sábado, 9 de abril de 2011

No nos dicen la verdad sobre Libia


Huffington Post/ICH...09/04/2011


La mayoría de nosotros tenemos un cierto sentimiento de que no nos dan las verdaderas razones para la guerra en Libia. La reacción instintiva de David Cameron ante las revoluciones árabes fue saltar a un avión y visitar los palacios de los dictadores de la región para venderles armas represivas de la máxima tecnología disponible. La reacción instintiva de Nicolas Sarkozy ante las revoluciones árabes fue ofrecer ayuda urgente al tirano tunecino para aplastar a su pueblo. La reacción instintiva de Barack Obama ante las revoluciones árabes fue negarse a reducir los miles de millones de dólares en ayuda que iban a Hosni Mubarak y a su asesina policía secreta, y que su vicepresidente declarara: “No me refería a él como dictador”.

No hablo de un pasado lejano. Sólo hace unos meses. Y sin embargo ahora nos dicen que ellos se han convertido en el brazo armado de Amnistía Internacional. Bombardean Libia porque no pueden tolerar que gente inocente sea tiranizada por los tirnos a quienes armaron y financiaron durante años. Como dijo Obama: “Algunas naciones podrán hacer la vista gorda ante atrocidades en otros países. EE.UU. es diferente.” Hubo un tiempo, hace una década, en el que yo mismo tomé en serio esa retórica. Pero ahora no puedo, porque he analizado demasiado las verdaderas acciones tras esas palabras acarameladas.

La mejor guía a través de esta confusión es considerar las otras dos guerras en las que está profundamente involucrado nuestro gobierno, porque muestran que las afirmaciones que se han hecho para esta campaña de bombardeo no pueden ser verídicas.

Imaginad que un dirigente lejano hubiera matado a más de 2.000 personas inocentes, y que sus comandantes militares reaccionaran ante la evidencia de que se trataba de civiles, bromeando que “no formaban parte del club coral de hombres”. Imaginad que uno de los inocentes sobrevivientes apareciera en la televisión, entre trozos de los cuerpos de su hijo y su hermano y rogara: “Por favor. Somos seres humanos. Ayudadnos. No permitáis que hagan esto.” Imaginad que los sondeos en el país atacado mostraran que el 90% de la población dijo que los civiles son las principales víctimas y que quieren desesperadamente que no continúe. Imaginad que entonces hubiera una inmensa inundación natural y que el dirigente lejano reaccionara aumentando los ataques. Imaginad que las voces democráticas y liberales más respetadas del país advirtieran de que esos ataques podrían causar la transferencia de material nuclear a grupos yihadistas.

Seguramente, si dijéramos en serio lo que decimos sobre Libia, ¿haríamos todo lo posible por detener una conducta semejante? ¿No estaríamos imponiendo una zona de exclusión aérea, o incluso invadiendo?

Sin embargo, en este caso, tendríamos que imponer una zona de exclusión aérea sobre nuestros propios gobiernos. Desde 2004, EE.UU. –con apoyo europeo– ha estado enviando aviones no tripulados teledirigidos a Pakistán para bombardear ilegalmente su territorio, precisamente de esa manera. Barak Obama ha intensificado masivamente esa política.

Su gobierno afirma que está matando a al-Qaida. Pero hay varios defectos en este argumento. La información de inteligencia que guía sus bombas sobre quién es realmente un yihadista es tan mala que, durante seis meses, realizaron negociaciones de alto nivel con un sujeto que afirmaba que era jefe de los talibanes –con el único resultado de que posteriormente admitió que era un tendero paquistaní cualquiera que no sabía nada sobre la organización. Sólo quería un poco de bakhshish [soborno]. Los propios antiguos altos asesores militares de EE.UU. admiten que cuando la inteligencia es exacta por cada yihadista que matan mueren hasta cincuenta personas inocentes. Y casi todo el mundo en Pakistán cree que en realidad estos ataques están aumentando la cantidad de yihadistas, al hacer que los jóvenes se enfurezcan tanto por el asesinato de sus familias que hacen fila para alistarse.

El principal científico nuclear del país, el profesor Pervez Hoodbhoy, me informa de que la situación es aún más peligrosa. Dice que hay un peligro importante de que estos ataques propaguen tanta ira y odio por el país que aumenten materialmente las probabilidades de que la gente que protege las armas nucleares del país transfiera clandestinamente ese material a grupos yihadistas.

Por lo tanto, una de las mejores escritoras y activistas del país, Fatima Bhutto, me dice: “En Pakistán, cuando escuchamos la retórica de Obama sobre Libia, sólo podemos reír. Si estuviera preocupado por la matanza injustificada de civiles inocentes, podría dar un primer paso fácil, dejar de hacerlo él mismo en mi país.”

La guerra en el Congo es la guerra más mortífera desde que Adolf Hitler marchó por Europa. Cuando informé al respecto vi las peores cosas que se podían conceber: ejércitos de niños drogados y mutilados, mujeres que habían sido violadas en grupo y a las que habían disparado a la vagina. Más de cinco millones de personas han sido eliminadas hasta ahora, y la pista de sangre conduce directamente a tu teléfono celular y el mío.

La principal investigación de la guerra de la ONU explica cómo sucedió. Dijeron simplemente y basándose en los hechos que “ejércitos de los negocios” habían invadido el Congo para saquear sus recursos y venderlos a un Occidente cómplice. El botín más valioso es el coltán, que se utiliza para producir nuestros teléfonos celulares, consolas de juego y notebooks. Los “ejércitos de los negocios” combatieron y mataron por el control de las minas y para enviárnoslo a nosotros. La ONU enumeró todas las principales corporaciones occidentales responsables, y dijo que si las detuvieran, terminaría gran parte de la guerra.

El año pasado, después de una década, EE.UU. aprobó finalmente legislación que supuestamente debía encarar esto, por lo menos en teoría. Como explico en el próximo programa 4Thought de Radio 4 de la BBC, contiene un sistema enteramente voluntario para rastrear quiénes compran coltán y otros minerales conflictivos de los asesinos en masa y así impulsan la guerra. (Hay muchos otros sitios en los que podemos conseguir coltán, pero es un poco más costoso). Se solicita al Departamento de Estado que establezca algún tipo de castigo para los transgresores, y tenía 140 días para hacerlo.

Ahora el plazo ha pasado. ¿Cuál es el castigo? Resulta que el Departamento de Estado no tuvo ni el tiempo ni la inclinación de redactar algo. Tal vez estaba demasiado ocupado preparando los bombardeos de Libia, porque –obviamente– no puede tolerar la matanza de gente inocente. (Gran Bretaña y otros países europeos han hecho exactamente lo mismo). Hubo una oportunidad de detener la peor violencia contra civiles en el mundo, que no necesitaba bombas, o violencia por nuestra parte. Si la retórica sobre Libia fuera sincera, el asunto era obvio. Sólo habría costado un poco de dinero a unas pocas corporaciones, y se negaron a hacerlo. Y así continúa la peor guerra desde 1945.

Y de todo eso no se habla. Al contrario, cuando el gobierno congolés nacionalizó recientemente una mina de propiedad de corporaciones estadounidenses y británicas, hubo un estallido de furia en la prensa. Podéis matar a cinco millones de personas y apartarán cortésmente la mirada; pero quitad propiedad a los ricos y nos enfureceremos de veras.

¿No hace ver de otra manera el debate sobre Libia? Cada día los medios nos presionan para que veamos los abusos (usualmente muy reales) de los enemigos de nuestro país y preguntan: “¿Qué podemos hacer?” Casi nunca nos impulsan a considerar los abusos igualmente reales e igualmente inmensos cometidos por nuestro propio país, sus aliados y sus corporaciones –sobre las que tenemos mucho más control– y a que formulemos la misma pregunta.

Así manipulan el impulso bueno y decente de la gente de a pie, proteger a otros seres humanos. Si solo te interesan los derechos humanos cuando te cuentan una historia reconfortante sobre el poder de tu país, no estás realmente interesado en los derechos humanos en absoluto.

David Cameron dice: “solo porque no podemos intervenir en todas partes, no significa que no debamos intervenir en algún sitio”. Pero no entiende lo esencial. Mientras “nosotros” intervenimos para causar daños horribles a civiles en gran parte del mundo, es simplemente falso afirmar que lo hacemos impulsados por un deseo de impedir que otros se comporten de un modo muy parecido al nuestro.

Se podría argumentar que obviamente nuestros gobiernos no son impulsados por preocupaciones humanitarias, pero que su intervención en Libia impidió una masacre en Bengasi, de modo que deberíamos apoyarla en todo caso. Comprendo ese argumento, que han presentado algunas personas que admiro, y lidié con él. Es un argumento de que deberíamos, en efecto, montarnos en la bestia del poder de la OTAN si mata a otras bestias que están a punto de comerse a gente inocente. Fue el argumento que hice en 2003 sobre Iraq, que el gobierno de Bush tenía motivos malignos, pero que tendría el efecto positivo de derribar a un horrible dictador, de modo que debíamos apoyarlo. Pienso que casi todos pueden ver ahora por qué fue un argumento, a fin de cuentas, desastroso.

¿Por qué? Porque cualquier ventaja humanitaria coincidente a corto plazo será eclipsada en cuanto la población local choque con la verdadera razón de la guerra. Entonces nuestros gobiernos respaldarán su nueva cruenta represión, como hicieron EE.UU. y Gran Bretaña en Iraq, con una política de aprobación efectiva de la reanudación de la tortura cuando a la población se le subieron los humos y objetó a la ocupación.

¿Entonces por qué están bombardeando realmente a Libia nuestros gobiernos? No lo sabremos con seguridad hasta que aparezcan los documentos desclasificados dentro de muchos años. Pero Bill Richardson, el ex secretario de energía de EE.UU. y entonces embajador de EE.UU. ante la ONU, probablemente tiene razón cuando dice: “Hay otro interés, y es la energía… Libia es uno de los diez principales productores de petróleo del mundo. Casi se puede decir que los precios de la gasolina en EE.UU. probablemente subieron por una detención de la producción de petróleo en Libia… De modo que no es un país insignificante, y pienso que nuestra participación está justificada.”

Por primera vez en más de sesenta años, el control occidental sobre los mayores pozos de petróleo del mundo se ha agitado debido a una serie de revoluciones que nuestros gobiernos no pudieron controlar. La explicación más plausible es que es una manera de reafirmar el puro control occidental, y un intento de organizar el resultado a nuestro favor. Pero si todavía estáis convencidos de que nuestros gobiernos actúan por razones humanitarias, tengo un pasaje ida y vuelta en avión para que vayáis a ver algunos escombros en Pakistán y el Congo, les encantaría escuchar vuestros argumentos.

Johann Hari es columnista del Independent de Londres. Ha informado desde Iraq, Israel/Palestina, el Congo, la República Central Africana, Venezuela, Perú y EE.UU., y sus artículos han aparecido en publicaciones en todo el mundo, incluido el New York Times y Los Angeles Times. En 2007, Amnistía Internacional lo nombró Periodista del Año. En 2008 fue la persona más joven en ganar el principal premio británico para escritura política, el Premio Orwell.

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Fuente: http://www.informationclearinghouse.info/article27842.htm

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