Hace varias semanas los principales medios de comunicación colombianos han intensificado su campaña contra Venezuela, queriendo hacer aparecer a la república bolivariana como la promotora de una posible guerra entre los dos países. La operación ideológica es simple: colocar una cortina de humo frente a la desafortunada decisión del gobierno colombiano por aumentar la ignominiosa presencia de tropas y mercenarios Norteamericanos en nuestro territorio, que pone en grave peligro la seguridad regional, y al mismo tiempo, caricaturizar las legitimas protestas del gobierno venezolano contra el aumento de las bases y su denuncia frente a la amenaza que ellas representan. Quieren confundir al agredido con el agresor.
¿Quienes representan el verdadero peligro para la paz regional? No es Venezuela, ni su gobierno. Quienes desde hace más de un siglo han promovido la división en el Continente; quienes han invadido incontables veces las naciones de América Latina y el Caribe con distintas excusas para defender “los intereses de los ciudadanos Norteamericanos”. No nació con Venezuela la doctrina Monroe, ni el “destino manifiesto” que se adjudican los EEUU para intervenir en cualquier lugar de América si los consideran necesario. Más de un siglo atrás los países de América han sido víctimas de las intervenciones directas del ejército Norteamericano (República Dominicana, Panamá, Haití, Puerto Rico,...), del impulso, financiación y entrenamiento de mercenarios y escuadrones de la muerte locales para desestabilizar gobiernos adversos o procesos revolucionarios (Cuba, El Salvador, Nicaragua, Guatemala, Colombia,...), del financiamiento de partidos de oposición, actos terroristas y campañas masivas de desestabilización (Venezuela, Bolivia, Ecuador,...) y del apoyo a golpes de Estado y dictaduras militares o civiles (Chile, Argentina, Brasil, Uruguay, Honduras,...).
Desde hace más de 50 años los Estados Unidos han aprendido que la mejor manera de garantizar sus inversiones, el saqueo masivo y las materias primas en el continente, es mediante el desarrollo de una guerra integral, donde el componente fundamental es de tipo ideológico. Desarrollando una vasta y multimillonaria red de medios de comunicación, gobernantes sumisos, grupos de choque locales, aliados regionales, y la mayoría de las fuerzas armadas bajo entrenamiento Norteamericano, sumado a un bombardeo masivo y constante de la cultura y el “way of life” estadounidense, se logra penetrar en muchos aspectos de la vida de nuestros países, garantizando el despojo masivo casi con total impunidad.
Hoy, frente a la crisis mundial y el relativo declive de su poderío económico, EEUU necesita garantizar su dominio con fuerte presencia militar en la región. 7 Bases colombianas, aeropuertos para aterrizaje de aviones de guerra, despliegue de inteligencia, en última instancia, una fuerza de ocupación en nuestro territorio, que sumado a la ya existente desde 1962 con la doctrina de la Seguridad Nacional, convierten a nuestro país en verdadera cabeza de playa del despliegue militar de EEUU y entierra cualquier ilusión de construir una nación democrática.
El peligro real para la región lo constituye un ejército capaz de intervenir en cualquier lugar del mundo, capaz de arrasar con civilizaciones enteras (Iraq). Un ejército que ha aumentado las tropas en Afganistán, que amenaza con intervenir Irán, que es cómplice del genocidio israelí al pueblo palestino, que sigue manteniendo a sangre y fuego su domino mundial. “¿hasta cuando la barbarie en nombre de la libertad?”, preguntaba con justa razón el escritor Eduardo Galeano.
Venezuela tiene razones para sentirse amenazada. EEUU ha financiado a través de varios organizaciones “no gubernamentales” (como la “NED”, National Endowment for Democracy) a partidos de oposición y grupos de choque en ese país. Apoyó el golpe de Estado en abril de 2002, el sabotaje petrolero, y la campaña de desprestigio y desestabilización.
Colombia ha infiltrado paramilitares en las zonas fronterizas que trafican con droga y generan terror en esos territorios, y se han descubierto varios intentos de asesinato contra el presidente Chávez a través de esos grupos paramilitares apoyados por sectores de la oposición.
Para nadie es un secreto, Venezuela está tratando de impulsar un modelo de desarrollo diferente al neoliberal, con reformas sociales, grandes inversiones estatales, mejoramiento del aparato productivo y crecimiento sustentable. Políticas intolerables para la clase dirigente colombiana y norteamericana.
Cualquier país del mundo que trate de marchar contra la corriente, que trate de impulsar reformas que planteen un desafío para los privilegios de los poderosos tiene que buscar la manera de defenderse frente a amenazas externas e internas siempre presentes. No es nuevo. El desarrollo de milicias urbanas y rurales para defender una posible invasión, de un ejército profesional bien entrenado y capacitado, de armamento apropiado, el entrenamiento popular en métodos de defensa, y la movilización general capaz de entregarlo todo por defender la dignidad de su nación y el proceso revolucionario en marcha. Lo hizo Cuba hace décadas y por ello los EEUU no se atreven a invadirla directamente.
Estar preparados para lo peor, es una vieja lección de la historia que si se olvida puede costar bastante caro a los pueblos. Y Venezuela tiene el deber de prepararse para la defensa.
Es tiempo de decirlo claramente. La plutocracia que gobierna Colombia no representa la nación. Su ejército es un ejército de ocupación, al servicio del imperialismo. La verdadera amenaza para el pueblo colombiano está representada en la clase dirigente cuyo delirio guerrerista ha llevado a embargar la nación para mantener sus privilegios. Si ya empeñaron a Colombia y entregaron su soberanía con el más descarado cinismo, serán capaces de sacrificar al propio pueblo si los planes estratégicos de EEUU lo demandan.
Los colombianos que anhelan la paz han visto en los poderosos del país el mayor obstáculo para ella durante décadas. Han sufrido el desplazamiento masivo, las campañas de exterminio, la criminalización, y han sentido el rigor de una guerra interna que no acaba. Entre la Colombia de los poderosos y privilegiados y la Colombia de la gran mayoría existe un abismo. Los unos defienden intereses foráneos, los demás sufren las consecuencias del saqueo y de la guerra que las oligarquías se empeñan en mantener.
Sólo la movilización masiva del pueblo colombiano impedirá que nuestro país sea usado como plataforma de hostigamientos e invasiones. Sólo recuperando la soberanía de manos de aquellos que traicionaron a la patria entregándola a los EEUU se podrá impedir una guerra fratricida. Pero si aún así ellos insisten en propiciarla, sabemos de qué lado de la barricada estaremos. No será con los imperialistas.
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