito toda su colaboración para identificar, localizar y entregar a los enemigos del régimen en cualquier lugar del mundo. La agencia estadounidense lo hizo con Abu Abdullah al-Sadiq –uno de los dirigentes del Grupo Libio Islámico Combatiente y, al día de hoy, líder militar de los rebeldes libios- apenas dos días después de que llegara una solicitud expresa de Trípoli en tal sentido. Sadiq, cuyo nombre verdadero es Abdel Hakim Belhaj, declaró el pasado miércoles 31 de agosto que estando en Bangkok en compañía de su esposa, embarazada, fue detenido y torturado en las cárceles libias por dos agentes de la CIA, tal cual se anticipaba en el escrito rescatado de los escombros de la oficina de Koussa. Similares intercambios de favores fueron frecuentes entre los organismos de seguridad libios y el MI6, dado que numerosos exiliados políticos libios residían en el Reino Unido.
Lo anterior es apenas la punta de un iceberg atroz y aberrante. La correspondencia entre el número dos de la CIA en aquel momento, Stephen Kappes, y Koussa, exhibe una repugnante cordialidad. El mismo sentimiento provoca la cómplice hipocresía de George W. Bush y Tony Blair, sabedores de los crímenes que por su encargo estaba realizando Trípoli mientras proclamaban su mentirosa defensa de los derechos humanos, la justicia, la democracia y la libertad. Farsantes supremos, al igual que Gadafi, que hace mucho tiempo dejó de ser lo que había sido pese a que son muchos los que todavía no se dieron cuenta. El fiscal del Tribunal Penal Internacional ha declarado que iniciará una investigación sobre las gravísimas violaciones de los derechos humanos perpetradas por Gadafi. Pero, ¿qué hará con George W. Bush y Tony Blair, partícipes necesarios, cómplices y encubridores de esos crímenes? Además, ¿tendrá las agallas suficientes para hacer lo propio con Anders Fogh Rasmussen, Secretario General de la OTAN, responsable de (hasta el 1 de septiembre) los 21.200 ataques aéreos a Libia, causantes de innumerables víctimas civiles y de la casi total destrucción de ese país? La operación “reconquista neocolonial” de Libia –ensayo general de una metodología destinada a aplicarse en los más diversos escenarios regionales- hizo caer muchas máscaras que dejaron al desnudo a personajes siniestros y a instituciones como el TPI, otra farsa como el “antiimperialismo” de Gadafi y los “derechos humanos” de Bush, Blair, Cameron, Sarkozy y Berlusconi.
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