Mientras por todo Oriente Próximo bramaban las protestas, Benjamin Netanyahu, el primer ministro de Israel, ofrecía su valoración de loslevantamientos árabes la semana pasada. Era, afirmaba, “una oleada islámica, antioccidental, antiliberal, antiisraelí y no democrática” y añadió que los vecinos árabes de Israel se estaban “moviendo no hacia adelante, sino hacia atrás”.
El primer ministro de Israel debe de tener cierta cara dura o, cuando menos, una colosal capacidad de autoengaño, para estar dando en estos momentos lecciones al mundo árabe sobre liberalismo y democracia.
En las últimas semanas una avalancha de medidas antidemocráticas han logrado el apoyo del gobierno de derecha de Netanyahu justificadas por una nueva doctrina de seguridad: no ver nada malo, no oír nada malo y no decir nada malo de Israel. Si se aprueban las propuestas legislativas, los tribunales israelíes, los grupos de derechos humanos y los medios de comunicación de Israel, y la comunidad internacional se transformarán en los proverbiales tres monos.
La vigilante comunidad de derechos humanos de Israel ha sido el principal blanco de este ataque. Esta semana la facción de Netanyahu del Likud y el partido Yisrael Beiteinu de su ministro de Exteriores de extrema derecha, Avigdor Lieberman, propusieron una nueva ley que acabaría con gran parte de la comunidad defensora de los derechos humanos en Israel.
El proyecto de ley divide de hecho a las ONG en dos tipos: aquellas a las que la derecha define como pro Israel y aquellas consideradas “políticas” o contrarias a Israel. Las favorecidas, como los servicios de ambulancia y universidades, seguirán siendo espléndidamente financiadas con fondos extranjeros, fundamentalmente ricos donantes judíos privados de Estados Unidos y Europa.
A las “políticas” — es decir, aquellas que critican las políticas del gobierno, en especial la referentes a la ocupación — se les prohibirá recibir fondos de gobiernos extranjeros, su principal fuente de ingresos. Las donaciones de fuentes privadas, ya sean israelíes o extranjeras, estarán sujetas a un agobiante 45% de impuestos.
Los criterios para ser calificada de ONG “política” son convenientemente vagos: negar el derecho de Israel a existir o su carácter judío y democrático, incitar al racismo, apoyar la violencia contra Israel, apoyar que políticos o soldados sean llevados ante tribunales internacionales o apoyar el boycot al Estado.
Un grupo de derechos humanos advirtió de que todos los grupos que asistieron al informe del juez Judge Richard Goldstone ante la ONU en 2009 sobre los crímenes de guerra cometidos durante el ataque de Israel a Gaza en el invierno de 2008-09 serían vulnerables a esta ley. Otras organizaciones, como Romper el Silencio, que publica testimonios de soldados israelíes que han cometido o sido testigos de crímenes de guerra, serán silenciadas. Y una ONG Palestina afirmó que temía que su trabajo exigiendo igualdad para todos los ciudadanos, incluyendo la quinta parte de la población que es palestina, y que acaben los privilegios judíos, sería considerada una organización que niega el carácter judío de Israel.
Medios de comunicación y grupos de derechos humanos temen lo peor
Al mismo tiempo, Netanyahu quiere que los medios israelíes estén mutilados. La semana pasada su gobierno apoyó con toda energía una ley de difamación que dejará a pocas personas, aparte de las millonarias, en posición de criticar a políticos y altos cargos. Netanyahu observó: “Se la puede llamar Ley de Difamación, pero yo la llamo la ‘publicación de la ley de verdad’”. Los medios y grupos de derechos humanos temen lo peor.
Este mono no debe decir nada malo.
Otro proyecto de ley, respaldado por el ministro de Justicia, Yaacov Neeman, está diseñado para presentar de manera sesgada la preparación del panel que selecciona los jueces del Tribunal Supremo de Israel.. Varios puestos judiciales están a punto de quedar vacantes y el gobierno espera rellenar el tribunal con personas que comparten ideológicamente su visión del mundo y no deroguen su antidemocrática legislación, incluyendo este último ataque a la comunidad de defensores de los derechos humanos. El candidato favorito de Neeman es un colono que tienen un historial de dictaminar en contra de las organizaciones de derechos humanos.
Destacados legisladores del partido de Netanyahu están impulsando otro proyecto de ley que haría prácticamente imposible para las organizaciones de derechos humanos solicitar acciones del Tribunal Supremos en contra de acciones del gobierno.
El mono judicial no debería ver nada malo.
A un nivel, éstas y toda una serie de otras medidas (incluyendo el cada vez mayar movimiento de intimidación de los medios de comunicación y de la academia israelíes, una ofensiva contra quienes denuncian prácticas ilegales o corruptas dentro la propia organización y la recientemente aprobada Ley de boicot, que expone a las personas críticas con las colonias a caras acciones judiciales por daños) están diseñadas para fortalecer la ocupación desarmando a las personas que son críticas con ella dentro de Israel.
Pero hay otro objetivo aún más importante: asegurarse que las futuras historias llenas de horror de las ocupadas Cisjordania y Franja de Gaza (historias que observan y sigue grupos de derechos humanos, de las que informan los medios de comunicación y son vistas en los tribunales) nunca llegan a oídos de la comunidad internacional.
Se supone que el tercer mono no oye nada malo.
Según la visión de la derecha israelí, la ofensiva se justifica sobre la base de que las críticas a la ocupación no representan inquietudes internas sino no bienvenidas interferencias extranjeras en los asuntos israelíes. Netanyahu y sus aliados consideran la promoción de los derechos humanos (ya sea en Israel, en los territorios ocupados o en el mundo árabe) inherentemente no israelí y antiisraelí.
No hay restricciones a las “intromisiones exteriores” de la derecha
La hipocresía es difícil de digerir. Durante mucho tiempo Israel ha exigido una dispensa especial para interferir en los asuntos tanto de la Unión Europea como de Estados Unidos. Personal de la Agencia Judía hizo proselitismo entre judíos europeos y estadounidenses para persuadirlos de emigrar a Israel. Algo que es completamente excepcional, las agencias de seguridad de Israel están dando carta blanca a los aeropuertos de todo el mundo para hostigar e invadir la vida privada de personas no judías que vuelan a Tel Aviv. Y los representantes políticos de Israel en el extranjero (sofisticados lobbys, como AIPAC en Estados Unidos) actúan como agentes extranjeros aunque no están registrados como tales.
Por supuesto, los escrúpulos de Israel contra las intromisiones exteriores son selectivos. No se planean restricciones para los judíos de derecha del extranjero, como el magnate de los casinos estadounidense Irving Moskowitz, que ha invertido enormes cantidades de dinero para apuntalar las ilegales colonias judías construidas sobre tierra palestina.
Hay, además, una lógica fallida en el argumento de Israel. Como señalan los activistas de derechos humanos, las áreas en las que estos activistas hacen la mayoría de su trabajo no están situadas en Israel sino en Cisjordania y Gaza, que Israel está ocupando en violación del derecho internacional.
La embajadas europeas han tratado en privado de hacer entender ese argumento. La UE concede a Israel un estatus comercial preferente, que supone miles de millones de dólares anuales para la economía israelí, a condición de que respete los derechos humanos en los territorios ocupados. Por consiguiente, Europa argumenta que tiene derecho a financiar el seguimiento del trato de Israel de los palestinos. Es un lástima que Europa no actúe en razón de la información que recibe.
Dado lo fortalecida que está la derecha, es de esperar que se conciban maneras aún más creativas de silenciar a la comunidad defensora de los derechos humanos y a los medios israelíes, y de mutilar a los tribunales como una forma de acabar con la mala prensa.
El objetivo de Netanyahu de hacer que el reloj vuelva varias décadas atrás
Los israelíes están obsesionados con la imagen de su país en el extranjero y con lo que ellos consideran una campaña de “deslegitimación” que amenaza no sólo la continuidad de la ocupación sino la supervivencia de Israel a largo plazo como un Estado étnico. Sus dirigentes se han indignado por las encuestas de opinión regulares que muestran que Israel es uno de los países menos populares del mundo.
La reciente decisión de los palestinos de acudir a la comunidad internacional para que se reconozca su condición de Estado no ha hecho sino aumentar estas quejas.
Israel no tiene intención de alterar sus políticas ni de lograr la paz. En vez de ello, el gobierno de Netanyahu ha estado oscilando entre el deseo desesperado de aprobar todavía más leyes antidemocráticas para ahogar las críticas y un atisbo de contención motivado por el temor a una violenta reacción internacional.
Un debate del gobierno celebrado el mes pasado sobre la legislación en contra de los grupos de derechos humanos apenas se centró en los méritos de la propuesta. En vez de ello, se pidió al presidente del Consejo de Seguridad Nacional, Yaakov Amidror, que explicara a los ministros si Israel podía perder más aprobando estas leyes o permitiendo a los grupos de derechos humanos que siguieran observando la ocupación.
Engañado como podía parecer, el objetivo último de Netanyahu es hacer volver atrás el reloj cuarenta años, a la “época dorada” en la que los corresponsales extranjeros y los gobiernos occidentales se referían, sin enrojecer por ello, a la ocupación de los palestinos como “benigna”.
Donald Neff, corresponsal en Jerusalén de la revista Time en la década de 1970, admitió años después que su trabajo y el de sus colegas era tan pobre en aquella época en parte porque se disponía de muy poca información crítica sobre la ocupación. Cuando él fue testigo de primera mano de lo que estaba pasando su editores en Estados Unidos se negaron a creerle y fue trasladado.
Ahora, sin embargo, el genio ha salido de la botella. Gracias a los activistas de derechos humanos, la comunidad internacional entiende perfectamente bien tanto que la ocupación es brutal como que Israel ha estado trabajando de mala fe por la paz.
Si Israel continúa con su trayectoria actual, finalmente puede destrozarse otro mito que los países occidentales han aceptado durante mucho tiempo, el de que Israel es “la única democracia de Oriente Próximo”.
Jonathan Cook ganó el Premio Especial de Periodismo Martha Gellhorn. Sus últimos libros son Israel and the Clash of Civilisations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East (Pluto Press) y Disappearing Palestine: Israel’s Experiments in Human Despair (Zed Books). Su página web es: www.jkcook.net.
Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Una versión de este artículo se publicó originalmente en The National, Abu Dhabi.
Fuente: http://electronicintifada.net/content/netanyahu-shattering-myth-israeli-democracy/10651#.Tt_EDjgRgUM
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