La escalada es continua. Durante la semana pasada, se multiplicaron los informes en los medios sobre los ejercicios de la fuerza aérea de Israel en Italia y ensayos de misiles de largo alcance. El derechista gobierno israelí subió aún más el listón e hizo caso omiso de las advertencias de su ejército sobre las repercusiones que podría tener la acción de atacar a Irán. El OIEA, el organismo atómico de la ONU, publicó su informe sobre el programa nuclear de Irán, fomentando aún más los llamados a disciplinar a la República Islámica.
Las potencias occidentales amenazan con sanciones más duras. El supremo líder de Irán prometió rápidamente que golpearía con puño de hierro a los que ataquen a Irán. El líder de Hizbulá, Hassan Nasrallah, advirtió de que un ataque contra Irán o Siria llevaría a una guerra regional. Al día siguiente una explosión mató a por lo menos 17 soldados en una base militar iraní cerca de Teherán. Ahora ha estallado un escándalo de espionaje entre Teherán y Kuwait.
No es por primera vez que la amenaza de una guerra generalizada preocupa a la región. Las brutales invasiones estadounidenses de Afganistán e Iraq abrieron un período de extrema inestabilidad y presionaron para más militarización de los conflictos de Pakistán a Yemen. La guerra de 2006 de Israel contra el Líbano y su ofensiva de 2008 contra Gaza fueron dos vueltas más de la doctrina bélica de Bush.
Un potencial ataque a Irán siempre estuvo al acecho a la sombra de esas guerras, pero nunca llegó a una etapa de implementación. La gran presencia militar en Iraq hizo que el ejército de EE.UU. fuera más –no menos– vulnerable a represalias. La recesión global y la oposición interior en EE.UU. redujeron la probabilidad de un ataque semejante. Esto no impidió que EE.UU., Israel, y sus aliados árabes –es decir los Estados del Golfo y Jordania– invocaran repetidamente la “amenaza” iraní para sembrar la discordia entre Irán y sus vecinos árabes, y para distraer la atención de Israel como amenaza primordial de los países árabes.
A pesar de esos esfuerzos, parecía que la campaña nunca adquirió pleno impulso. Washington estaba suficientemente desesperado como para fraguar el guión de un complot iraní para asesinar al embajador de Arabia Saudí en Washington. Fue una tormenta en una taza de té. La verdadera amenaza de una guerra total a corto plazo sigue siendo pequeña, a pesar de todo el rechinar de espadas. Pero algo ha cambiado: Siria.
Siria era una pieza clave en el eje antiestadounidense que se extendía de Teherán al Sur del Líbano. La guerra de 2006 dio al régimen de Assad un aumento muy necesario de su popularidad. La alianza Hizbulá/Siria/Irán se convirtió en un pacto de defensa común. Después de 2006, cualquier guerra será regional.
Los levantamientos árabes no sacudieron esa alianza al nivel de los regímenes. Al contrario, unieron más estrechamente a las partes aliadas. Pero la efectividad de esta alianza dependía parcialmente de la legitimidad de su razón de ser (antiestadounidense y antisionista) entre los pueblos de la región, incluidos los de los países involucrados.
Esta legitimidad se ha debilitado considerablemente en Siria. El frente interior de Siria se ha vuelto frágil y asequible al apoyo a la intervención extranjera. La culpa, claro está, es enteramente del régimen y su obstinada –pero esperada– negativa a ceder el poder.
La culpabilidad del régimen, sin embargo, no cambia el hecho de que la oposición organizada en Siria y su estado actual, y por mucho tiempo, es demasiado débil para determinar la forma y la oportunidad de cualquier intervención internacional. La oposición se ha convertido en rehén, por la fuerza o por decisión propia, de los planes de las potencias occidentales y de sus aliados del Golfo. Los dos últimos probablemente emplearán una serie de tácticas para derribar al régimen sin llegar a un ataque militar. Un régimen que ya es débil se debilitará aún más y su proceso de toma de decisiones también se convertirá en rehén de las directivas de Teherán.
En suma, los sirios tendrían poca influencia en una futura guerra regional que si estallara se libraría en gran parte en su país. A diferencia de guerras anteriores, la autoridad moral de un frente antiimperialista y antisionista se perderá después del derramamiento de sangre siria a manos de su régimen. Pero quienquiera gane, la medida de la destrucción y el daño causados sobrepasará por un gran margen cualquier ventaja que traiga la liberación de Siria del Partido Baaz. La guerra se librará en suelo sirio y el daño será sobre todo para Siria. La guerra de la OTAN en Libia será poco en comparación considerando la capacidad militar de las fuerzas pro y contra el régimen en esa parte del mundo árabe.
El régimen es consciente de los peligros inherentes a la interferencia extranjera y utiliza este hecho para chantajear a la gente que piensa en sumarse al levantamiento. Esto no debería conducir a una negativa automática de considerar un escenario semejante. Si estalla una verdadera batalla o si la agitación sigue siendo una guerra de palabras, el daño causado por la concentración en los enfoques militares o internacionalizados será considerable para la verdadera lucha por el cambio.
La guerra es el camino más corto y seguro para silenciar el disenso. Cuanto más se atraiga la atención sobre las rivalidades y tensiones regionales, más será subsumida la agenda real de la revolución por un discurso nacionalista vacío sobre la liberación de Siria o su defensa. Los apologistas del régimen se unirán a Assad y dirán “os lo advertimos”, ignorando que el régimen es el culpable total al invitar a la intervención extranjera. El Consejo Nacional Sirio calificará de cómplices del régimen a los que se oponen a la intervención.
Los motivos fundamentales de la rebelión pueden por lo tanto perderse en la reyerta. El régimen derramará pocas lágrimas por ese hecho. Pero no el pueblo sirio que arriesga su vida por la libertad y le interesa el resultado. Si la rebelión tiene el propósito final de lograr una auténtica democracia y justicia social, podrá verse obligado a considerar los medios –incluidos los de evitar la guerra– con tanta seriedad como el fin: el justificado derrocamiento del régimen.
Hicham Safieddine es director gerente de al-Akhbar English
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
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