Muchos creían que el régimen del coronel Gaddafi en Libia iba a soportar los vientos de cambio que barren el mundo árabe gracias a su brutalidad, la cual consiguió fragmentar a una fuerza de seis millones de ciudadanos en los pasados 42 años.
El que pueda desaparecer en estos momentos, después de unos pocos días de protestas protagonizadas por manifestantes desarmados, es aún más sorprendente después de que el régimen haya destruido sistemáticamente hasta la más ligera intención de oponerse, fragmentando la sociedad libia de tal forma que no hubiera ninguna organización, formal o espontánea, que pudiera consolidarse lo suficiente como para oponérsele.
El islam político, ya fuera radical o moderado, ha sido su víctima principal, especialmente después de una rebelión islamista en Cirenaica, la región más occidental del país, a finales de los años 90. Otros movimientos pasaron también al exilio en 1973, cuando se proclamó la «democracia popular directa» y nació la yamahiriya o el «estado de las masas».
Se sospechaba incluso del ejército libio. Por ello, se seguía y controlada a los oficiales, todo para detectar cualquier posible deslealtad. Es así como ahora no sorprende que algunas de las unidades clave hayan roto con el régimen y posibilitado la liberación del este de Libia.
Causas del colapso
Fuera de la estructura formal de «estado de las masas», la visión idiosincrática de la democracia popular directa en el gobierno desgobernado de Libia, en el que todos los libios estaban teóricamente obligados a participar, las únicas estructuras que toleró el régimen procedían de la base tribal y del movimiento Comité Revolucionario. Éste último ya estaba ligado al régimen por medio de la afiliación tribal y el compromiso ideológico, y servía para disciplinar y aterrorizar a la población a través de la «justicia revolucionaria».
Aparte de estas estructuras, sólo existía la familia del coronel y los riyal al jima, o los «hombres de la tienda», que son los viejos camaradas revolucionaros del coronel, procedentes de la Unión de Oficiales Libres, organizadores de la revolución de 1969 contra la monarquía de Sanussi, la misma que llevó al coronel al poder. A pesar de todo, las tribus no apoyaban necesariamente al régimen, a pesar de que estaban controlados por el «liderazgo social popular», un comité que unía a treinta y dos de los principales líderes tribales bajo la atenta mirada del régimen.
En realidad, las tribus sa’adis de Cirenaica, por ejemplo, nunca han tenido en gran estima al régimen. De ellas nació el movimiento Sanussi, que controló una gran parte de la Libia moderna y Chad durante el siglo XIX. De la mano del Imperio Otomano, los sa’adis capitanearon la resistencia contra la ocupación italiana entre los años 1911 y 1927. La revolución les dejó en desventaja, y mucho tiene que ver el que los revolucionarios procedieran de tres tribus, Qadadfa, Magraha y Warfalla, las cuales habían estado originalmente bajo su servicio.
Puede decirse, en resumen, que la revolución era, en esencia, una inversión de los papeles en la política tribal, a pesar de su compromiso ostensible con el nacionalismo árabe.
Cuestiones geográficas
De hecho, el régimen fue construido a conciencia sobre las espaldas de estas tres tribus, que poblaron los servicios de seguridad y el movimiento Comité revolucionario.
Sin embargo, ellos tenían sus propias quejas. Los Warfalla estuvieron implicados en el golpe de estado fallido de los Bani Ulid de 1993, y sus líderes se negaron a ejecutar a los culpables para demostrar su lealtad al régimen. Los esbirros del coronel Gaddafi organizaron las ejecuciones en su lugar, y se ganaron la enemistad de las tribus. Probablemente esto explica por qué los líderes tribales se unieron a la oposición cuando el régimen empezó a derrumbarse.
Así mismo, existe un imperativo geográfico para que se diera tal rapidez en el derrumbamiento del régimen. Libia es, en su mayoría, un desierto. Las únicas áreas que pueden soportar una población intensiva se encuentran en la llanura de la Yefara en Tripolitania, alrededor de Trípoli, y la de Yabal al Ajdar en Cirenaica, detrás de Benghazi.
El resultado del desarrollo económico alimentado a base de petróleo que impuso el más que rentable Estado a finales de los años 60, ha sido que los seis millones de libios se concentran en áreas altamente y densamente urbanizadas en estas dos ciudades y sus ciudades satélite.
Corrupción
Esto significa que cualquier régimen que pierde el control de estas áreas, ha perdido el control del país, a pesar de que controle zonas periféricas, como los campos de petróleo en el golfo de Sidra, entre ellas. Ésta zona resulta ser la base de los Qadadfa, o los Fezzan, que parece siguen siendo fieles al régimen de Gaddafi.
Sólo así se explica cómo, después de que el ejército en Benghazi cambiara de bando, el régimen perdió el control del este de Libia y por qué su dominio en Trípoli, la capital, ha sido cuestionado tan rápidamente.
Tampoco debemos ignorar la naturaleza del régimen o de la familia Gaddafi como uno de los factores de esta caída. En los últimos años, el régimen se ha beneficiado de las crecientes inversiones extranjeras en Libia, junto con los grandes beneficios del petróleo, después de que se levantaran las sanciones relacionadas con el caso Lockerbie en 1999.
Cuanto más crecía el interés económico extranjero, más crecía la corrupción. A pesar de que el mismo Gaddafi puede no haber sido un corrupto, sus siete hijos y su hija sin duda lo fueron, ya que sus fortunas salen de las comisiones y los chorreos de dinero provenientes del sector del petróleo y el gas.
Los propios libios fueron excluidos de los beneficios que trajo la bonanza del petróleo durante décadas. Por ello, en estos últimos años, la corrupción rampante consiguió inflamar su resentimiento.
«Mercenarios extranjeros»
El líder libio, que no desempeñaba ningún papel formal dentro de la yamahiriya pero que, sin embargo, se aseguró de que el movimiento Comité Revolucionario respondiera sólo ante él, ha jugado con las aspiraciones de sus hijos a sucederle en el poder. Enfrentándoles unos a los otros ha conseguido que ninguno pudiera amasar el poder suficiente como para amenazar su posición.
No es nada sorprendente que, en esta atmósfera de desconfianza y sospechas eternas, el último bastión del régimen hayan sido los mercenarios extranjeros, los mismos que aterrorizaron a los libios con su violencia indiscriminada durante la última revolución en el país.
Sin embargo, ellos también forman parte de la concepción del estado del líder. En los años 80, Libia abrió las fronteras a todos los musulmanes, como parte de su visión del nacionalismo árabe y el radicalismo islámico. Así mimso, el régimen reclutó una «legión islámica» para que la ayudara en sus aventuras en el extranjero, particularmente en África, cuando Chad, Uganda y Tanzania estaban todavía por descubrir.
En 1997, Libia también renunció a su imagen como estado árabe, dando así prioridad a su destino africano. Abrió sus fronteras a África subsahariana, a pesar de las grandes tensiones domésticas que generó la entrada de inmigrantes y que resultaron en revueltas con víctimas mortales en septiembre del 2000.
Ahora, aparte de usar a los migrantes africanos como una herramienta para coaccionar a los estados europeos, como Italia, con la amenaza de la migración incontrolada, también los ha reclutado para que se unan a sus fuerzas de élite alrededor del «Batallón Disuasivo» (la 32ª brigada), que sólo se usa para la represión interna.
No guardan lealtad a los libios, que les odian, y son las fuerzas en las que confía el coronel Gaddafi para asegurarse de que su régimen concluya con un baño de sangre para castigar la deslealtad de los libios para con su visión política.
El futuro
Sea lo que sea lo que piense el coronel (y lo que piensa es el factor determinante de la lucha en Libia hoy por hoy), existen factores objetivos que determinarán el resultado.
Los disturbios en el oeste de Libia han llevado a las ciudades de la llanura de Yefara a caer en el movimiento anti régimen, que sigue ensanchándose. Se dice que han tomado Zuwara y que en Misurata y Zawiya están teniendo lugar graves enfrentamientos entre las fuerzas armadas leales a Gaddafi y el incipiente movimiento de oposición, donde parece que se han estado usando helicópteros ordinarios y de combate.
Incluso si Trípoli sigue bajo el control del régimen, las ciudades de alrededor parecen estar escurriéndoseles de los dedos. Al final, el líder tendrá el control de la capital, nada más. No hay duda de que los enfrentamientos se están volviendo cada vez más sangrientos, con pérdidas que se estiman entre los 600 y 2.000 muertos.
El resultado vendrá determinado por la lealtad de las fuerzas armadas y las instituciones del estado al líder libio.
Ya sobre esto último planean serias dudas: dos ministros, el de justicia y el del interior, han dimitido, y las misiones diplomáticas libias en el exterior van cayendo poco a poco, incluidas misiones tan importantes como las de la ONU en Nueva York y Washington. Los diplomáticos dicen que les asquea lo que ellos consideran un genocidio, en el que las fuerzas armadas libias disparan contra manifestantes desarmados.
Además, cada vez se puede confiar menos en las mismas fuerzas armadas, sin duda una especie de venganza por la manera en la que han sido traicionadas y usadas de malas maneras. Muy pocos en las fuerzas armadas, o entre la población, han olvidado los abusos que les infligió el régimen después de que Libia se viera obligada a salir de Chad, con muchas pérdidas, a finales de los 80.
¿Qué viene ahora?
El problema estriba en que no está nada claro qué es lo puede surgir para reemplazar al régimen del coronel.
Una de las consecuencias de su represión sin límites ha sido el asegurarse de que no emerja ningún movimiento o individuo como alternativa natural. Dentro de Libia, solamente los Hermanos Musulmanes y algunos grupos islamistas extremistas están formalmente presentes.
Fuera de Libia hay una miríada de grupos de oposición, es cierto, pero no hay ninguna prueba de que tengan algún tipo de apoyo real dentro del país.
Así mismo, los estados europeos de la costa norte del mediterráneo están cada vez más asustados por una posible marea de migrantes o solicitantes de asilo que lleguen huyendo de la violencia. Luego está el millón de migrantes subsaharianos abandonados a su suerte en Libia y sus esperanzas de poder cruzar hacia Europa.
George Joffe es miembro investigador de la Universidad de Cambridge y profesor adjunto en el Kings College, Universidad de Londres. Es especialista en Oriente Medio y el norte de África y el ex jefe de estudios del Royal Institute for International Affairs in London (Chatham House).
Traducido para Rebelión por Elisa Viteri
Fuente: http://english.aljazeera.net/
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