El 30 de octubre del presente año es una fecha vergonzosa en la historia de Colombia y de América Latina, porque ese día se firmó el “acuerdo” militar entre Estados Unidos, presidido por un Premio Nobel de la Paz (¡!) y un gobierno ilegitimo e ilegal que se ha enseñoreado en nuestro territorio y que lo administra como si fuera su finca privada. Esta fecha, en la que se consumo la abyección servil de las clases dominantes y del Estado a los intereses imperialistas de los Estados Unidos se suma a otras fechas, igualmente vergonzosas de las relaciones de las clases dominantes de este país con los Estados Unidos. Al respecto es bueno recordar algunas de ellas:
12 de diciembre de 1846: se firmó el tratado Mallarino-Bidlack con los Estados Unidos, mediante el cual el gobierno de la Nueva Granada (nuestro nombre de entonces) autorizó a aquel país a intervenir en Panamá cuando lo considerara necesario, como efectivamente lo van a hacer las tropas yanquis que ocuparon el Istmo en 15 ocasiones durante la segunda mitad del siglo XIX.
19 de septiembre de 1856: Tropas de Estados Unidos desembarcan por primera vez en suelo colombiano, en el istmo de Panamá, a raíz de la llamada “guerra de la Sandía”, un incidente entre habitantes locales y aventureros gringos.
18 de agosto de 1885: Tropas de los Estados Unidos ejecutan en Panamá al líder radical y mulato Pedro Prestán, Jefe Civil y Militar de Colón, como represalia porque éste había hecho prisioneros a un oficial de la marina y al Cónsul de ese país. Con esta ejecución, junto con la de dos generales del ejército de Prestán, se reimplantó la pena de muerte que había sido abolida por la constitución de 1863. Antes de ser ejecutado en forma arbitraria e ilegal por las tropas de ocupación extranjeras, Prestan manifestó que “los estadounidenses suponen que ha llegado la hora de apropiarse del Istmo” e hizo un postre llamado para que todo el país se oponga a la intervención de los Estados Unidos para evitar la realización de sus propósitos”.
3 de noviembre de 1903: Mediante una maniobra artera, preparada en Wall Street, se cercenó a Panamá del resto del territorio colombiano, para apoderarse del Canal y establecer un enclave neocolonial que duró un siglo. En esa ocasión, las tropas de los Estados Unidos impidieron el desembarco de refuerzos del ejército colombiano que pretendían doblegar a los separatistas.
6 de diciembre de 1928: El ejercito colombiano, recibiendo ordenes del gobierno central y con el beneplácito de los empresarios gringos, masacró a unos 3000 trabajadores en la zona bananera por haberse atrevido a organizar una huelga contra la empresa estadounidense United Fruit Company.
23 de octubre de 1950: El régimen ultraconservador de Laureano Gómez, para congraciarse con los Estados Unidos y borrar su apoyo al eje fascista durante la Segunda Guerra Mundial, aprobó el envío de tropas colombianas a la guerra de Corea, constituyéndose en el único gobierno de América Latina que participó de manera directa en ese conflicto, dando su vergonzoso apoyo a los Estados Unidos.
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Han existido otras fechas lamentables como las señaladas, pero sólo hemos mencionado algunas, con el fin de recordar los niveles de ignominia alcanzados por la oligarquía de este país con respeto a los Estados Unidos. Ese breve ejercicio de memoria es necesario para recalcar lo que se consumó el 30 de octubre, cuando se “legalizó” la conversión del territorio colombiano en un portaviones terrestre de los Estados Unidos y se hipotecó nuestra soberanía hasta el punto de convertirnos en una semicolonia, por el estilo de Puerto Rico, el flamante Estado Libre Asociado, sometido desde 1898 a la tutela del águila imperial.
Por si hubiera duda de nuestro nuevo carácter de protectorado yanqui, solo basta ojear el texto que se dio a conocer del “acuerdo”: se permite a las fuerzas armadas de los Estados Unidos el uso, y el abuso, de siete bases en nuestro territorio, junto con los aeropuertos internacionales y todo lo que aquellas consideren necesario, sin pagar impuestos; se concede total impunidad a las tropas de los Estados Unidos, incluidos los mercenarios y el personal administrativo; y se autoriza a que construyan y adecuen las bases militares a su conveniencia. Con esto, el suelo colombiano se ha convertido, formal y oficialmente, en la sede de las tropas de los Estados Unidos para operar en todo el continente latinoamericano e incluso llegar hasta África.
Eso lo dice sin ningún recato un documento oficial de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, expedido en mayo de este año, en el cual se afirma de manera textual que la base militar de Palanquero, en Colombia, "garantiza la oportunidad para conducir operaciones de espectro completo por toda América del Sur". Ese mismo documento agrega que uno de los objetivos de su toma de Colombia radica en combatir “la amenaza constante de los gobiernos antiestadounidenses”, y desde allí se va a proceder a realizar todo tipo de actividades, incluyendo labores de espionaje. Como es obvio que ya no necesitan espiar en este país, van a espiar a los países vecinos. ¡Mas claro no canta un gallo! Ahora si se entiende porque desde antes del 30 de octubre, en el presupuesto de los Estados Unidos se aprobó una cifra de 46 millones de dólares para remodelar la base de Palanquero, desde donde van a operar aviones que pueden recorrer el continente, hasta la Patagonia, sin que necesiten reabastecerse de combustible. Por supuesto, esos vuelos no se hacen para conocer los cielos del continente o realizar alguna misión filantrópica, sino que tienen objetivos militares directos, como espiar, sabotear, atacar e invadir a los países que no se quieran plegar a los objetivos de Washington. Eso lo sabe cualquiera que tenga dos dedos de frente y conozca un mínimo de la historia de los Estados Unidos.
Como el cinismo y la mentira se han convertido en el deporte nacional del régimen uribista, minutos después de la firma del pacto semicolonial, el anodino individuo que oficia como Ministro de Relaciones Exteriores de esta finca gringa llamada Colombia, procedió a declarar, como fiel vasallo, que con este acuerdo se beneficiaba no sólo Colombia sino todos los países de la región, los cuales no debían temer nada, pues Colombia era respetuosa de la soberanía de los demás. (Si, tan respetuosa, como lo ha sido con Venezuela y con Ecuador en los últimos años) ¡Mayor descaro no puede haber, para hacer aun más humillante la entrega de estos cipayos al imperialismo estadounidense!
Ante tanto entreguismo y servilismo oficial, también se ha notado otro, igual o peor, el de los intelectuales que, salvo contadas excepciones en una que otra columna de prensa, no sólo se han quedado callados ante el ignominiosa entrega de nuestra soberanía, sino que incluso la han aplaudido y alabado. ¿Qué ha dicho García Márquez para denunciar tan vil tratado o será que sus “putas tristes” no le dejan tiempo para expresarse sobre los problemas acuciantes del país? ¿Acaso los violentologos y politólogos, que pululan en los medios de comunicación, no están haciendo cuentas de los dólares que podrán ganar alabando a los nuevos colonizadores del Norte como los “garantes de la paz” en Colombia y en el continente? ¿No cumplen un papel de complicidad con la dominación imperialista los funcionarios de ONGs que trabajan, en forma simultánea, con el gobierno y con misiones de cooperación internacional y que dicen ser los voceros de la “sociedad civil” (y algunos entre ellos forman parte de la mal llamada Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación)? ¿Y por qué el Polo Democrático ni siquiera ha denunciado la vergonzosa entrega realizada por este régimen ilegal?
Por lo visto, a diferencia de lo sucedido en otros países en los que quedan individuos dignos que no se someten en forma dócil al oro de Washington, en nuestro medio los intelectuales y académicos, cercanos al régimen o que forman parte de él, han perdido por completo cualquier sentido de decencia y responsabilidad moral. Por eso, no puede esperarse que alguno de ellos tuviese, en un excepcional momento de lucidez y dignidad, el decoro de renunciar a alguno de sus privilegios y procediese a denunciar tanto servilismo y entreguismo al imperio y se negase a seguir formando parte de un régimen criminal. A estos intelectualillos de oficio pueden aplicarse al pie de la letra las palabras de José María Vargas Vila, quien usó su pluma y alzó su voz contra la expansión imperialista de Estados Unidos a comienzos del siglo XX, cuando afirmó que “la corrupción del alma es más vergonzosa que la del cuerpo” y “los serviles, los impostores y los cobardes” forman la mayoría.
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