Ya desde los tiempos remotos en que Angelino, delgado y garboso, se bañaba en las aguas procelosas de la Unión Patriótica o del sindicalismo, sentía la nostalgia profunda de ser de centro, de centro izquierda, como llama él mismo al risco en el que ahora, sin la elasticidad de otrora, está parado.
Y ahora, desde ese punto agreste, siente tremenda nostalgia por ser de derecha, o, más exactamente, de extrema derecha, un suelo lleno de almohadones hacia el que lo vemos rodar desbocado.
Este genuino embeleco por un futuro perjuro no tendría nada de particular, si no fuera porque Angelino ha subido de tres en tres los peldaños de ese ascenso empinado. Un estado físico tan admirable, que no agobian pruritos de lealtades o de pensamiento, éticos o morales.
Detalles que sin duda contribuyeron a dejarlo apto para ser la fórmula vicepresidencial de Juan Manuel Santos, el otro trepador sin par en la escarpada patria que es Colombia. Apenas Nohemí, en chiste, les hace cosquillas. Y ahí los habemos y ahí los tendremos. Harina de otro costal, sí, pero amasando el mismo pan. No revueltos, pero sí juntos.
Ni el milagroso de Buga, el Cristo negro y popular al que ambos tomados de la mano y de manera populachera le rezan de rodillas por la televisión, logrará el portento de que a alguno de los dos les importen las cosas más allá del beneficio propio.
Si a Angelino alguna vez le importó algo el destino de los suyos, o de los que lo fueron cuando él lo era, ahora esperará valerse de eso para engatusar y embaucar a los susodichos. Angelino de señuelo, es la tarea. El coste de tamañas galanuras de una oligarquía que no da puntada sin dedal.
Es innegable que Angelino fue una vez un líder aguerrido, de ímpetu juvenil, militante del Partido Comunista. Voz y fuerza en la Federación de Trabajadores Estatales, FENALTRASE, en la CSTC (central obrera que apilaba a sectores de sindicatos de tendencia comunista) y en la Central Unitaria de Trabajadores (CUT). Parte y presencia en la destrozada Unión Patriótica (UP).
Por eso esta clase de entregues son tan graves. La inconsecuencia importa un bledo, mas no así el uso y abuso del discurso social, de la letanía sindical postrera, para seducir incautos y dulcificar la conciencia de peatones. Y para aflojar el bolsillo de gringos y europeicos, que en su despiste ven la pera de Angelino colgando del olmo de los Derechos Humanos.
Él mismito lo dijo, como si nada, como dando a entender que en verdad fuera cierto o que se lo creía: “Hay que renovar el protocolo con esta oficina (la de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos de Naciones Unidas en Colombia), para avanzar en lo que han sido los logros de Colombia en materia de derechos humanos”.
Y esa, para no ir más lejos, es la trilla en boga.
Ahora todos quieren proteger y fortalecer los Derechos Humanos en el país. Hasta el próximo embajador estadounidense, Peter Michael McKinley, habla de hacerlo. Y los medios alimentan la desaborida idea de que el gobierno de Obama ahora sí dará un giro hacia lo social en la relación con un país que sólo le importa como tienda de abarrotes, en el barrio pobre que es la América del Sur.
Todos quieren, también, “mejorar la atención a los 3 millones de desplazados”, que, conforme a los datos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), en realidad ya pasan de los 4.100.000. O, por lo menos, se les ha ocurrido acordarse de ellos, de que existen. O, simplemente, dejar de aderezarlos a punta de infiltrados de las guerrillas.
Y, cómo no, también se cierne el aguacero ya anunciado del “diálogo social” entre empresarios, trabadores y Gobierno, “a fin de concretar políticas salariales, políticas laborales, y procurar la promulgación de manera concertada del estatuto del trabajo, tal como lo manda la Constitución Política Nacional”. Ténganse fino, pues, los trabajadores, que el caballo de Troya está armado, se atusa la crin y avanza.
Es que para darle ligazón al discurso lleno de baches y de frases sin hacer, que parecen copiadas del juego del ahorcado, se acrecienta más allá de su estatura real la figura de Angelino Garzón: Un ciempiés saltimbanqui más que perfecto.
Tal como saltó vivo y coleando de la UP al M–19, adonde llegó a Constituyente de la Carta del 91, Angelino pasó en el ínterin por la campaña del recordado “cura Hoyos” a la alcaldía de Barranquilla, un héroe que a su vez se pasó a villano, y de adalid del pueblo pasó a la cárcel por una apreciable variedad de delitos administrativos.
Pero Angelino abandonó el barco a tiempo, y del redil del M–19 voló por amenazas a España, y saltó como liebre del sombrero del Partido Socialista Obrero Español, el PSOE, entonces con Felipe González a la cabeza, y así fue a dar a Salamanca. Sin embargo, sabido es: Quod natura non dat, Salamantica non praestat. Y con una especialización en derecho administrativo, volvió tal cual.
Ya de regreso, con unas cuantas volteretas ligeras se deslizó en la Comisión Nacional de Reconciliación, una de las tantas, que lideraba la iglesia. Y de allí al Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, durante el Gobierno de Pastrana. En otras palabras, el consejero de liberales hízose ministro de conservadores. Nada nuevo bajo el sol, si nos acordamos de que su amigo Juan Manuel hizo otro tanto. Y ambos, por supuesto, terminaron desembocando en el presente por el mismo tubo ferroso (que no férrico) del uribismo.
Y de otra Comisión Facilitadora para el Acuerdo Humanitario, durante Uribe I, por las curvas del destino y tanto apetito, Angelino fue a dar a la Gobernación del Valle, gracias a una alianza santa (sin Santos) y non sancta (¡sin Santos!).
Sin partido, le sobraron avales. Pero Angelino, seguramente para salir ileso de celos de los partidos tradicionales y reconocidos, saltó en las fauces de Convergencia Cívica y Popular (MCCP), un movimiento casi ignorado entonces, una especie de choza política que guarneció a los paramilitares de Ernesto Báez, o que, incluso, según Claudia López, fue montado por éste “como estructura política del bloque central Bolívar”. Un partido que, en todo caso, avaló dos candidaturas al Senado: la de Carlos Arturo Clavijo, que perdería la investidura por estar untado de paramilitarismo hasta el tuétano, y la de Óscar Iván Zuluaga, ni más ni menos que el ministro de Hacienda de Álvaro Uribe. Y, como ya dije, la de nuestro héroe valluno, para la gobernación vallecaucana.
De ahí, la garrocha lo elevó a la burocracia internacional, y de apoyar a Uribe en la gestión del TLC con los Estados Unidos, pasó a posesionarse a principios de 2009 como Representante Permanente de Colombia ante la Organización Internacional del Trabajo, en Ginebra, Suiza.
Ya converso y apostado en la esquina rosada que soñó una vez desde los oscuros socavones del ideario comunista y la lucha sindical, ya oteando desde alto el horizonte plácido de la Suiza, sin ver por parte alguna las cenizas de los bosques quemados que le dieron tal nombre a esa Confederación, y menos aún la sangre vertida por sus antiguos compañeros de lucha en una patria cada vez más remota, todo, todito todo, lo conducía a la Vicepresidencia de Colombia.
Creo, sinceramente, que Angelino ha sido bueno, lo que se dice un hombre bueno. No es el asesino que hoy deambula a sus anchas por los actuales recovecos del poder, ni es el tramposo desalmado al que le da lo mismo ocho que ochenta, ni es el destripador de moda que cuenta víctimas como trofeos de guerra de la cruzada de los buenos contra los malos.
Tampoco es el cándido que no ve lo que pasa por sus narices. O el bromista que maquilla lo que ve, para contarlo mejor. O el desvirolado que no se percata de los riflazos que le están metiendo adentro.
Angelino Garzón, sencillamente, es alguien que vadeó el río seco de sus convicciones, y ahora se yergue airoso al otro lado, agradecido a Dios por no haberse ahogado y al diablo por acogerlo en su seno caliente.
Ya dirá El Tiempo qué tan bueno habrá de ser el angélico Angelino para los suyos: los Santos, los grandes grupos económicos, los magnánimos empresarios, los socios del Country Club, los caciques, los victimarios, en fin, y qué tan siniestro será para los hostiles: los obreros, los trabajadores, los desplazados, los sindicalistas, las víctimas, en fin, para tanto pobre suelto en un país lleno de la misma clase de cárceles de las que Angelino pudo evadirse a tiempo, en una tarde muy pretérita.
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