Mientras más crecen la resistencia de los hondureños contra la dictadura y la solidaridad internacional con su causa, más se empeña Washington en reflotar la desacreditada “mediación” de Óscar Arias, varita mágica para consolidar el golpe de Estado y, en todo caso, desgastar al movimiento popular.
De Arias habría que decir que en donde menos se le cree es en la propia Costa Rica. Allí es notorio su protagonismo en la aplicación de las políticas neoliberales, las corruptelas a ellas unidas, la forma tramposa y mendaz con que instrumentó el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y, en particular, el referendo respecto a su aprobación, que se vio forzado a convocar. Para ganarlo, el Nóbel recurrió a las prácticas más antidemocráticas y fraudulentas. En cuanto a Nicaragua y el resto de Centroamérica, los pueblos no olvidan su contumaz subordinación a Estados Unidos y menoscabo del sandinismo cuando arbitraba las negociaciones de paz sobre aquel país.
Al inventar la mediación de Arias, la secretaria de Estado Clinton anulaba gran parte de la fuerza de las resoluciones adoptadas por la OEA, la ONU y el Grupo de Río, que exigían la restitución “inmediata e incondicional” de Manuel Zelaya en la presidencia de Honduras. Negociar con los golpistas entraba en abierta contradicción con el consenso internacional y dotaba a aquellos de una personaría jurídica y política no reconocida por los países latinoamericanos y europeos, que, a diferencia de Washington, retiraron sus embajadores del país centroamericano. Al verse tácitamente reconocidos por Washington, los hasta entonces acosados personeros del tambaleante régimen de facto se llenaron de ínfulas, al extremo de rechazar las propuesta de Arias pese a que ataban de pies y manos a Zelaya, al tiempo que la ultraderecha de Estados Unidos y el Departamento de Estado aprovechaban para redoblar la campaña internacional de relaciones públicas a su favor. La publicación en el Wall Stret Journal de un largo artículo del jefe civil de la dictadura militar es una prueba irrefutable de la enorme simpatía de que gozan los gorilas en importantes círculos económicos y políticos del norte revuelto y brutal.
Es evidente la existencia de importantes contradicciones en el equipo de Obama y la elite del poder imperial ante la cuestión de Honduras, como frente a otros importantes temas internacionales, pero en lo que no tienen desavenencias, aunque puedan diferir en las formas y plazos, es en el objetivo de liquidar a la Cuba socialista y a los gobiernos populares de la región investidos por sus pueblos en Asambleas Constituyentes. Esa es la objeción central del imperio y las oligarquías contra Zelaya: su voluntad de consultar al pueblo sobre la convocatoria a una constituyente. Por cierto, no para reelegirse, por más que esta sea una aspiración legítima cuando responde a la inspiración popular, toda vez que la hipotética constituyente se reuniría tiempo después de haber Zelaya abandonado el cargo. El objetivo fundamental que buscaba el presidente era una constitución salida del pueblo y no de una dictadura militar, como la vigente.
Si ello preocupaba al imperio y las oligarquías antes del 28 de junio, día del golpe, un mes después se ha vuelto una pesadilla a la vista del extraordinario y raigal Frente Popular de Resistencia contra el Golpe de Estado, que en su crecimiento, ha logrado atraer a su seno a muchos miembros de base de los partidos políticos tradicionales, irremediablemente despedazados después de esta coyuntura. Podrá Zelaya regresar antes o después a asumir su mandato, pero ya en Honduras ha surgido una creativa experiencia de cómo enfrentar con el pueblo organizado y radicalizado la nueva generación de golpes de Estado que planean ejecutar en América Latina sectores del imperio y las oligarquías. Las bases yanquis que pronto apuntarán contra Venezuela y los movimientos y gobiernos populares de la región, y la IV Flota forman parte de este diseño agresivo.
La insistencia de Washington, Insulza y los gobiernos derechistas en resucitar la mediación de Arias ya no busca sólo consolidar a los golpistas sino evitar a toda costa su derrocamiento por una insubordinación popular, acontecimiento que desbordaría con creces a Honduras y se proyectaría como una gran victoria continental de las fuerzas populares contra la nueva contraofensiva del imperio y las derechas locales.
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