Guerra avisada.
Luis Britto García...07/09/2009
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Para que no digan que no les avisé: hace años escribo que todo país con hidrocarburos tiene una guerra en su futuro, y que el plan maestro de Estados Unidos es atizar un conflicto entre Colombia y Venezuela para quedarse con las ruinas de ambas. Pero un pronóstico no es una fatalidad. Ya examinamos las debilidades que pueden victimizarnos. Estudiemos las fortalezas que pueden salvarnos.
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Un conflicto contra Venezuela es un conflicto contra la región. Dijo Bolívar que para nosotros la Patria es América. La intrusión de fuerzas extranjeras a todos nos invade. Son objetivos de las bases militares de Estados Unidos los hidrocarburos, el agua dulce y la biodiversidad de Ecuador, Brasil y Venezuela, y por ende, los de Bolivia, Paraguay y Argentina y el resto de América del Sur. Brasil es, según el año, la sexta o la séptima economía del mundo, el octavo productor de armamentos, y de sus 176 millones de habitantes se podría levantar un ejército que a partir de su fuerza actual de 361.928 soldados superara ampliamente los 459.687 efectivos que para 2007 registra el presupuesto de Colombia. La Gran Armada de Napoleón se abismó en las vastedades de Rusia; los 8.547.000 de kms 2 de Brasil podrían ser la tumba de mucho paramilitar. Cualquier agresión nuclearía en torno de Brasil a casi toda la región; la Unión Europea, Rusia y China presionarían contra el desequilibrio de poder en la zona. Por otra parte, del lado nuestro estaría Cuba, que derrotó a Estados Unidos en Playa Girón y al apartheid en Sudáfrica. Es demasiado camisón como para que se meta en él una Petra que alega no poder controlar su propio territorio.
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Pues el pretexto o la coartada para abrir las puertas al ejército de Estados Unidos sería la incapacidad de las fuerzas colombianas para reducir unos cuantos carteles de delincuentes comunes y una insurgencia política de poco más de diez mil hombres. En lugar de aplicar la ley a los irregulares, el poder instituido se ha ilegalizado transmutándose en paramilitar, parajudicial, parapolítico, narcopolítico. Mal puede pretender controlar el barrio quien no gobierna la propia casa. No caben dos gallos en el mismo gallinero, y si dos ejércitos comparten el mismo territorio es porque uno está haciendo el papel de gallina. Antes que abrirle las puertas a un ocupante extranjero, un gobierno que ha perdido el control de la situación debería renunciar por incompetencia, dejar el paso a su propio pueblo soberano, el sector que más ha sufrido en una contienda civil que se prolonga sesenta años. Un patriota renuncia al gobierno, pero no a la soberanía.
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Y en efecto, en la vecina República ha ocurrido una plena abdicación de la soberanía. Si por ésta entendemos la inalienable potestad de darse leyes propias, ejecutarlas y juzgar las controversias sobre su aplicación, los tres atributos dejaron de existir para el gobierno –no para el pueblo- de un país hermano. Expiró la potestad de legislar, pues ha sido entregada en acuerdos secretos que el Presidente no se atreve a hacer públicos. Falleció la facultad de ejecutarlas, pues soldados extranjeros bajo comando foráneo se atribuyen el control de la insurgencia y el narcotráfico, que es competencia de los poderes públicos locales. Murió el derecho de juzgar controversias, pues los soldados extranjeros gozan de inmunidad frente a las leyes de la Hermana República y no pueden ser procesados por sus tribunales.
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Sobre el circo no discuto con Popi, sino con el dueño. El propietario de las bases estadounidenses es Estados Unidos. ¿Planea enfrascarse ahora mismo en otra guerra? Ya está empantanado en dos conflictos mayores. Ambos empezaron con falsos pretextos. Los dos arrancan con la promesa de una victoria en pocas semanas. Los dos se arrastran desde hace más de seis años. En ambos sus fuerzas están desmoralizadas, se drogan, se suicidan, desertan. En ninguno está el final a la vista. Apenas se abre la cámara de los horrores, y el mundo se espanta ante las torturas, los asesinatos de civiles, las deportaciones en masa. Estados Unidos se debate entre la crisis financiera, el desempleo y la perspectiva de una insurrección social. Votó en las elecciones por un cambio: no es probable que acepte la misma medicina.
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Si el amo del circo no contesta, divirtámonos con los payasos. Las bravatas guerreristas, los pujos marciales, el escudarse tras las botas del policía del mundo pueden parecer proyectos napoleónicos, pero en las pistas todo gesto ampuloso disimula miserias. La grandilocuente amenaza es el malabarismo para hacer pasar por el aro un Tratado de Libre Comercio y la reelección de un equilibrista. Cada quien es del tamaño de sus estratagemas.
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Ante intenciones tan mezquinas, evitemos grandes frases, pronunciamientos ampulosos. Y mejor ahorrémonos frases y pronunciamientos. La oligarquía vecina sólo entiende el lenguaje de los hechos. Bastó una enérgica defensa de las aguas territoriales para que retiraran la fragata Caldas. Sobró un control del contrabando de extracción para que presentaran excusas por el secuestro de Granda. Será suficiente un moderado filtro aduanal para que la oligarquía que se nutre de nuestra gasolina y alimentos subsidiados y exporta anualmente bienes con valor de seis mil millones de dólares hacia Venezuela le hale las orejas a su pendenciero portavoz y lo mande a excusarse cual mansa oveja. Entre ambos países hay un cúmulo de intereses, negocios y puestos de trabajo que no pueden ser sacrificados a una estrategia reeleccionista de un político. Vigilemos las bases militares de allende las fronteras: derruyamos las bases paramilitares que nos han ocupado sin disparar un tiro. No concedamos inmunidad judicial a soldados extranjeros, ni inmunidad judicial y tributaria a capitales extranjeros. Guerra avisada sí mata a quien no se prepara.
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Una áspera soga se ata al cuello quien sirve de instrumento de Estados Unidos. Los talibanes y Sadam Hussein fueron armados por el Imperio, para luego ser bombardeados y linchados por él. Así paga el diablo a quien le sirve.
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Mientras tanto, hagámonos fuertes
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