De espíritu ineludiblemente futbolero, en Brasil se respira cierto aire de entretiempo político, donde sus eminentes figuras se agazapan entre los suyos, piensan y delinean las próximas estrategias.
Una situación consagrada por la impasse que provoca el magnetismo del Mundial de Fútbol de Sudáfrica, en la que los candidatos presidenciales se reservan para apariciones significativas, mientras que, en los entretelones, afinan sus respectivas tácticas, conscientes de que el juego que adopten a futuro será, sencillamente, determinante.
Con todo, oficializado el inicio de la que se prevé será una ajetreada campaña electoral, la pelea que se dirimirá no es menor: se trata de la sucesión de Luiz Inácio Lula da Silva, el presidente que bate récords de popularidad, puertas adentro y afuera del gigante sudamericano.
Según el escenario pronosticado por las últimas encuestas, para los comicios presidenciales del próximo 3 de octubre, el duelo electoral ya tiene sus dos contendientes casi asegurados.
Unos puntos más o menos, los últimos sondeos señalan que la elegida de Lula, la candidata del gobernante Partido de los Trabajadores (PT), Dilma Rousseff, comenzó a imponerse al opositor José Serra, del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (40 y 35 por ciento en intención de voto, respectivamente).
De esta manera, quedaron virtualmente despejadas las dudas que generaba una tercera candidata en discordia, la ecologista Marina Silva, poseedora de una imagen prestigiosa entre los brasileños, pero que, por el momento, sólo araña el diez por ciento en la intención de voto. Así y todo, la representante de los verdes -ex militante del PT y ex ministra de Medio Ambiente de Lula- se volcará, en adelante, a romper la marcada polarización, con el intento de cooptar el voto joven, hilvanando sus preocupaciones por el medio ambiente.
Consagración
La postulación de Rousseff como candidata oficial, en la última convención del PT, no pudo haber llegado en un momento más auspicioso. Ocurre que la hasta hace poco ministra de la Casa Civil -jefa de Gabinete- se mantenía muy debajo de su rival principal.
Por caso, en abril último, la candidata todavía corría con una desventaja de diez puntos, una ecuación que no lograba disipar las voces críticas de algunos popes del partido gobernante, a quienes no les cerraba “la elegida” del presidente. En cambio, el virtual empate entre los candidatos vigorizó la figura de Rousseff y engrosó los respaldos partidarios a lo largo y lo ancho del país.
El punto de inflexión para la escalada de la candidata fueron las jugosas maniobras de su hábil mentor, algunos artificios que le valieron a éste ser multado cuatro veces por el Tribunal Superior Electoral, por haberse adelantado con la propaganda política.
Como si de una pócima infalible se tratase, Lula no sucumbió en su intento de adosarle, crecientemente, pequeñas dosis de su gran carisma y popularidad a la candidata, famosa, más bien, por la rigidez de su carácter y un marcado perfil técnico.
Para explicar mejor la conexión entre ambos, el líder brasileño llegó a decir, en tono de broma: “Me llamaré Dilma Rousseff”, precisamente, en los comicios venideros cuando el nombre de Lula da Silva no figure en las boletas electorales, por primera vez desde 1985.
Sugerente, la frase despertó una maratónica red de comentarios entre los analistas políticos más importantes de Brasil.
El influyente bloguero político Ricardo Noblat recordó: “Lula no disponía de otros nombres para sucederlo, después de la caída de José Dirceu de la Jefatura de Gabinete, y Antonio Palocci, del Ministerio de Hacienda”.
Ciertamente, tiempo atrás, ambos políticos se perfilaban como los candidatos con más chances para reemplazar al ex tornero. Pero, señaló el periodista, tanto la entonces mano derecha de Lula como “el mago de las finanzas” sufrieron un franco declive luego de los escándalos de corrupción que sacudieron al gobierno, en 2005. Implacable, el bloguero continuó: “Asimismo, había otros posibles candidatos, pero Lula optó por Dilma, una petista reciente y sin experiencia electoral. Y la eligió, primero, porque ella es mujer, lo que podría caer bien entre los brasileños. Segundo, porque Dilma demostró lealtad irrestricta hacia Lula. Tercero, porque si ella gana, Dios y el mundo le asignará la victoria al presidente, sólo a él. Si Dilma pierde…Bueno, la culpa será suya también. Pero una derrota podría facilitar el regreso de Lula en cuatro años”.
Pros y contras
Con respecto a la cacería de votos, los especialistas acuerdan en que Serra, por lo menos, se encuentra en una encrucijada mucho más compleja que la de su rival.
Hombre de vasta trayectoria pública, comenzó muy arriba en las encuestas, pero ahora intenta moverse rápido para sortear el relativo estancamiento.
Sabe que cuenta con un elemento valerosísimo: un indiscutido capital político cosechado en el sudeste del país, donde se encuentran los estados más ricos e industrializados, y los distritos electorales brasileños más poderosos, como es el caso de Minas Gerais, Río de Janeiro y San Pablo.
Con todo, la certeza de que esta elección no será fácil para el candidato opositor, pese a la ausencia de Lula, es algo que nadie se atreve a rebatir. Por ejemplo, Fernando Abrucio, politólogo de peso a nivel local, opina sobre el candidato socialdemócrata: “Serra deberá desmarcar su posición de la candidata oficialista. Aunque debería evitar críticas demasiado extremas, que recuerden los peores momentos de la oposición en los últimos años. Cabe recordar que más del setenta por ciento de la población está satisfecha con la gestión de Lula” . Al mismo tiempo, el especialista marcó ciertos pasos ya dados por el aspirante socialdemócrata a la presidencia al afirmar que “la apuesta de Serra es reforzar la idea de que él está disputando la presidencia con Dilma y no con el presidente Lula. Como consecuencia, insta centrar la campaña mirando hacia el futuro, no hacia el pasado ”.
Para Serra, el núcleo de sus dificultades radica en cómo posicionarse en la vereda de enfrente de un gobierno que produjo logros muy valorados en todo el país y que naturalmente alientan la consolidación de su adversaria. En este caso, una devenida “heredera” que, como la propia Rousseff dijo, continuará “ con el Brasil de Lula, pero con alma y corazón de mujer” .
Por nombrar sólo algunos de los caballitos de batalla que convalidan la administración del gobierno actual, cerca de cincuenta millones de personas mejoraron sustancialmente su calidad de vida, en los últimos ocho años. La amplia gama de planes sociales -el más famoso es Bolsa de Familia- sacó de la pobreza a unos veinte millones de personas, al tiempo que otros 31 millones ascendían en la escala social. El salto económico, que hizo de Brasil una potencia emergente clave, y el foco puesto en el eje social fueron de gran impacto en las regiones más pobres, ubicadas al norte y nordeste del país. Por ese motivo, el mayor apoyo hacia el gobierno proviene desde allí. Es todo un legado político en el que Rousseff participó activamente, desde la gestión lulista. Y constituye su mejor carta. El intelectual brasileño Emir Sader advirtió desde su blog que todos estos avances sociales pueden ser simplemente “desmontados” con la asunción del candidato opositor.
Consensos y disensos
Así planteado el panorama, Serra gesticula moderación, y sin bien desliza críticas hacia Lula, por el momento, no les imprime dureza. A diferencia de Rousseff, se sometió con éxito al veredicto de elecciones, con las que consiguió acceder al Parlamento, primero, y a la gobernación del poderoso San Pablo, después.
De todos modos, a la hora del análisis del trayecto que aún resta para la entronización de alguno de los dos candidatos, se encuentran otros elementos que podrían beneficiar a Rousseff. En este sentido, el sociólogo Marcos Coimbra, uno de los encuestadores más importantes del país, afirmó: “Serra ya es conocido por el ochenta por ciento de la población. Tiene menos margen para crecer. En cambio, todavía, alrededor del cuarenta por ciento de los votantes o sabe poco o no sabe nada acerca de Dilma. Ella puede crecer más de veinte puntos en ese segmento ”.
En otras lecturas, al mismo tiempo, se observa como una excepcionalidad de esta campaña la convergencia en varias de las propuestas de los candidatos, un dato de fuerte ligazón a la bonanza económica, apenas afectada por la crisis financiera mundial.
Inclinados estratégicamente hacia el centro, los candidatos no presentan diferencias verdaderamente sustanciales en sus programas de gobierno, según acuerdan los especialistas. Por lo menos, en lo que se refiere a las bases fundamentales de la dinámica económica llevada a cabo en los últimos años.
Asimismo, entre varias de las cabezas del conglomerado económico local, sientan mejor los aires del candidato de la socialdemocracia, mientras que Rousseff provoca ciertos resquemores: muchas veces, es ubicada a la izquierda de Lula, un mandatario que siempre subrayó que, en el ejercicio del poder, es “multiideológico”.
Las desavenencias entre los dos candidatos egresados en Economía surgen respecto de la competencia del Estado. Rousseff es la representante de un Estado fuerte, pero Serra se queja de la centralización y el gasto. Con un marcado corte liberal, aboga, en cambio, por la austeridad. “Cortar desperdicios inútiles, reducir gastos, para poder hacer mejor frente a las necesidades sociales ”, reclamó.
Asimismo, entre las diferencias, las que marcan un sello más profundo se refieren a la política exterior. Precisamente, en momentos en que Brasil juega un papel destacado como impulsor de una nueva geopolítica, cuestionadora del poder de “sheriff” ejercido por Estados Unidos.
Y la discusión que se genera en torno al nuevo peso de Brasil en el escenario internacional no es menor. La revista Veja , de la mano del analista Diogo Mainardi, coincide con Serra en defenestrar el acercamiento de Lula hacia el polémico régimen iraní de Mahmoud Ahmadinejad. “El apoyo al programa nuclear iraní es el error más grande que Brasil haya cometido en el ámbito internacional. Sólo la vanidad de Lula gana con ese error. Desafía a Estados Unidos y a Europa, convirtiéndose en cómplice de Irán ”, afirmó Mainardi en una columna.
Por su lado, Rousseff avala al ciento por ciento los pasos dados por el presidente brasileño, al defender el diálogo con Irán y su derecho a desarrollar un programa nuclear para uso civil. Además, apuesta por la integración de América Latina. “No podemos ser ricos rodeados de pobres” , dijo, mientras que Serra es abiertamente crítico del Mercosur, al que llegó a calificar de “farsa” .
En estas discusiones navegan los candidatos, mientras Lula hace su apuesta a todo o nada para que la ex militante de la izquierda combativa, aún poco conocida entre los sectores de menores recursos, despunte en las encuestas. El actual empate abre un juego en el que todo está por verse. Lo seguro es que el primer día de 2011 dará inicio a una nueva era en Brasil, esta vez, sin Lula luciendo el traje del presidente más popular de toda la historia brasileña.
Dilma y José, los posibles presidentes
Desde muy jóvenes, ambos candidatos dedicaron sus vidas a la militancia política. Economistas con honores, los dos tienen una formación y capacidad de gestión muy respetados.
A su vez, gozan de respaldos que pueden ser cruciales: Luiz Inácio Lula da Silva (ocho años de gobierno) empuja la candidatura a presidente de su delfina Dilma Rousseff, y el ex presidente Fernando Henrique Cardoso (también ocho años en el poder) avala la postulación para la elección general del opositor socialdemócrata José Serra.
Una coincidencia más: ambos aspirantes trabajan para suavizar el carácter.
Serra, de 68 años, acumula cargos públicos sobresalientes, los que ha llevado a cabo con éxito. Fue, entre otras funciones, diputado, senador, alcalde y gobernador de San Pablo. Cuenta con una alta popularidad. Durante la dictadura, tuvo que exiliarse y desplegó su resistencia desde afuera.
En cambio Rousseff, de 62 años, se quedó en Brasil en el transcurso del gobierno militar. Mientras era todavía apenas una adolescente, se unió a la lucha armada contra los militares. Participó en diversas acciones, hasta que fue capturada y vivió el infierno de la tortura. Estuvo en prisión por tres años. Su abnegación y energía la hicieron conocida como la “Juana de Arco” del movimiento guerrillero brasileño.
Una vez en democracia, tanto Rousseff como Serra se incorporaron al renacer de la vida política del país.
Fuente original: http://www.revistadebate.com.
Realmente una elección histórica que también se puso al hombro Lula que como siempre como lider sabe dirigir a las masas.
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