Por qué Obama o Romney no serán los vencedores de la campaña electoral 2012
El Estado nacional de seguridad (vuelve) a vencer
Tom Dispatch...17/05/2012
Ahora que Mitt Romney es el presunto candidato del Partido Republicano, los medios ya apuestan en grande a la elección presidencial y los sondeos de opinión con resultados cercanos se acumulan. Pero si el presidente Obama obtiene su segundo mandato o Romney entra al Despacho Oval, hay un tercer candidato al que nadie presta mucha atención, y que es con seguridad el único gran vencedor de la elección 2012: los militares de EE.UU. y su siempre creciente Estado de seguridad nacional.Los motivos son bastante fáciles de explicar. A pesar de su historial como “presidente guerrero”, a pesar del incansable bombardeo electoral de “Obama liquidó a Osama”, la opinión común en Washington afirma que el presidente se ha echado atrás hacia un rincón de seguridad nacional. Tiene que seguir apareciendo fuerte e inflexible en la defensa o los republicanos le tatuarán en el brazo la usual etiqueta de demócrata-debilucho-en la guerra.
De la misma manera, para tener una posibilidad realista de derrotarlo –piensan en el mundo político estadounidense– el candidato Romney tiene que ser visto como más fuerte e inflexible, un halcón entre halcones. No importa cuántos gastos militares pida Obama, no importa en qué medida se ajuste a los planes neoconservadores, no importa cuán a menudo confiese su amor por nuestros soldados y elogie sus virtudes. Romney lo sobrepasará con promesas de aún más gastos militares, de una política exterior aún más brutal e intervencionista y de un amor aún más profundo por nuestros soldados.
Por cierto, respecto al complejo de seguridad nacional, el candidato Romney ya impresiona como el Johnny Rocco de Edward G. Robinson en la cinta clásica Huracán de pasiones [Cayo Largo]: sabe que quiere una cosa, y esa cosa es cada vez más. Más barcos para la Armada. Más aviones para la Fuerza Aérea. Más soldados en general, tal vez unos 100.000. Y muchos más gastos en la defensa nacional.
Claramente, una vez que llegue noviembre, quienquiera que gane o pierda, el Estado de seguridad nacional será el verdadero ganador de la lotería presidencial.
Por cierto, no se puede decir que el ciclo electoral sea el único responsable de nuestro amor nacional a las armas y la guerra. Incluso en el actual estresado clima fiscal, con toda el habla de austeridad gubernamental, el Congreso se siente obligado a superar al generoso presidente agregando más dinero para adquisiciones militares. Desde los ataques del 11-S, los crecientes presupuestos de defensa, la guerra eterna y el alarmismo se han convertido en características omnipresentes de nuestro paisaje nacional, junto con las celebraciones pro militares que elevan a nuestros guerreros y belicistas al estatus de héroes. De hecho, mientras más intranquilos se vuelven los estadounidenses cuando se trata de la economía y de señales de decadencia nacional, con más intensidad elogiamos a nuestros militares y su imagen de abrumador poderío. Ni Obama ni Romney muestran alguna señal de cuestionar esa mentalidad de celebración global de “¡asegurar y cargar!”.
Para explicar el motivo, hay que considerar no solo las posiciones a favor de los militares de cada candidato, sino sus vulnerabilidades –reales o presuntas– sobre temas militares. Mitt Romney es el más fácil de obstaculizar. Como misionero mormón en Francia y después como beneficiario de un alto número en la lotería del servicio militar, Romney evitó el servicio militar durante la Guerra de Vietnam. Tal vez porque carece de experiencia militar, ya ha declarado (en los debates presidenciales republicanos) que acata a los comandantes militares respecto a la decisión de bombardear Irán. Parece que como presidente Romney sería más ejecutante-en-jefe que un comandante-en-jefe civil.
La especialidad de Romney en Bain Capital fue su competencia en el sentido limitado de comprar barato y vender caro, junto con una cierta inclemencia en la división de compañías y el descarte de personas para fabricar beneficios. Esas habilidades, como son, le otorgan poco respeto en círculos militares. Comparemos con Harry Truman o Teddy Roosevelt, ambos líderes que se hacían cargo con sólidas credenciales militares. En lugar de un trumanesco “ the buck stops here (la responsabilidad termina aquí),” Romney es más del tipo “ make a buck here” (gana un dólar aquí). Más que el ensangrentado pero erguido “hombre en la arena” de Teddy Roosevelt, Romney es del tipo del accionista que vuela alto sobre la refriega en un traje elegante.
Hay que considerar también a los cinco hijos telegénicos de Romney. Cuesta igualar sus profesiones de amor por nuestros militares con la falta de interés de sus hijos por el servicio militar. Por cierto, cuando le preguntaron respecto a su falta de entusiasmo por alistarse en las fuerzas armadas durante la ‘oleada’ en Iraq en 2007, Mitt respondió despreocupadamente que sus hijos ya estaban realizando un invaluable servicio nacional al ayudar a su elección.
Un antiguo sentido de nobleza obliga de la clase alta estadounidenses, que hace que los hijos del privilegio como George H.W. Bush o John F. Kennedy se presenten voluntarios al servicio nacional en tiempos de guerra, ha estado muerto durante décadas en nuestro país al que de otra manera le encantan los militares. Cuando se trate de enviar a hijos (y cada vez más hijas) estadounidenses a situaciones peligrosas, un presidente Romney será otro caso de chickenhawk y la sangre la pondrá la clase trabajadora.
Para la elección de 2012, sin embargo, el punto principal es que la falta colectiva de servicio militar de la familia de Romney lo hace vulnerable en cuanto a la defensa nacional, una debilidad que ya ha llevado a Mitt y su campaña a compensarlo exageradamente cada vez con más pronunciamientos favorables a la política militar, con el suplemento de la usual retórica belicista de los republicanos (con la excepción de Ron Paul). Como resultado, en última instancia un presidente electo Romney se verá confinado, atemorizado y controlado por el complejo nacional de seguridad y solo podrá culparse a sí mismo (y a Barack Obama).
Obama, por el contrario, ya ha mostrado una pasión por la fuerza militar que en tiempos más sanos lo haría invulnerable a acusaciones de “débil” en cuanto a la defensa. Amigo de ponerse chaquetas de aviador y de elogiar al máximo a los soldados, Obama tiene calidad que va con su estilo. Ha tomado algunas decisiones duras como el envío del Equipo 6 de SEAL a Pakistán para matar a Osama bin Laden; el uso de poder aéreo de la OTAN para derrocar a Gadafi en Libia; la expansión de operaciones especiales y de la guerra de drones en Afganistán, Yemen y otros sitios, incluido el asesinato de ciudadanos estadounidenses sin debido proceso judicial. El Premio Nobel de la Paz de 2009 se ha convertido en un devoto de las fuerzas especiales, los equipos de asesinato y los drones de alta tecnología que desafían la realidad misma de la soberanía nacional. Seguramente será difícil acusar a un hombre semejante debilidad en cuanto a la defensa.
La realidad política es por cierto diferente. A pesar de sus antecedentes, el Partido Republicano se esfuerza permanentemente por presentar a Obama como sospechoso (¡su segundo nombre es Hussein!), dividido en sus lealtades (¡esa conexión keniana!), e insuficientemente servil en su devoción al “pobre” Israel. (¿Podrá ser un cripto-musulmán?)
El presidente y su equipo de campaña no son tontos. Ya que toda señal de “debilidad” frente a Irán y enemigos similares del momento o cualquier expresión que no sea una admiración ilimitada por nuestros militares será explotada implacablemente por Romney y los suyos, Obama seguirá virando hacia la derecha en temas militares y defensa nacional. Como resultado, una vez elegido, él también será prisionero del complejo. En este proceso, el único vencedor seguro y campeón de todos los tiempos será, una vez más, el Estado de seguridad nacional.
¿Qué podemos esperar entonces de la campaña electoral de este verano y otoño? Ciertamente no futuros comandantes en jefe civiles confiados en el importante rol de limitar o incluso de revertir los peores excesos de un Estado imperial. Más bien veremos a dos hombres que se esfuerzan por ser animadores-en-jefe a favor de una dominación imperial de EE.UU. lograda a casi cualquier precio.
La elección de 2012 tendrá que ver sobre todo con la preservación del statu quo. Cuando llegue enero de 2013, no importa quién preste juramente, seguiremos siendo un país con un entusiasmo maníaco por los militares. En lugar de un presidente que nos inste a detestar guerras interminables, estaremos dirigidos por un hombre que se propone mantenernos, haciendo caso omiso de cómo estamos derrochando el futuro de nuestra nación, en conflictos estériles que terminan por comprometer nuestros principios constitucionales esenciales.
A pesar de todo el suspense que los medios crearán en los próximos meses, los votos ya han sido depositados y el verdadero vencedor en la elección de 2012 será el Estado de seguridad nacional. A menos que seas un ciudadano de ese Estado de intereses especiales, también conocemos al perdedor. Serás tú.
William J. Astore, teniente coronel (USAF) en retiro es colaborador regular de TomDispatch . Aprecia comentarios de los lectores en: wjastore@gmail.com .
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Copyright 2012 William J. Astore
Fuente: http://www.tomdispatch.com/ blog/175542/
De la misma manera, para tener una posibilidad realista de derrotarlo –piensan en el mundo político estadounidense– el candidato Romney tiene que ser visto como más fuerte e inflexible, un halcón entre halcones. No importa cuántos gastos militares pida Obama, no importa en qué medida se ajuste a los planes neoconservadores, no importa cuán a menudo confiese su amor por nuestros soldados y elogie sus virtudes. Romney lo sobrepasará con promesas de aún más gastos militares, de una política exterior aún más brutal e intervencionista y de un amor aún más profundo por nuestros soldados.
Por cierto, respecto al complejo de seguridad nacional, el candidato Romney ya impresiona como el Johnny Rocco de Edward G. Robinson en la cinta clásica Huracán de pasiones [Cayo Largo]: sabe que quiere una cosa, y esa cosa es cada vez más. Más barcos para la Armada. Más aviones para la Fuerza Aérea. Más soldados en general, tal vez unos 100.000. Y muchos más gastos en la defensa nacional.
Claramente, una vez que llegue noviembre, quienquiera que gane o pierda, el Estado de seguridad nacional será el verdadero ganador de la lotería presidencial.
Por cierto, no se puede decir que el ciclo electoral sea el único responsable de nuestro amor nacional a las armas y la guerra. Incluso en el actual estresado clima fiscal, con toda el habla de austeridad gubernamental, el Congreso se siente obligado a superar al generoso presidente agregando más dinero para adquisiciones militares. Desde los ataques del 11-S, los crecientes presupuestos de defensa, la guerra eterna y el alarmismo se han convertido en características omnipresentes de nuestro paisaje nacional, junto con las celebraciones pro militares que elevan a nuestros guerreros y belicistas al estatus de héroes. De hecho, mientras más intranquilos se vuelven los estadounidenses cuando se trata de la economía y de señales de decadencia nacional, con más intensidad elogiamos a nuestros militares y su imagen de abrumador poderío. Ni Obama ni Romney muestran alguna señal de cuestionar esa mentalidad de celebración global de “¡asegurar y cargar!”.
Para explicar el motivo, hay que considerar no solo las posiciones a favor de los militares de cada candidato, sino sus vulnerabilidades –reales o presuntas– sobre temas militares. Mitt Romney es el más fácil de obstaculizar. Como misionero mormón en Francia y después como beneficiario de un alto número en la lotería del servicio militar, Romney evitó el servicio militar durante la Guerra de Vietnam. Tal vez porque carece de experiencia militar, ya ha declarado (en los debates presidenciales republicanos) que acata a los comandantes militares respecto a la decisión de bombardear Irán. Parece que como presidente Romney sería más ejecutante-en-jefe que un comandante-en-jefe civil.
La especialidad de Romney en Bain Capital fue su competencia en el sentido limitado de comprar barato y vender caro, junto con una cierta inclemencia en la división de compañías y el descarte de personas para fabricar beneficios. Esas habilidades, como son, le otorgan poco respeto en círculos militares. Comparemos con Harry Truman o Teddy Roosevelt, ambos líderes que se hacían cargo con sólidas credenciales militares. En lugar de un trumanesco “ the buck stops here (la responsabilidad termina aquí),” Romney es más del tipo “ make a buck here” (gana un dólar aquí). Más que el ensangrentado pero erguido “hombre en la arena” de Teddy Roosevelt, Romney es del tipo del accionista que vuela alto sobre la refriega en un traje elegante.
Hay que considerar también a los cinco hijos telegénicos de Romney. Cuesta igualar sus profesiones de amor por nuestros militares con la falta de interés de sus hijos por el servicio militar. Por cierto, cuando le preguntaron respecto a su falta de entusiasmo por alistarse en las fuerzas armadas durante la ‘oleada’ en Iraq en 2007, Mitt respondió despreocupadamente que sus hijos ya estaban realizando un invaluable servicio nacional al ayudar a su elección.
Un antiguo sentido de nobleza obliga de la clase alta estadounidenses, que hace que los hijos del privilegio como George H.W. Bush o John F. Kennedy se presenten voluntarios al servicio nacional en tiempos de guerra, ha estado muerto durante décadas en nuestro país al que de otra manera le encantan los militares. Cuando se trate de enviar a hijos (y cada vez más hijas) estadounidenses a situaciones peligrosas, un presidente Romney será otro caso de chickenhawk y la sangre la pondrá la clase trabajadora.
Para la elección de 2012, sin embargo, el punto principal es que la falta colectiva de servicio militar de la familia de Romney lo hace vulnerable en cuanto a la defensa nacional, una debilidad que ya ha llevado a Mitt y su campaña a compensarlo exageradamente cada vez con más pronunciamientos favorables a la política militar, con el suplemento de la usual retórica belicista de los republicanos (con la excepción de Ron Paul). Como resultado, en última instancia un presidente electo Romney se verá confinado, atemorizado y controlado por el complejo nacional de seguridad y solo podrá culparse a sí mismo (y a Barack Obama).
Obama, por el contrario, ya ha mostrado una pasión por la fuerza militar que en tiempos más sanos lo haría invulnerable a acusaciones de “débil” en cuanto a la defensa. Amigo de ponerse chaquetas de aviador y de elogiar al máximo a los soldados, Obama tiene calidad que va con su estilo. Ha tomado algunas decisiones duras como el envío del Equipo 6 de SEAL a Pakistán para matar a Osama bin Laden; el uso de poder aéreo de la OTAN para derrocar a Gadafi en Libia; la expansión de operaciones especiales y de la guerra de drones en Afganistán, Yemen y otros sitios, incluido el asesinato de ciudadanos estadounidenses sin debido proceso judicial. El Premio Nobel de la Paz de 2009 se ha convertido en un devoto de las fuerzas especiales, los equipos de asesinato y los drones de alta tecnología que desafían la realidad misma de la soberanía nacional. Seguramente será difícil acusar a un hombre semejante debilidad en cuanto a la defensa.
La realidad política es por cierto diferente. A pesar de sus antecedentes, el Partido Republicano se esfuerza permanentemente por presentar a Obama como sospechoso (¡su segundo nombre es Hussein!), dividido en sus lealtades (¡esa conexión keniana!), e insuficientemente servil en su devoción al “pobre” Israel. (¿Podrá ser un cripto-musulmán?)
El presidente y su equipo de campaña no son tontos. Ya que toda señal de “debilidad” frente a Irán y enemigos similares del momento o cualquier expresión que no sea una admiración ilimitada por nuestros militares será explotada implacablemente por Romney y los suyos, Obama seguirá virando hacia la derecha en temas militares y defensa nacional. Como resultado, una vez elegido, él también será prisionero del complejo. En este proceso, el único vencedor seguro y campeón de todos los tiempos será, una vez más, el Estado de seguridad nacional.
¿Qué podemos esperar entonces de la campaña electoral de este verano y otoño? Ciertamente no futuros comandantes en jefe civiles confiados en el importante rol de limitar o incluso de revertir los peores excesos de un Estado imperial. Más bien veremos a dos hombres que se esfuerzan por ser animadores-en-jefe a favor de una dominación imperial de EE.UU. lograda a casi cualquier precio.
La elección de 2012 tendrá que ver sobre todo con la preservación del statu quo. Cuando llegue enero de 2013, no importa quién preste juramente, seguiremos siendo un país con un entusiasmo maníaco por los militares. En lugar de un presidente que nos inste a detestar guerras interminables, estaremos dirigidos por un hombre que se propone mantenernos, haciendo caso omiso de cómo estamos derrochando el futuro de nuestra nación, en conflictos estériles que terminan por comprometer nuestros principios constitucionales esenciales.
A pesar de todo el suspense que los medios crearán en los próximos meses, los votos ya han sido depositados y el verdadero vencedor en la elección de 2012 será el Estado de seguridad nacional. A menos que seas un ciudadano de ese Estado de intereses especiales, también conocemos al perdedor. Serás tú.
William J. Astore, teniente coronel (USAF) en retiro es colaborador regular de TomDispatch . Aprecia comentarios de los lectores en: wjastore@gmail.com .
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Copyright 2012 William J. Astore
Fuente: http://www.tomdispatch.com/
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