“Solo eran unos pocos
De pronto fueron multitud
ha sido así siempre”
Cuando decenas de miles de estadounidenses manifiestan su exasperación y su ira, nadie sabe todavía si “Ocupar Wall Street” es un hecho puntual en la política de Estados Unidos o la promesa de un movimiento que va a transformarla.
La comparación con el Tea Party no es absurda, a pesar de que las dos tendencias parecen opuestas: “Ocupar Wall Street” cuestiona la tiranía del capital y la impotencia del Estado; el Tea Party atribuye la crisis económica al Estado y a los impuestos. Sin embargo, estos dos movimientos antagonistas tienen en común una profunda desconfianza en el sistema político, el etablishment. La presidencia de George W. Bush disgustó a una parte de la derecha estadounidense del partido republicano, que le consideró demasiado intervencionista incluso en el ámbito económico y social y, por lo tanto, demasiado derrochador, demasiado estatista. Con “Ocupar Wall Street” la amargura y la ira suscitadas por las tergiversaciones de Barack Obama, su centrismo, su anuencia con el mundo financiero, han convencido a muchos de sus antiguos electores de que el sistema político no era recuperable porque está controlado, sea cual sea el partido en el poder, por el 1% de los ciudadanos más ricos de EEUU.
Es evidente que este movimiento está inspirado en las revueltas árabes, las manifestaciones españolas de la Puerta del Sol, los movimientos de estudiantes de Chile, las concentraciones israelíes contra la carestía de la vida. En todos estos casos, los que protestan están hartos de su sistema político, ya sea dictatorial, autoritario o aparentemente democrático pero sometido al poder del dinero. No aceptan que la crisis económica y social excluya de manera ostentosa a los bancos y a las clases sociales más privilegiadas, a las que se considera responsables de su origen y de su agravamiento
En Estados Unidos, Wall Street es un símbolo muy tentador porque financia “generosamente” a los dos principales partidos políticos y alimenta a las capas más altas del poder del Estado. A fin de cuentas, el corazón de la especulación estadounidense late en Nueva York, ciudad en la que el multimillonario alcalde Michael Bloomberg, se ha hecho rico gracias a una cadena de información financiera.
Pero además, cuando el paro alcanza su nivel más alto en los últimos veinte años, ¿cómo no van a pensar los manifestantes neoyorquinos que los multimillonarios estadounidenses están acometiendo una política deliberada de deslocalizaciones a países con bajos salarios? Así, según las estadísticas del Ministerio de Comercio de EEUU, mientras que, en los años noventa, esas multinacionales habrían creado 4,4 millones de empleos en Estados Unidos y 2,7 millones en el extranjero, las cifras del primer decenio de este siglo indican que han suprimido 2,9 millones de empleos en Estados Unidos, mientras creaban 2,4 millones en el extranjero (1). Barack Obama dice entender el movimiento de protesta, que, según él, expresaría un sentimiento de “frustración” frente a un sistema político que favorece las tentativas de obstrucción en cuanto entran en juego grandes intereses. Pero, los manifestantes de “Ocupar Wall Street” consideran al Presidente de Estados Unidos y a su partido cómplices o culpables de ese sistema: "Votamos a Obama, explicaba uno de ellos. Tuvimos un Congreso demócrata [entre enero de 2009 y enero de 2011] y no ha funcionado. Por lo tanto, no se trata de apoyar a un candidato. Lo que se plantea es la forma en que funciona este país".
Hace ya unos meses, las medidas de austeridad draconianas que se adoptaron en muchos Estados del país provocaron un ofensiva del movimiento social, especialmente en Wisconsin. Es poco probable que estas iras populares converjan y formen un movimiento capaz de transformar la política estadounidense. Sin embargo, el guión predecible de un año electoral ya se ha modificado en el buen sentido.
(1) Citado por Gerald Seib, « Business Risks Becoming Target of Jobs Anger », The Wall Street Journal Europe, 11 octubre 2011.
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