sábado, 3 de octubre de 2009



La angustia del Cardenal Urosa Sabino.
Por: Salvador Ramírez Campos
Fecha de publicación: 03/10/2009
Ya sabemos que el Cardenal Urosa es un hombre permanentemente perturbado por obnubilaciones. Que por ello busca en la sedación la calma que lo reintegra a su verdadero estado de hombre reaccionario. Amarrado a concepciones que provocarían la hilaridad del más distraído de los cavernícolas. Hace poco desató uno de esos rayos capaces de competir con el resplandor de las hogueras inquisitoriales. A través de la magia del Internet nos sorprendió con su tesis, expuesta sin tapujos, de la educación clasista. Se impone, dice el prelado, agigantar en las élites la conciencia de que ellas nacieron para vivir en plenitud, sin desasosiego; para explotar y someter a los oprimidos de siempre; y a éstos, que sepan, que su existencia conlleva la sumisión y la explotación como eterna condena. Hace suyo el cura en sedación el pensamiento de Mouche, personaje de "El Crimen de un Académico", novela de Anatole France: "Advierta, caballero, que debemos educar a los pobres muy cautamente, atentos a la situación humilde y de absoluta dependencia que les corresponde ocupar en el mundo."

Aunque el purpurado negó la paternidad de sus palabras (los sacerdotes siempre reniegan de sus paternidades), nosotros lo entendemos. Las mismas son hijas de la confusión que atormenta a Urosa; en el momento de proferirlas estaba consternado por una advertencia bíblica: "¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os engañéis: que ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios." (Corintios 6:9,10) Tan letal catálogo inquietaba al divino pastor.

Sin duda el día era aciago para el virtuoso conductor de almas. Las noticias despedían muy mal olor: Mark Hourigan, convicto de abuso sexual con un niño de once años, fue designado Pastor del templo City Refuge; y el arzobispo Silvano Tomasi, observador por El Vaticano en la ONU, acababa de declarar que los sacerdotes católicos que abusan de niños no son pedófilos, sino efebófilos, son religiosos homosexuales que se sienten fuertemente atraídos por chicos entre once y diecisiete años. Que sólo un porcentaje mínimo de estos oficiantes cristianos, apenas un 1,5 % o un escaso 5% de ellos podrían ser considerados como efebófilos. Y algo más; la crisis de pedofilia, ahora efebofilia, era más grave entre protestantes y judíos.

Ahora el Cardenal se debatía en la vorágine infernal del pecado. Pero, ¿cómo llamar a algunos de sus colegas? Según Corintios, "afeminados y homosexuales" o a la manera de Monseñor Tomasi "efebófilos". Una frase de Juan lo inquietaba (I 4:15) "Si me amáis, guardad mis mandamientos". ¿Guardan los mandamientos los fornicarios, los afeminados, los homosexuales, los efebófilos? ¿Y los calumniadores e injustos, como Lucker y Porras? ¿No entran ellos en el catálogo de Corintios? El Cardenal no estaba bien. Ahora recordaba al padre Piñango, al padre Soto.

Una sentencia de Ciorán aumentó su confusión:"Las religiones cuentan en su balance más crímenes de los que tienen en su activo las más sangrientas tiranías." ¿También la católica? Por ello, pensó, la única salida es impedir que los pobres tengan acceso a la educación, porque ésta los pervierte y mete en ellos la ansiedad de equipararse a los ricos y porque un pueblo culto nos relegaría. Tendríamos, para vivir, que trabajar como cualquier hijo de Dios.

Esa angustia justifica la tesis de la educación elitesca que propone el divino Urosa.

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