¿Postcoloniales?
Il Manifesto...25/10/2011
Unas pocas observaciones. Primera. El asesinato del enemigo no es una opción perseguida por Israel únicamente, sino también por las Naciones Unidas, que, a su vez, se la comunican a la OTAN con el visto bueno de todos los gobiernos. El jueves por la noche, en medio del caos de información y desinformación sobre el final de Gadafi, una cosa quedó clara: que Gadafi había sido capturado, herido, arrastrado por la calle, linchado, y ya cubierto de sangre, asesinado. Lo hicieron los rebeldes, con la bendición de su mando y el visto bueno de la OTAN y la ONU.
Hace unos meses, los EE.UU. enviaron un comando entrenado en la demencia, para penetrar a gritos en la casa donde su aliado Pakistán alojaba a Bin Laden para matarlo, enfermo e inerme en su habitación, sin que pudiera hacer el mínimo gesto. Todo el Estado Mayor de Obama asistió a la operación, ya que el comando iba equipado con cámaras. Obama se regocijó tanto por el asesinato como por la actuación de los rottweiler del comando especial, y nadie se avergonzó. Que se asesine a terroristas y dictadores sin previo juicio debe ser un nuevo artículo de la Carta de las Naciones Unidas. Las democracias virtuosas dan licencia para matar en lugar de entregar a sus enemigos a la Corte Penal Internacional, donde podrían revelar los muchos chanchullos que tramaron juntos. ¿Queda en algún lado algún atisbo de derecho internacional? No lo veo.
Segunda. No creo desde hace tiempo -lo escribí- en las dictaduras progresistas. Al igual que el "socialismo de mercado" son un oxímoron que también Il Manifesto hizo suyo. Se da la circunstancia de que soy una de las fundadoras de este periódico, y resulta entre nosotros una divergencia que no es poca cosa. Viene de lejos, de cuando a partir de los 60 y 70 creímos que algunos países, sobre todo "retrasados", podían desempeñar un papel positivo en el mundo con un sistema interno indecente. Fue famoso el axioma de los "dos tiempos": primero, demolamos los monopolios extranjeros y luego ya nos ocuparemos de la democracia. Hasta que parecía una variante del pensamiento socialista, el antiimperialismo. Concepto cada vez más confuso después de la caída de la URSS, porque Rusia resulta "otra" en cuanto al mando de los EE.UU.; China se ha convertido en un gigante del capitalismo mundial con una relativa superexplotación del trabajo; Cuba resulta sólo antiestadounidense porque, como dijo sobriamente, Fidel Castro, el modelo cubano no ha funcionado. Tambien los regímenes de América Latina son, en general, sí antiimperialistas, pero no socialistas. ¿Quién sabe lo que significa en un mundo donde, de dos superpotencias ha quedado una, cuando los candidatos a la hegemonía mundial en los negocios a costa de sus pueblos y de otros más, se multiplican? Aún no hemos llegado a las guerras comerciales: estamos en la carrera comercial para ver quién llega primero al reparto del botín de terceros países, gobernados por algunos sátrapas que heredaron el legado del colonialismo. Historias extrañas de degeneración, especialmente en África, donde varios de los principales líderes anticolonialistas, una vez quitados de en medio los extranjeros, en lugar de hacer crecer su país, se dedicaron a liquidar sin remilgos a sus opositores internos.
Tercera. Que una parte sustancial de esos pueblos se haya sentido oprimida no sólo es comprensible, sino justo. Que en las revueltas de una población joven en la que no pudo circular pensamiento político se introduzcan potencias depredadoras externas, cabía esperarlo. No ha sido la izquierda la que abatió a los dictadores. La izquierda ya no abate a nadie. La falta de un pensamiento y una estructura capaz de asegurar libertad política y protección social resulta dramática una vez abatido o huido el "tirano", porque siempre hay un ejército o una nueva burguesía, o un viejo fundamentalismo listos para ocupar ese lugar. Los pueblos que se rebelaron fueron despojados pronto, véase Túnez y Egipto.
Europa lo sabe, pero de lo que pasa en la otra ribera del Mediterráneo se ocupan los negociantes, no los residuos de las izquierdas históricas ni los gérmenes de la izquierda nueva que trata de emerger fuera de las paredes de las instituciones. Un viejo amigo protestó cuando pedía que se volviera a formar algo parecido a las Brigadas Internacionales: pero qué dices, la revolución española era una cosa seria, estas revueltas son de risa. No sabemos mucho, y nos preocupa aún menos.
También nosotros hemos tenido que depender de aliados más poderosos para derrocar al fascismo. Sin embargo, algún tipo de estructura política, algún partido animó la resistencia, la cual pudo presentarse ante las fuerzas aliadas como posible núcleo de una dirigencia democrática. Hemos de ayudar a que se formen estas estructuras políticas; acompañarlas. En cambio ayer en Túnez, hoy en Libia, acaso mañana en Siria votamos a ver quién es peor: ¿Gadafi o la OTAN? Lo mejor no les pertenece a los no europeos.
Hace unos meses, los EE.UU. enviaron un comando entrenado en la demencia, para penetrar a gritos en la casa donde su aliado Pakistán alojaba a Bin Laden para matarlo, enfermo e inerme en su habitación, sin que pudiera hacer el mínimo gesto. Todo el Estado Mayor de Obama asistió a la operación, ya que el comando iba equipado con cámaras. Obama se regocijó tanto por el asesinato como por la actuación de los rottweiler del comando especial, y nadie se avergonzó. Que se asesine a terroristas y dictadores sin previo juicio debe ser un nuevo artículo de la Carta de las Naciones Unidas. Las democracias virtuosas dan licencia para matar en lugar de entregar a sus enemigos a la Corte Penal Internacional, donde podrían revelar los muchos chanchullos que tramaron juntos. ¿Queda en algún lado algún atisbo de derecho internacional? No lo veo.
Segunda. No creo desde hace tiempo -lo escribí- en las dictaduras progresistas. Al igual que el "socialismo de mercado" son un oxímoron que también Il Manifesto hizo suyo. Se da la circunstancia de que soy una de las fundadoras de este periódico, y resulta entre nosotros una divergencia que no es poca cosa. Viene de lejos, de cuando a partir de los 60 y 70 creímos que algunos países, sobre todo "retrasados", podían desempeñar un papel positivo en el mundo con un sistema interno indecente. Fue famoso el axioma de los "dos tiempos": primero, demolamos los monopolios extranjeros y luego ya nos ocuparemos de la democracia. Hasta que parecía una variante del pensamiento socialista, el antiimperialismo. Concepto cada vez más confuso después de la caída de la URSS, porque Rusia resulta "otra" en cuanto al mando de los EE.UU.; China se ha convertido en un gigante del capitalismo mundial con una relativa superexplotación del trabajo; Cuba resulta sólo antiestadounidense porque, como dijo sobriamente, Fidel Castro, el modelo cubano no ha funcionado. Tambien los regímenes de América Latina son, en general, sí antiimperialistas, pero no socialistas. ¿Quién sabe lo que significa en un mundo donde, de dos superpotencias ha quedado una, cuando los candidatos a la hegemonía mundial en los negocios a costa de sus pueblos y de otros más, se multiplican? Aún no hemos llegado a las guerras comerciales: estamos en la carrera comercial para ver quién llega primero al reparto del botín de terceros países, gobernados por algunos sátrapas que heredaron el legado del colonialismo. Historias extrañas de degeneración, especialmente en África, donde varios de los principales líderes anticolonialistas, una vez quitados de en medio los extranjeros, en lugar de hacer crecer su país, se dedicaron a liquidar sin remilgos a sus opositores internos.
Tercera. Que una parte sustancial de esos pueblos se haya sentido oprimida no sólo es comprensible, sino justo. Que en las revueltas de una población joven en la que no pudo circular pensamiento político se introduzcan potencias depredadoras externas, cabía esperarlo. No ha sido la izquierda la que abatió a los dictadores. La izquierda ya no abate a nadie. La falta de un pensamiento y una estructura capaz de asegurar libertad política y protección social resulta dramática una vez abatido o huido el "tirano", porque siempre hay un ejército o una nueva burguesía, o un viejo fundamentalismo listos para ocupar ese lugar. Los pueblos que se rebelaron fueron despojados pronto, véase Túnez y Egipto.
Europa lo sabe, pero de lo que pasa en la otra ribera del Mediterráneo se ocupan los negociantes, no los residuos de las izquierdas históricas ni los gérmenes de la izquierda nueva que trata de emerger fuera de las paredes de las instituciones. Un viejo amigo protestó cuando pedía que se volviera a formar algo parecido a las Brigadas Internacionales: pero qué dices, la revolución española era una cosa seria, estas revueltas son de risa. No sabemos mucho, y nos preocupa aún menos.
También nosotros hemos tenido que depender de aliados más poderosos para derrocar al fascismo. Sin embargo, algún tipo de estructura política, algún partido animó la resistencia, la cual pudo presentarse ante las fuerzas aliadas como posible núcleo de una dirigencia democrática. Hemos de ayudar a que se formen estas estructuras políticas; acompañarlas. En cambio ayer en Túnez, hoy en Libia, acaso mañana en Siria votamos a ver quién es peor: ¿Gadafi o la OTAN? Lo mejor no les pertenece a los no europeos.
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