Quilombolas brasileñas a la sombra de una base espacial
IPS...10/07/2010
La instalación de una base espacial en su territorio alteró la forma de vida que por siglo y medio mantuvieron en este municipio del estado brasileño de Maranhao los habitantes de los quilombos, las comunidades agrícolas comunitarias de antiguos esclavos. Un acuerdo entre los dos gobiernos permite a Estados Unidos usar la estación de lanzamiento de cohetes y seguimiento de satélites desde el año 2000.
Para las mujeres quilombolas de Alcántara, a la lucha junto a los hombres por defender los violentados derechos de sus comunidades afrodescendientes, se sumó la batalla por mantener áreas productivas femeninas especialmente afectadas por la base, por mejorar las condiciones de su forzado nuevo hábitat o por ser tenidas en cuenta en las reparaciones demandadas al Estado brasileño.
Cada una de esas comunidades del municipio se desarrolló con culturas, dialectos, formas productivas y reglamentos internos diferentes. Pero a todas les unió estar en las tierras elegidas en 1983 por el Ministerio de Aeronáutica para instalar el Centro de Lanzamiento de Alcántara, una urbe patrimonio cultural de Brasil desde 1948.
Un acuerdo entre los dos gobiernos permite a Estados Unidos usar la estación de lanzamiento de cohetes y seguimiento de satélites desde el año 2000.
Ubicada a 22 kilómetros de Sao Luis, capital de Maranhao, en el nordeste atlántico brasileño, casi 80 por ciento de los 19.000 habitantes del área urbana y rural de Alcántara viven de los también llamados remanentes de quilombos y sobreviven de la pesca, la agricultura y la silvicultura, practicadas con métodos tradicionales.
La base y sus sucesivas expansiones no incluyeron consulta alguna con las comunidades ni contemplaron la continuidad de sus actividades económicas, pese a que la Constitución de 1988 las reconoció como territorios originarios.
En el área expropiada vivían 503 familias en 48 comunidades, y en cuanto el centro comenzó a operar, unas 312 familias de 32 quilombos fueron transferidas a "agrovillas", unos conjuntos de casas de albañilería y algunos servicios básicos, como escuela, iglesia, centro social y casa de harina de mandioca, un alimento esencial para los quilombolas.
Desde 1986 se constituyeron siete agrovillas, cuyas familias enfrentan el impacto de la total alteración de su antigua organización social y económica. La división de la propiedad extinguió, por ejemplo, el sistema secular de "uso común de la tierra", y cada unidad asignada es insuficiente para mantener a las familias.
La fuente complementaria de subsistencia, la pesca, se hizo casi impracticable por la distancia de playas y ríos y el control del litoral por la base.
En 1992, surgió el Movimiento de las Mujeres Trabajadoras Rurales de Alcántara (Montra) para hacer oír sus planteamientos específicos frente al centro espacial.
Las líderes femeninas ayudaron también a fundar en 1999 el Movimiento de Trabajadores Afectados por la Base Espacial e integraron después el Foro de Apoyo a Comunidades de Alcántara, en que organizaciones de todo tipo defienden los derechos de los descendientes de aquellos esclavos huidos o libertos.
Una de las consecuencias del desplazamiento de las familias quilombolas fue el éxodo rural y la formación de barriadas precarias de palafitos y ocupaciones de la zona urbana de Alcántara, además de violencia.
"La desagregación socio-cultural de las familias trajo la prostitución infantil-juvenil, muchos casos de embarazo precoz y aumento de las enfermedades sexualmente transmisibles", cuyo foco son las niñas y adolescentes oriundas de los quilombos, señaló a IPS Fátima Diniz Ferreira, militante del movimiento femenino y ex coordinadora de Montra.
Cajueiro, a 14 kilómetros de la ciudad, es uno de los siete quilombos desplazados a agrovillas, donde las familias sobreviven sembrando mandioca, maíz, arroz y pescando en el riachuelo más cercano.
Las mujeres contribuyen al ingreso familiar, de unos 110 dólares mensuales, con la extracción artesanal del aceite de las almendras de los cocos babasú, una palmera predominante en Maranhao a la que los quilombolas dan múltiples usos.
Cada litro de ese aceite usado para alimentación, limpieza y cosmética, lo venden a 2,6 dólares en San Luis o en Alcántara. "Somos 30 rompedoras de cocos, yo lo soy desde los 18 años, pero las jovencitas no quieren hacerlo porque es muy duro", explicó Zildene Torres Silva, 33 años, casada y con dos hijos, que llegó a la agrovilla de niña.
Cada rompedora de cocos logra entre 21 y 27 dólares mensuales con el aceite. Basilia Diniz Silva, de 58 años, se queja de que es una labor demasiado dura para tan poca ganancia. "Pasamos mucho calor, a menudo nos enfermamos, porque hay que darle con el pilón y luego llevarlo al fuego", dijo durante una visita de IPS a la agrovilla.
Y sin embargo, la peor parte, aseguran, se la llevan las jóvenes del nuevo Cajueiro, donde solo hay una escuela de primaria. "Las jóvenes aquí no tienen futuro, trabajan en el campo, ayudan a los padres, se casan pronto", dijo Araujo.
Torres, madre de una adolescente, comenta que los jóvenes de Cajueiro cuando consiguen terminar la primaria, si quieren seguir la educación secundaria tienen que ir a Alcántara. Su hija, de 14 años, puntualiza que además después de la secundaria no hay nada más que hacer, salvo irse a otro lugar.
Regina Lúcia de Azevedo Pacheco, coordinadora del Centro de Formación para la Ciudadanía, ha participado en un proyecto que se desarrolla en Alcántara desde 2005 con la cooperación del Centro de Cultura Negra.
El proyecto forma al profesorado en los centros urbanos del estado en la apreciación de la historia de la cultura africana y su resistencia en Brasil, de manera de facilitar una visión crítica de la realidad misma.
Las jóvenes tienen pocas perspectivas. "El sueño de la universidad está muy lejos de la mayoría, limitadas a un futuro de tareas domésticas, tener hijos demasiado temprano o emigrar a centros urbanos a trabajar como empleadas de hogar o engrosar las filas de desempleados o subempleados", dijo Pacheco.
Si quieren seguir estudiando, tienen que irse, y eso no es fácil para las economías familiares quilombolas. "A veces las niñas repiten varios años el último grado de la escuela primaria porque no tienen manera de salir de las comunidades", afirmó.
En la actualidad, además, la base espacial se prepara para lanzar cohetes y demanda extender su área de cobertura, lo que achicará aún más el espacio para los quilombos.
Las comunidades buscan un pronunciamiento de la Corte Federal, que obligue a cumplir el compromiso de no ampliar la instalación en áreas quilombolas de alto rendimiento.
Pacheco considera que hay un proceso de extermino de los quilombolas de Alcántara, que viven en amenaza perpetua, pese a la resistencia de sus comunidades y a que la mayoría no quiere dejar atrás la tierra donde nacieron y crecieron y su historia individual y colectiva.
Fuente original: http://ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=95830
Para las mujeres quilombolas de Alcántara, a la lucha junto a los hombres por defender los violentados derechos de sus comunidades afrodescendientes, se sumó la batalla por mantener áreas productivas femeninas especialmente afectadas por la base, por mejorar las condiciones de su forzado nuevo hábitat o por ser tenidas en cuenta en las reparaciones demandadas al Estado brasileño.
Cada una de esas comunidades del municipio se desarrolló con culturas, dialectos, formas productivas y reglamentos internos diferentes. Pero a todas les unió estar en las tierras elegidas en 1983 por el Ministerio de Aeronáutica para instalar el Centro de Lanzamiento de Alcántara, una urbe patrimonio cultural de Brasil desde 1948.
Un acuerdo entre los dos gobiernos permite a Estados Unidos usar la estación de lanzamiento de cohetes y seguimiento de satélites desde el año 2000.
Ubicada a 22 kilómetros de Sao Luis, capital de Maranhao, en el nordeste atlántico brasileño, casi 80 por ciento de los 19.000 habitantes del área urbana y rural de Alcántara viven de los también llamados remanentes de quilombos y sobreviven de la pesca, la agricultura y la silvicultura, practicadas con métodos tradicionales.
La base y sus sucesivas expansiones no incluyeron consulta alguna con las comunidades ni contemplaron la continuidad de sus actividades económicas, pese a que la Constitución de 1988 las reconoció como territorios originarios.
En el área expropiada vivían 503 familias en 48 comunidades, y en cuanto el centro comenzó a operar, unas 312 familias de 32 quilombos fueron transferidas a "agrovillas", unos conjuntos de casas de albañilería y algunos servicios básicos, como escuela, iglesia, centro social y casa de harina de mandioca, un alimento esencial para los quilombolas.
Desde 1986 se constituyeron siete agrovillas, cuyas familias enfrentan el impacto de la total alteración de su antigua organización social y económica. La división de la propiedad extinguió, por ejemplo, el sistema secular de "uso común de la tierra", y cada unidad asignada es insuficiente para mantener a las familias.
La fuente complementaria de subsistencia, la pesca, se hizo casi impracticable por la distancia de playas y ríos y el control del litoral por la base.
En 1992, surgió el Movimiento de las Mujeres Trabajadoras Rurales de Alcántara (Montra) para hacer oír sus planteamientos específicos frente al centro espacial.
Las líderes femeninas ayudaron también a fundar en 1999 el Movimiento de Trabajadores Afectados por la Base Espacial e integraron después el Foro de Apoyo a Comunidades de Alcántara, en que organizaciones de todo tipo defienden los derechos de los descendientes de aquellos esclavos huidos o libertos.
Una de las consecuencias del desplazamiento de las familias quilombolas fue el éxodo rural y la formación de barriadas precarias de palafitos y ocupaciones de la zona urbana de Alcántara, además de violencia.
"La desagregación socio-cultural de las familias trajo la prostitución infantil-juvenil, muchos casos de embarazo precoz y aumento de las enfermedades sexualmente transmisibles", cuyo foco son las niñas y adolescentes oriundas de los quilombos, señaló a IPS Fátima Diniz Ferreira, militante del movimiento femenino y ex coordinadora de Montra.
Cajueiro, a 14 kilómetros de la ciudad, es uno de los siete quilombos desplazados a agrovillas, donde las familias sobreviven sembrando mandioca, maíz, arroz y pescando en el riachuelo más cercano.
Las mujeres contribuyen al ingreso familiar, de unos 110 dólares mensuales, con la extracción artesanal del aceite de las almendras de los cocos babasú, una palmera predominante en Maranhao a la que los quilombolas dan múltiples usos.
Cada litro de ese aceite usado para alimentación, limpieza y cosmética, lo venden a 2,6 dólares en San Luis o en Alcántara. "Somos 30 rompedoras de cocos, yo lo soy desde los 18 años, pero las jovencitas no quieren hacerlo porque es muy duro", explicó Zildene Torres Silva, 33 años, casada y con dos hijos, que llegó a la agrovilla de niña.
Cada rompedora de cocos logra entre 21 y 27 dólares mensuales con el aceite. Basilia Diniz Silva, de 58 años, se queja de que es una labor demasiado dura para tan poca ganancia. "Pasamos mucho calor, a menudo nos enfermamos, porque hay que darle con el pilón y luego llevarlo al fuego", dijo durante una visita de IPS a la agrovilla.
Y sin embargo, la peor parte, aseguran, se la llevan las jóvenes del nuevo Cajueiro, donde solo hay una escuela de primaria. "Las jóvenes aquí no tienen futuro, trabajan en el campo, ayudan a los padres, se casan pronto", dijo Araujo.
Torres, madre de una adolescente, comenta que los jóvenes de Cajueiro cuando consiguen terminar la primaria, si quieren seguir la educación secundaria tienen que ir a Alcántara. Su hija, de 14 años, puntualiza que además después de la secundaria no hay nada más que hacer, salvo irse a otro lugar.
Regina Lúcia de Azevedo Pacheco, coordinadora del Centro de Formación para la Ciudadanía, ha participado en un proyecto que se desarrolla en Alcántara desde 2005 con la cooperación del Centro de Cultura Negra.
El proyecto forma al profesorado en los centros urbanos del estado en la apreciación de la historia de la cultura africana y su resistencia en Brasil, de manera de facilitar una visión crítica de la realidad misma.
Las jóvenes tienen pocas perspectivas. "El sueño de la universidad está muy lejos de la mayoría, limitadas a un futuro de tareas domésticas, tener hijos demasiado temprano o emigrar a centros urbanos a trabajar como empleadas de hogar o engrosar las filas de desempleados o subempleados", dijo Pacheco.
Si quieren seguir estudiando, tienen que irse, y eso no es fácil para las economías familiares quilombolas. "A veces las niñas repiten varios años el último grado de la escuela primaria porque no tienen manera de salir de las comunidades", afirmó.
En la actualidad, además, la base espacial se prepara para lanzar cohetes y demanda extender su área de cobertura, lo que achicará aún más el espacio para los quilombos.
Las comunidades buscan un pronunciamiento de la Corte Federal, que obligue a cumplir el compromiso de no ampliar la instalación en áreas quilombolas de alto rendimiento.
Pacheco considera que hay un proceso de extermino de los quilombolas de Alcántara, que viven en amenaza perpetua, pese a la resistencia de sus comunidades y a que la mayoría no quiere dejar atrás la tierra donde nacieron y crecieron y su historia individual y colectiva.
Fuente original: http://ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=95830
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