En marzo de 2008 sonaron los tambores de guerra en la región. Los militares colombianos habían bombardeado e invadido Ecuador (Sucumbios) para atacar un campamento móvil de las FARC. El presidente agredido, Rafael Correa, rompió relaciones diplomáticas con el agresor y puso en pie de lucha a su fuerza armada. En la frontera colombiana-venezolana también el aire se cortaba con un cuchillo, pues Hugo Chávez llamó a “zafarrancho de combate”, en parte por solidaridad con Correa y en parte por autodefensa propia.
Desde aquel conflicto al actual han cambiado algunas cosas. La visión optimista dirá que tras veinte meses de ruptura entre Quito y Bogotá, se han reanudado las relaciones diplomáticas. Días atrás los respectivos cancilleres firmaron reponer los encargados de comercio en sus embajadas, lo que indica la mejoría y el límite (aún está verde la situación para nombrar embajadores).
Sin ser pesimistas, la frontera entre Colombia y Venezuela está otra vez al rojo vivo, con diez paramilitares colombianos muertos del lado venezolano, dos soldados de la Guardia Nacional Bolivariana asesinados por militares o paramilitares de la otra parte, y dos espías colombianos detenidos por la seguridad de Chávez con documentación del DAS (Dirección Administrativa de Seguridad). Este es el órgano de inteligencia colombiano que depende del presidencial Palacio de Nariño.
Según el canciller bolivariano, Nicolás Maduro, esa papelería capturada a los espías demostraría los planes de Uribe para desestabilizar a los gobiernos de Cuba y Ecuador, además obviamente de Venezuela. Al ministro de Defensa colombiano, Gabriel Silva, no se le ocurrió mejor descargo que decir que era grave que la cancillería del otro país tuviera documentos del DAS. Eso le dejó la pelota picando a Maduro, quien replicó: “lo grave no es cómo llegaron a nuestras manos sino lo que contienen, que ellos reconocen como veraz, que el gobierno colombiano dirige una operación de espionaje contra los gobiernos de la región”.
Tantas polémicas de alto voltaje han puesto esas relaciones bilaterales en uno de sus peores momentos, que incluyen el cierre temporal de la frontera que separa al estado de Táchira (Venezuela) de Santander (Colombia). Semejante confrontación no se alivia porque sacerdotes católicos de ambos países jueguen un partido de fútbol en Cúcuta, Santander. Hacen falta gestos mucho más importantes de la parte uribista, que ha fogoneado ese conflicto por lo menos desde 2007. En esa ocasión pidió a su colega venezolano que oficiara de mediador para la liberación de retenidos de las FARC y luego le revocó el nombramiento, acusándolo de ser casi un integrante del Secretariado Nacional de los rebeldes.
La distensión entre las partes, con “la foto” de la reunión del Grupo de Río en República Dominicana en 2008, fue apenas una instantánea. En “la película” pesan mucho más los encontronazos.
Rol de EE UU
Aquella problemática relación se hizo casi inmanejable por la intromisión de un tercero, Estados Unidos, que a mediados del corriente año confirmó la gestión de uso de siete bases militares en territorio colombiano. Eso agrietó el vínculo de Bogotá con la casi totalidad de Unasur, Unión de Naciones Suramericanas, integrada por una docena de países. Además de Chávez, en esa oposición militaron Correa y Evo Morales, con una postura más tibia de crítica de mandatarios como Cristina Fernández y Lula da Silva.
Tanto en la reunión de ese espacio suramericano en Quito como en la de San Carlos de Bariloche, Colombia casi no tuvo amigos. Ni siquiera los conquistó tras una previa gira de Uribe por varios de los países involucrados.
El problema fue que el 30 de octubre pasado se firmó finalmente ese acuerdo, que lejos de ser un bálsamo para la desconfianza regional operó como un combustible arrojado a un foco ígneo. El canciller colombiano Jaime Bermúdez (ex embajador en Buenos Aires) y el embajador norteamericano en Bogotá, William Brownfield, suscribieron el documento según el cual los militares norteamericanos podrán emplear las bases aéreas de Palanquero, Barranquilla y Apiay; las de tierra en Tolemaida y Larandia; y las navales en Cartagena y Base Málaga.
Uno de los puntos más cuestionados es que permite la radicación de 800 militares estadounidenses y 600 contratistas (léase mercenarios), que gozarán de inmunidad en caso de delitos. Será total en el caso de la primera categoría. No vaya a pensarse que esas cantidades son topes rígidos, porque el 4/11, al publicarse el texto del acuerdo, se supo que los dos gobiernos pueden aumentarlas.
Tratando de maquillar el pacto, ambas partes han declarado que esas bases se centrarán en la lucha contra el narcotráfico y el narcoterrorismo, que para las administraciones Uribe y Obama vendrían a ser lo mismo. Esto pese a que la CIA y el DAS nunca pudieron mostrar siquiera una foto del extinto Manuel Marulanda, que lideró por décadas a las FARC, fumándose un porrito…
En agosto pasado, cuando arreciaban las críticas al anuncio de las instalaciones militares, Hillary Clinton envió una misiva a los cancilleres de Unasur. Les aseguraba que las tropas de su país actuarían sólo dentro de Colombia. ¿Cómo creerle a un imperio que ha hecho del engaño y la mentira una regla con pocas excepciones?
Tiran contra Chávez
Recapitulando, el 30 de octubre se firmó el convenio militar entre Bogotá y Washington, y el 4 de noviembre se conoció su texto, lo que encendió las alarmas en Caracas. Con esos elementos en su poder, Chávez llamó a los integrantes de las Fuerzas Armadas de su país y las milicias, así como a la población en general, a “prepararse para la guerra”. Su llamamiento no era, obviamente, para emprender ninguna ofensiva ni atacar a nadie, sino para organizar la defensa nacional. Era seguir el viejo adagio de “Vis pacem para bellum” (“Si quieres paz prepárate para la guerra”).
Uno de sus párrafos en el programa dominical del 9/11, “Aló presidente”, dejó clarísimo el sentido de autodefensa de su convocatoria, absolutamente alejada de cualquier ataque a Colombia. Dijo Chávez: “vamos a formar los cuerpos de milicianos, a adiestrarnos, los estudiantes, trabajadores, mujeres, listos para defender esta patria sagrada”.
Pero las autoridades colombianas, promotoras de la desestabilización regional, aprovecharon ese discurso para denunciar a Venezuela ante la OEA. El representante colombiano ante el organismo, Luis Hoyos, acusó el 13/11 a Venezuela de amenazas de agresión y de no cooperar con la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo.
Huelga decir de parte de quién está Washington y la derecha continental. Una parte de ésta, la mediática, también tiene partido tomado en la controversia. Los diarios de la SIP –particularmente La Nación y Clarín en Argentina- dirigen sus cañones contra el jefe de Estado venezolano, como si fuera el causante de la tirantez y aún de la guerra. El sería el autor de las “bravuconadas” y los atentados a la paz.
Uribe sería una carmelita descalza…
La nación bolivariana es la víctima en esta historia, pues desde 1999, cuando Chávez asumió su primer mandato presidencial, viene sufriendo campañas adversas que en 2002 incluyeron un frustrado golpe de Estado. El fugaz dictador, el empresario Pedro Carmona, vive asilado en Colombia, como otros de los golpistas de entonces.
Las declaraciones del Departamento de Estado y del Comando Sur considerando a Chávez un peligro para la paz regional, sus ejercicios militares, el relanzamiento de la IV Flota en julio de 2008 y ahora las nuevas bases en Colombia, más las que ya usaban, indican quién es el verdadero peligro para la paz y estabilidad regional.
Como alertó el bolivariano, de la base de Barranquilla a Caracas, los aviones norteamericanos pueden estar en 20 minutos. Y suponiendo que la administración Obama no ordene vuelos de ese tipo, ¿quién asegura que futuros inquilinos de la Casa Blanca no lo hagan?
Fidel Castro escribió que en el futuro la derecha republicana volverá al gobierno y “entonces se verá con toda claridad lo que significan esas bases militares que hoy amenazan a los pueblos de Suramérica con el pretexto de combatir el narcotráfico”. Este hombre algo sabe de la política norteamericana contra sus vecinos.
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