Honduras demuestra con claridad la ilusión de alianzas con las denominadas burguesías nacionales en los procesos de lucha por cambios, incluso en los países en los cuales el desarrollo de las fuerzas productivas es inconsistente. Manuel Zelaya no es un Chávez, un Evo y ni tampoco un Rafael Correa; está lejos de cualquier barniz socialista. Para ser depuesto, le bastó querer cambiar la Constitución conservadora e incorporar al país al ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas) –una integración complementaria y solidaria, no imperialista- en busca de recursos y alternativas capaces de mitigar injusticias sociales.
Honduras también demuestra que, aunque los EUA detengan la hegemonía mundial (inclusive en proceso de decadencia), el mundo ya no es unipolar. Tiende a ser cada vez más multipolar. El imperialismo estadounidense no logró consumar el golpe que patrocinó a escondidas, en articulación con el núcleo duro de la oligarquía hondureña.
El modelo del golpe no es original. Dos golpes anteriores ocurrieron de la misma manera: una falsa renuncia del Presidente de la República, su aprisionamiento de sorpresa, sin proceso, el traslado en avión para fuera del país y la toma de posesión de un fantoche de confianza de los EUA y de la oligarquía local. El golpe en Honduras es un desempate; de ahí su importancia. En uno de los golpes, en Haití, lograron sacar del poder al Presidente elegido, Arístides; en Venezuela, no lograron derribar al Presidente Chávez.
En el caso hondureño, hubo errores en la ejecución del plan golpista. El mayor de ellos fue la falta de una satanización previa de Manuel Zelaya, para que la opinión pública mundial, manipulada por la prensa única, “comprendiera” las razones del golpe. Esto llevó también a la aplastadora mayoría de los gobiernos del mundo a repudiar inmediatamente el golpe, incluso, algunos de ellos para no permitir que este tipo de golpe se transformase en una “jurisprudencia” en contra de ellos mismos.
Honduras demuestra aun, principalmente en política externa, que el presidente de los Estados Unidos no pasa de un mero portavoz de lujo del verdadero poder imperialista, formado por el gobierno de facto, invisible, compuesto por cuadros del Departamento de Estado, del Pentágono, de la CIA y del complejo industrial-militar.
Se engañan los que imaginan que hay alguna divergencia entre Obama y Hilary Clinton, que parecen hacer movimientos diferentes. En realidad, se trata de una división de tareas, en que el Presidente critica moderadamente el golpe (para simular que representa cambio) y la Secretaria de estado opera hábilmente una táctica para resolver la crisis con una solución que, a pesar del fracaso del golpe, contemple lo más importante para los EUA y la oligarquía: los resultados políticos que motivaron el golpe.
Confirmando un dicho popular brasileño que dice que “hijo feo no tiene padre”, los EUA simulan hace un mes que no tienen nada que ver con el golpe ni con el histriónico “presidente” de opereta, y ganan tiempo para desmotivar la renitente movilización popular, inviabilizar el plebiscito acerca de la reforma constitucional, comprometer o neutralizar a Zelaya con acuerdos rebajados a crear las condiciones para un pacto de élites, un gobierno de “unión nacional”, que excluya los sectores populares y garantice los privilegios de la clase dominante y del imperialismo.
Zelaya acaba por alimentar ese juego, con sus errores y/o conciliaciones. Cuando acepta una negociación de cartas marcadas, mediada por un ventrílocuo del imperio, reconoce en la práctica el gobierno golpista. Cuando amenaza con entrar al país y desiste, fortalece a los golpistas y desanima a la resistencia.
Otros precios ciertamente serán cobrados en las negociaciones: una ruptura con el ALBA y la manutención (quien sabe la ampliación), de la estratégica base militar yanqui de de Soto Cano. Al final de cuentas, Honduras dispone de grandes reservas de petróleo y queda exactamente entre los dos países con gobiernos progresistas en Centroamérica, articulados en el ALBA: El Salvador y Nicaragua.
El objetivo principal de esta táctica es la elección de un “tertius” de consenso entre las élites, para “unir el país y legitimar el golpe. El títere de turno será carta fuera de la baraja. Ya hizo su parte. La tarea de convocar las elecciones puede ser cumplida por el propio Zelaya, que retornaría al país solamente para convocar las elecciones, sin derecho a la reelección y a la Constituyente. Su premio de consolación sería una amnistía y el derecho de concurrir en el futuro. Hay otras alternativas. El propio Michelett puede convocar elecciones anticipadas sin poder concurrir o aun renunciar para que el Presidente de Corte Suprema asuma y la convoque. Para averiguar las responsabilidades del golpe, nada mejor que la creación de una comisión de “notables”, destinada solamente a conciliar.
El plan es perfecto. Pero dos factores pueden derrotarlo.
Uno de esos factores es la intensificación de la movilización popular que ante este cuadro, debe inmediatamente acrecentar otra bandera, para cuando vuelva el Presidente depuesto. Hoy ya no basta que él vuelva. Tal vez sea momento de que la heroica resistencia popular hondureña una la bandera por la vuelta de Zelaya a la realización del plebiscito acerca de la Constituyente. Hasta para poder continuar luchando por esta bandera, en caso de que el Presidente vuelva solamente para operar el pacto de las élites. La lucha popular puede incluso asumir un nivel superior, como alternativa de poder.
Otro factor es la solidaridad internacional. No solamente la importante solidaridad actual de gobiernos de países capitalistas y organismos multilaterales, pues estos irán a respaldar inmediatamente el pacto de élites, incluso el gobierno brasileño, a pesar de estar teniendo una posición correcta y firme por la vuelta de Zelaya. Me refiero a la solidaridad internacionalista, única forma de contribuir para que la solución de la crisis hondureña haga avanzar, y no retroceder el proceso de mudanzas.
Es hora de que las organizaciones políticas y sociales del campo popular y de izquierda que actúan en Latinoamérica (1) marquen un gran y unitario evento, preferencialmente en Nicaragua, no solamente para verbalizar la solidaridad de los pueblos de la región, sino sobre todo para, a partir de ahí, promover actos unitarios y simultáneos en toda Latinoamérica, de respaldo a una salida popular para la crisis hondureña.
Nota:
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