El chanchullo es una pieza clave del guión elaborado por el Departamento de Estado para legitimar el golpe, pero hasta ahora sólo los gobiernos más incondicionales de Washington –Colombia, Panamá, Costa Rica y Perú– se han prestado a la infamia de reconocerlo. Este guión comenzó a aplicarse por lo menos desde que la señora Clinton encargó a Óscar Arias la mediación entre el presidente Manuel Zelaya y los golpistas, que aunque dió a éstos un respiro no les pudo conseguir la legitimación planeada por la diplomacia del Potomac debido a la creciente resistencia popular interna y a la negativa internacional a reconocer a la dictadura. Después del fracaso de la gestión de Arias el subsecretario Tomas Shannon asumió personalmente la tarea, que culminó con los acuerdos del 30 de octubre según los cuales se suponía que el Congreso golpista restituiría a Zelaya en la presidencia en cuestión de días. Cuando la dictadura violó flagrantemente lo acordado y el mequetrefe de Micheletti llegó al extremo de crear un gobierno de unidad nacional
al margen de Zelaya, Shannon afirmó que ello no quitaría validez a las elecciones
. Era tanto el interés de Washington en el éxito del chanchullo que durante noviembre se produjeron dos visitas a Honduras de Craig Kelly, el segundo de la diplomacia yanqui para América Latina.
Es una cuestión de principios el no reconocimiento a unas elecciones organizadas por los golpistas, con candidatos golpistas, en un país que lleva en estado de sitio y sometido a una brutal represión desde el 28 de junio y donde no existe respeto alguno por las más elementales libertades democráticas. Para colmo, con empresarios y fanáticos de ultraderecha e integrantes de la contrarrevolución cubana de Miami actuando como observadores internacionales. Congruente con la posición de principios el chanchullo ha recibido un resuelto repudio del presidente de Brasil Luis Inacio Lula da Silva así como de sus homólogos Cristina Fernández de Kirchner, Tabaré Vázquez y Michele Bachelet, del mandatario ecuatoriano Rafael Correa en su condición de presidente pro tempore de Unasur y de todos los gobiernos de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba). La posición firme de estos países ha forzado al Departamento de Estado a un galimatías en los esfuerzos para explicar su postura, que movería a risa si el asunto no fuera tan grave. Es así que este diario en su Rayuela del lunes pasado afirmaba: Una vez legitimen el golpe militar en Honduras, que por ahí va la cosa, ¿quién se atreverá a hablar de democracia en América Latina?
O en palabras de Fidel Castro: Muere el golpe o mueren las constituciones
.
Y es que de eso se trata. De haber diálogo con los golpistas o con el supuesto presidente electo
, o reconocimiento a cualquiera de los actos de la dictadura, se estará sentando el precedente para que, como alertaron Lula y Correa, otros se sientan en libertad de dar un golpe y luego limpiarlo
convocando elecciones
.
La resistencia hondureña ha salido victoriosa y fortalecida de la farsa electoral y esto es muy importante pues será la lucha del pueblo de Honduras y no ningún conciliábulo internacional la que a la postre decida el destino del país centroamericano. No habrá paz en Honduras mientras persista el orden oligárquico que sujeta al imperialismo las estructuras económicas, políticas y sociales del país. No habrá paz en Honduras mientras no se cumpla con el clamor popular de convocar a una Asamblea Constituyente, que con todas las garantías de participación democrática devuelva el poder al pueblo.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2009/12/03/index.php?section=mundo&article=022a1mun
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