Nasser derrocó la monarquía títere de Inglaterra, proclamó la república, nacionalizó el canal de Suez y enfrentó resueltamente la agresión anglo-franco-israelí (1956). Con el apoyo de la Unión Soviética construyó la monumental represa de Asuán, comenzó un importante proceso de industrialización, una reforma agraria y otras medidas que hicieron más justa la distribución de la riqueza. Egipto pasó a ocupar un puesto de primera línea en el movimiento anticolonial. Ello le granjeó a Nasser una enorme simpatía de sus compatriotas. Hasta su muerte (1970) las masas árabes miraban hacia El Cairo como un faro de su dignidad e independencia.
Después todo cambió radicalmente. Al asumir la presidencia Anuar Sadat se inició el camino hacia la subordinación del gobierno egipcio a Washington y a un repugnante concubinato con Israel, sellados con los acuerdos de Camp David (1978). A partir de Camp David, Egipto pasó a convertirse en la columna vertebral de la pax americana en Medio Oriente y el facilitador de una frenética y casi impune actitud agresiva del Estado hebreo en la región. Éste, que siempre se ha distinguido por el incumplimiento de todas las resoluciones de la ONU sobre el conflicto árabe-israelí, sintió llegada la hora de ampliar su expansión colonial a costa de los palestinos y de recrudecer su vieja campaña terrorista contra ese pueblo y contra los estados árabes que resistían. Agredió varias veces a Líbano, bombardeó Irak y Siria, enjauló a los palestinos en condiciones peores que las del apartheid e inició una descarada campaña de asesinatos selectivos de sus líderes y activistas, lo mismo en los territorios ocupados que en capitales árabes como Beirut y Damasco. A partir de Camp David el número de colonos judíos en los ilegales asentamientos dentro de los territorios palestinos subió de 10.000 a 300.000. A la vez Washington acentuó su política hostil contra la independencia de los pueblos de Medio Oriente y de apoyo a sus corruptos y sanguinarios regímenes aliados. Pero en 1979 se llevó la sorpresa de la gran revolución de masas iraní y, por consiguiente, del derrocamiento del Sha Reza Pahlevi, su principal aliado y gendarme en la región hasta entonces.
En vísperas de la desintegración de la Unión Soviética, Estados Unidos se sintió en libertad de lanzar la primera agresión contra el pueblo iraquí a la que siguieron años de bloqueo inmisericorde. Su objetivo era ampliar el dominio sobre el petróleo y las vías marítimas del área, el cual intentó completar con una nueva invasión, y ahora ocupación, de Irak (2003), que aún continúa. Estas aventuras y todas las de Israel desde Camp David se hicieron con la complicidad de Sadat y luego de Mubarak. En cambio el pueblo egipcio siente un profundo repudio e indignación por la capitulación de sus gobernantes ante el imperialismo y el sionismo. La calle egipcia es consciente de los hilos que unen al régimen militar heredero de Mubarak con Washington y Tel Aviv y que éstos hacen, y harán, cuanto puedan por impedir una revolución democrática en su país, como reseñan los corresponsales que dan prioridad a conocer sus pensamientos. Las nuevas autoridades no han derogado el estado de emergencia, liberado a los presos políticos, creado un gobierno de transición representativo de la sociedad, ni hablado siquiera de enjuiciar a Mubarak y recuperar la millonada que robaron él y sus cómplices. El fantasma de la represión flota ominosamente en el ambiente en medio de amenazas veladas de los militares contra la proliferación de las huelgas obreras y el deseo manifiesto de los protestantes de mantenerse movilizados. Pero como decía uno de los jóvenes organizadores: ya conocemos el camino a la plaza Tahrir. En algún momento no lejano se exigirá allí al gobierno el levantamiento del bloqueo a Gaza y la solidaridad sin reservas con el pueblo palestino. Nadie lo dude.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/02/17/index.php?section=opinion&article=028a1mun
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