Estados Unidos es Estados Unidos y la Doctrina Monroe y el Big Stick Policy no son un mecanismo internacional de extorsión de finales de siglo XIX ni de principios del XX, sino más bien la refundación torpemente sutil y claramente burda de su propia esencia expansionista en el propio siglo XXI, mal denominado posmoderno y globalizado.
El derrumbe de la economía mundial provocada por el juego digital de los especuladores de Wall Street precisaba un mesías con un perfil diferente alcowboy de Texas, que disparaba balas hasta en sus taimadas palabras de luterano del Mayflower. Pero las caras blancas, negras, amarillas, rojas, azules que llegarían a la presidencia de Estados Unidos no cambiarían en nada las líneas estructurales de la política exterior de un imperio que está ávido de mercados, territorios, colonias, bases militares, petróleo, místicas neoliberales y presidentes de frac bien educados que agachen la cabeza como los monjes budistas.
Nadie podía imaginarse que las encrucijadas del señor OBbama en sus primeros meses de mandato tras su apabullante popularidad se iban a cifrar en una provincia de Centroamérica. Esta Honduras insignificante -en sus jergas cosmopolitas- con sus hombres del paleolítico como golpistas por un lado y con una resistencia de hombres y mujeres heroicas por el otro, han desnudado los hilos políticos del poder en Washington, la verdad irrefutable de que el presidente de Estados Unidos es el encargado de la política interior y que la política exterior no se toca ni con el pétalo de una flor, a no ser para desestabilizar procesos populares.
Las declaraciones desafortunadas del presidente Obama en el sentido de calificar de hipócritas las peticiones para que Estados Unidos intervenga en la crisis política de Honduras, cuando quienes piden esto se quejaban en el pasado de su intervencionismo desmedido en la región, están provistas de una ceguera ingenua o de una pragmática discursiva pedida al crédito a los señores republicanos. Y lo afirmo así porque no es una intervención militar la que pedimos, únicamente urgimos de una explicación coherente y efectiva para determinar si Estados Unidos estuvo o no involucrado en el golpe de Estado en Honduras, y la toma de medidas fuertes nos podrían persuadir de lo contrario. Pero, por otra parte, la puesta en práctica de la maquinaria del Pentágono, del Departamento de Estado y el mantenimiento de Robert Gates como Secretario de Defensa de Estados Unidos, quien además fue subdirector de la CIA en la época en que Honduras era la base de operaciones de la Contra y la tolerancia en los movimientos impunes de los halcones, nos clarifican la manida y vulgarizada verdad geopolítica de que el señor presidente es una patética postal de memoriales y Thanksgiving Day y que únicamente puede sentar a un policía blanco y a un maestro negro en su jardín de la Casa Blanca y beberse sus cervecitas para disipar los eternos prejuicios raciales, pero sus palabras pueden ser inadvertidas y pasar a la colección de lo risible para cerrar Guantánamo o quitarle la cooperación militar al ejercito sanguinario de Honduras.
Uno espera una respuesta contundente de Estados Unidos, porque fueron ellos los que adiestraron a estos generales en las prácticas de torturas y de la irracionalidad de sus paranoias ideológicas en la Escuela de las Américas, y tienen los calmantes para librarlos de sus fanatismos falsamente elaborados de salvar al mundo occidental asesinando a su propio pueblo. Además, es lo menos que uno le pide a Estados Unidos, porque son ellos los que proclaman como la trascendencia del sistema mundial la bonanza de la democracia electoral, y si ofrecen una actitud pasiva de tolerar la violación de sus propias reglas republicanas es porque la democracia se vuelve una comedia coyuntural a la que se recurre con la condición de que los pobres voten y sean botados en el eterno sistema de exclusiones. Y, por ultimo, uno pide mínimamente su involucramiento responsable, porque en resumidas cuentas quien enciende un fuego tiene el deber moral de apagarlo, si no las llamas llegarán incluso a los nebulosos y navideños vientos del norte.
Milson Salgado es Fiscal contra la Corrupción y escritor hondureño.
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