La izquierda occidentalista y el imperialismo
Si algo tiene de positivo la crisis libia es que está poniendo al desnudo los viejos prejuicios que una parte de la izquierda (sobretodo una parte de izquierda la occidental, preferentemente la extrema izquierda), tiene sobre determinados procesos políticos y sociales que se dan en la periferia del sistema, en el llamado Tercer Mundo, juzgados invariablemente (a veces de forma incosciente) según el patrón de los valores culturales y políticos occidentales. Esta izquierda occidentalista, a pesar de un discurso radical que aparentemente pretende superar la ideología occidental burguesa y liberal, se ha dejado orientar ante la crisis de Libia (repitiendo los mismos esquemas que en Yugoslavia, Irak, Venezuela, Cuba y tantos otros lugares) en gran medida según las pautas y análisis elaborados por los medios de comunicación imperialistas, que se puede resumir en esta simple etiqueta, consumible por todo tipo de público: «la lucha pacífica del pueblo libio contra la dictadura criminal de Gadafi». Este es el dogma de la izquierda occidentalista, sin que haya un resquicio para la duda, sin entrar a evaluar las complejidades de la historia y la sociedad de este país, y lo que es más grave, sin considerar en absoluto la actitud de los gobiernos imperialistas hacia los gobernantes libios y los intereses que se esconden tras la unanimidad occidental en derrocar a Gadafi.
Jean Bricmont, denunciando las graves incoherencias de la izquierda occidentalista, explica que Libia significa el regreso del imperialismo humanitario como en Kosovo, una coartada para la colonización del país, escenario siniestro que encuentra nuevamente sus complicidades en una parte no desdeñable de la izquierda europea. Esta izquierda, a diferencia de la izquierda en América Latina, « ha perdido todo sentido de lo que significa hacer política» y de ofrecer alternativas concretas porque «sólo es capaz de tomar posiciones morales, en particular la denuncia de dictadores y las violaciones de derechos humanos en tono grandilocuente» (1). El sustrato ideológico de la izquierda occidentalista es el eurocentrismo, que considera a occidente en una posición moral e intelectual mucho más elevada sobre los otros pueblos y culturas, y por ello puede permitirse dar lecciones a los demás, incluyendo a la izquierda de otras latitudes. Diana Johnstone nos recuerda que «los medias habían tenido menos de diez años para transformar a Milosevic en un monstruo, mientras que con Gadafi han tenido muchos años. Y Gadafi es más exótico, habla menos el inglés y se presenta ante el público con trajes que podrían haber sido diseñados por John Galliano (…). Este aspecto exótico reaviva las burlas y el desprecio contra las culturas ancestrales sobre las que Occidente ha ganado su puesto victorioso, con el que África fue colonizada, y con el que el Palacio de Verano de Pekín fue arrasado por los soldados occidentales que combatían para convertir al mundo en un lugar seguro para la adición al opio» (2). Esta izquierda eurocentrista y occidentalista hunde sus raíces en la ignominiosa postura que la socialdemocracia europea tuvo respecto a las colonias y los países oprimidos durante el siglo XX, a los que se les negaba el derecho de independencia con el argumento de que “no estaban maduros” y de que se trataba de países y culturas atrasadas y por ello no debían apartarse de las “civilizadas” metrópolis. Fue con este complejo de superioridad con el que la izquierda eurocentrista miró a la Revolución rusa y la URSS ayer, y como mira hoy a los procesos que se desarrollan en América Latina.
No hay duda de que el sustrato eurocentrista, el mesianismo occidentalista latente de una parte de la izquierda, ha salido nuevamente a la superficie para impregnar los posicionamientos radicales anti-Gadafi que llevan a coincidir con las políticas injerencistas y neocoloniales de la globalización imperialista dirigida por Estados Unidos. Cuando el genio escapa de la botella, es incontrolable: cuando el mesianismo occidental y colonialista se pone en funcionamiento no importa que sea de derechas o de izquierdas, puesto que sus efectos son idénticos. En nombre de los valores occidentales de la «democracia», los «derechos humanos» y otras coartadas ideológicas, se trata de imponer el derecho de injerencia y el imperialismo “humanitario” contra el «eje del mal» (versión imperialista) o contra los «regímenes deformados» (versión izquierda occidentalista).
En muchos de los posicionamientos públicos de la izquierda occidentalista anti-Gadafi o, digámoslo claramente, de esta izquierda neocolonial, el eurocentrismo empuja a repetir sin dar un minuto a la reflexión los mismos eslóganes de los medios de comunicación del imperialismo, que nos hablan de «el tirano Gadafi», «la revolución pacífica del pueblo libio», «los bombardeos aéreos sobre la población civil», «las masacres contra civiles indefensos», supuestas deserciones en masa y un «derrumbe del régimen que se defiende con mercenarios» y tantas otras (a diferencia de la moderación respecto a Túnez, Egipto y otros países en crisis), como si los trágicos precedentes de Rumanía, Yugoslavia, Irak, Irán y tantos otros, como si las campañas de desinformación, intoxicación y guerra psicológica promovidas por las agencias propagandistas (periódicos, televisiones, cine, etc.) al servicio de la OTAN que hablaban de «genocidios», «fosas comunes», «armas de destrucción masiva», etc., no hubieran existido. ¿Dónde queda la mirada crítica, antiguamente inseparable de la izquierda revolucionaria? ¿El régimen libio debería ser el enemigo número uno para la izquierda y la lucha antiimperialista? Podemos hallar una interesante reflexión al respecto en el imprescindible libro de Antonio Fernández Ortiz que desnuda crudamente el empleo de las técnicas occidentales para la destrucción de la antigua Unión Soviética, reproducibles para cualquier otro sistema político discordante con los intereses occidentales: «una vez que la conciencia social es inducida a asumir la ilegitimidad de un líder o de un sistema político, la forma de su derrocamiento es ya una cuestión secundaria, un problema tecnológico» (3). En Libia, el «problema tecnológico» para el derrocamiento de Gadafi, como veremos más adelante, consiste en escoger entre la insurrección armada de grupos mercenarios de la CIA, como fue el UCK en Kosovo (plan A) o el desembarco de tropas de la OTAN (plan B) tras una sofisticada y masiva campaña de diabolización, una campaña reciclable para tratar quirúrgicamente a otras “pesadillas de occidente” como Hugo Chávez en Venezuela, Raúl Castro en Cuba, o Aleksandr Lukashenko en Belarús, dirigentes que hoy son un freno para una globalización imperialista en cuya vanguardia encontramos a los ejércitos de la OTAN.
¿Cuál es la lógica que guía a esta izquierda occidentalista? Simplemente, considerar que cualquier manifestación de descontento popular en un país no occidental constituye, independientemente de los intereses que defiende, un movimiento legítimo, progresista o revolucionario contra un poder opresivo y dictatorial: así es como la izquierda occidentalista ha colaborado en que el concepto mismo de “revolución”, que antaño provocaba pánico entre las clases dirigentes, hoy sea utilizado por los medios de manipulación de masas para expresar su contrario: el derecho de injerencia por parte de las potencias imperialistas para derrocar «regímenes canallas». La izquierda occidentalista, en el caso de Libia, se ha sumado a la dialbolización de Gadafi y llega al extremo de apoyar movimientos “pacíficos” (tan pacíficos que son capaces de destruir tanques y cuarteles militares y que piden la intervención militar de la OTAN) y “revolucionarios” (tan revolucionarios que enarbolan las banderas de la vieja monarquía dictatorial, reaccionaria y pro-occidental). Pero el esquema «pueblo contra dictadura» no puede explicar el hecho de que una parte sustancial del pueblo permanece al lado de Gadafi, y que el régimen, lejos de constituir una dictadura monolítica de una sola voz, parece caracterizarse por sus divisiones, una cierta pluralidad de corrientes políticas y contradicciones internas.
Nadie puede negar desde la izquierda que el coronel Gadafi ha tenido posiciones erráticas y contradictorias, al igual que difícilmente se puede negar que también en su momento obtuvo logros y avances progresistas importantes, algunos de los cuales todavía forman parte de la Libia actual. Y ciertamente, parece existir un sustrato de descontento popular entre algunos sectores de la población contra el gobierno libio. Pero el debate, al contrario de lo que desean los medios neocoloniales, no puede converger sobre la figura o la legitimidad del líder libio, y menos desde una actitud injerencista en estos momentos tan graves: el pueblo libio debe resolver sus problemas en un sentido o en otro sin ser condicionados por las graves manipulaciones externas de las potencias imperialistas, que ya han escogido una opción y desean verla materializada lo antes posible. Por ello, este artículo no pretende disertar sobre una toma de posición pro o contra Gadafi, sino mostrar algunas particularidades de la crisis libia (a diferencia de Túnez o Egipto), y mostrar la estela de los mensajes dominantes convertidos en propaganda de guerra en la que una parte de la izquierda ha caído.
Hay que remarcar el contraste de las posturas radicales de la izquierda occidentalista con la precaución que han tenido los principales dirigentes de la izquierda mundial, especialmente los que forman parte del ALBA latinoamericano: por ejemplo, Daniel Ortega de Nicaragua y el movimiento sandinista que dirige ha manifestado un apoyo explícito al «hermano Gadafi», mientras que Hugo Chávez y Evo Morales han señalado la necesidad de que se resuelva de forma pacífica el conflicto interno antes de que la situación degenere y los poderes imperialistas realicen una invasión militar. Fidel Castro, por su parte, ha realizado análisis elaborados en sus diversas Reflexiones intentando analizar la evolución del régimen libio así como las contradicciones e incoherencias que a su juicio presenta, siempre desde el respeto y la no injerencia interna y denunciando el peligro real de una invasión militar de la OTAN. La actitud de estos dirigentes de la izquierda latinoamericana ha provocado la reacción airada de la izquierda occidentalista, escandalizada por el hecho de que no sólo no excolmulguen al líder libio, sino que mantengan alianzas con él y traten de buscar una solución pacífica al conflicto. ¿Prefiere quizás la izquierda occidentalista una invasión de la OTAN?
El “hecho diferencial” de Libia y las técnicas de desestabilización de la CIA
La cuestión clave que hay que comprender sobre la crisis libia es la siguiente: ¿se trata de una continuación natural de las revueltas en el mundo árabe, o bien representa una excepción?
La crisis Libia, tanto desde los medios de comunicación dominantes como entre la izquierda anti-Gadafi, se ha querido presentar como la continuación natural de las revueltas de Túnez, Egipto, Yemen y otros países árabes: la caída de Gadafi sería el desenlace lógico de las caídas de las dictaduras proimperialistas de los países vecinos, de una nueva victoria de la «sociedad civil democrática» o bien de una «revolución popular» contra un «régimen dictatorial». Pero si se rasca un poco y no afloran a la superficie los prejuicios eurocéntricos, aparecen evidencias que muestran que la crisis de Libia tiene muy poco que ver con la de los países vecinos: « a diferencia de Túnez y Egipto, en donde la miseria y el hambre castigan a sus pueblos, Libia era lo contrario: el país a donde emigraban tunecinos y egipcios en busca de calidad de vida. El índice de PIB más alto de África. Hay una contradicción aquí» remarca certeramente Raúl Bracho (4).
Otra cuestión clave es que el régimen de Gaddafi no se ha derrumbado automáticamente, desmintiendo los pronósticos triunfalistas de los medios occidentales, y además sus partidarios están reconquistando el país, lo cual es indicativo de que todavía conserva un sustancial grado de apoyo social. La oposición se ha visto obligada a solicitar ayuda militar al imperialismo, como una zona de exclusión aérea, ataques a las fuerzas leales a Gadafi, o el envio de tropas especiales que entrenen a esta oposición. Esto no es de extrañar, puesto que es una oposición creada y dirigida por la CIA, como muestra un artículo esclarecedor de Sara Flounders: por ejemplo, según el New York Times del 25 de febrero, la insurrección en Libia no fue preparada por jóvenes facebooks, sino por miembros de la oposición tradicional, y el contrabando de armas desde Egipto preparado durante semanas permitió que la revuelta se extendiera rápidamente y adquiriera formas muy violentas. El grupo opositor que más protagonismo tiene en las revueltas es el Frente Nacional por la Salvación de Libia (FNSL), fundado en 1981 y financiado por la CIA, que tiene oficinas en Washington. Este grupo ha formado una fuerza militar llamada Ejército Nacional Libio en Egipto, cerca de la frontera libia. También es activa la Conferencia Nacional de la Oposición Libia, coalición del FNSL con la Unión Constitucional Libia (UCL) dirigida por Muhamad as-Senussi, pretendiente al trono libio, y que pide al pueblo libio jurar lealtad al rey Idris el-Senusi (5). Este monarca fue marioneta del Imperio británico tras la II Guerra mundial, hasta que fue derrocado por el movimiento nacionalista-revolucionario dirigido por Gadafi en 1969. Según un artículo del Times citado por esta periodista, el FNSL utilizó armas de contrabando para atacar puestos militares y policiales y capturar la ciudad de Bengasi y las áreas petrolíferas cercanas, llegando a controlarlas en un 80%. Por otra parte, Telesur informaba que la aduana de Trípoli decomisó 4 cargamentos de 37 millones 450 píldoras de medicamentos en estimulantes en un barco procedente de Dubai que iban dirigidas al parecer a los jóvenes de las zonas levantadas contra el gobierno (6).
Es natural que ante el escenario artificial de «derrumbe automático del régimen» y de las «masacres a los manifestantes pacíficos», las potencias de la OTAN tuvieran prisa en intervenir para derrocar a Gaddafi y aniquilar a sus partidarios: Obama, Premio Nóbel de la paz, abrió el camino y envió dos buques de guerra con miles de marines a las costas libias, declarando que estaban preparados para intervenir, al igual que otros gobiernos occidentales. No obstante, la audaz propuesta del presidente venezolano Hugo Chávez, respaldada por todos los países del ALBA, de enviar una misión de paz para tratar de encontrar una solución pacífica, paralizó momentáneamente a los partidarios de una agresión militar de la OTAN, aunque se estén desarrollando otras acciones encubiertas: el gobierno libio anunció la captura de militares holandeses, varios agentes imperialistas (españoles, británicos, estadounidenses, franceses y otros) han tomado o planean tomar contacto con la oposición, y un diario paquistaní informó que tropas norteamericanas ya habían desembarcado en Libia donde han establecido bases para entrenar y armar a la oposición (7). Un Consejo Nacional, autoproclamado en la ciudad de Bengasi como el único representante legítimo del pueblo libio –sin ningún proceso electoral–, ha sido rápidamente reconocido por Francia y Gran Bretaña.
¿Es Gaddafi un dictador vendido al imperialismo?
Una gran parte de los argumentos de la izquierda anti-Gadafi se basan en presentar a éste como representante de una dictadura corrupta que oprime a su pueblo, y que se ha vendido al imperialismo (al estilo de Mubarak, Ben Alí o Mohammed VI, rey de Marruecos), rompiendo con sus antiguos ideales revolucionarios.
Dejando de lado la posibilidad de un cierto resentimiento popular o tribal contra Gadafi, todavía no estudiado suficientemente bien, es falso que Gadafi –independientemente de que se pueda coincidir con él en muchas o pocas cosas–, se haya convertido en una marioneta del imperialismo y de las multinacionales. En 1969 el coronel Gadafi lideró una rebelión militar que derrocó a la monarquía neocolonial, expulsó las bases militares extranjeras, creó la Compañía Nacional de Petróleo en 1970 que controló la mitad de la producción, y en 1977 proclamó la Gran República Popular Socialista Árabe de la Yamahiriya. Gadafi, a pesar de sus erráticas y a veces contradictorias posiciones políticas, no es un dictador pro-occidental sino que es un representante del nasserismo y del nacionalismo árabe progresista: aunque mantuvo buenas relaciones con la Unión Soviética, también apoyó financiera y militarmente a determinados movimientos anticomunistas en África que él consideraba que amenazaban su concepto de revolución. Su Libro Verde (supuestamente la superación del capitalismo y el marxismo) es la expresión teórica del pensamiento de Gadafi, que constituye según el marxista africano Mohamed Hassan, «una mezcla de anti-imperialismo, de islamismo, de nacionalismo, de capitalismo de Estado y de otras cosas más», mientras que los comités populares instituidos en Libia eran «una tentativa de democracia directa influenciada por conceptos marxistas-leninistas» (8), donde fueron integrados de forma interclasista representantes de todos los grupos sociales y tribales del país, ya que el Libro Verde teoriza la superación de los partidos «que sólo representan una parte del pueblo».
A pesar de sus marcadas diferencias ideológicas con el marxismo, Gadafi estableció alianzas con los países del bloque soviético, con Cuba y otros países antiimperialistas, y recientemente con los países del ALBA. Gadafi se enfrentó fundamentalmente al imperialismo anglo-norteamericano (Libia fue bombardeada por los EE.UU. en 1986) y estuvo siempre promoviendo la unidad de los países árabes para encontrar una vía «independiente» –incluso después de la desaparición de la Unión Soviética–, y el control nacional de los recursos energéticos. Pocos años atrás, a partir de 2004, el gobierno libio realizó una política de liberalización económica elogiada por el FMI que incluía amplias privatizaciones de empresas estatales y libertad de precios, y permitió la entrada de capital extranjero; en el campo diplomático y comercial, trabajó por la reconstrucción de las relaciones con los países imperialistas con el objetivo de escapar del aislamiento y la diabolización al que occidente le había sometido durante décadas. Pero a pesar de ello y de posibles sus errores, Gadafi siguió siendo el símbolo de la independencia de Libia, que todavía impedía que su país fuera recolonizado por el imperialismo, conservando los recursos petrolíferos y una política unificada en la OPEP. Y además consiguió del gobierno de Berlusconi un tratado de amistad en 2008 y reparaciones de guerra por la invasión de Libia por parte del ejército fascista de Mussolini durante la segunda guerra mundial.
Es falso, como proclama la izquierda occidentalista, que Gadafi sea una marioneta del imperialismo. Aunque no se esté de acuerdo con este dirigente y el régimen que representa, es evidente que es un personaje incómodo para el imperialismo por el hecho de que, al igual que el antiguo Irak de Saddam Hussein o el régimen iraní actual, parte de la riqueza petrolífera se distribuye entre el pueblo, ha consolidado la soberanía nacional y ha conseguido una cierta unificación de la nación libia sobre las ancestrales diferencias tribales y la voluntad del imperialismo de balcanizar el país. Además, la mujer libia ha realizado grandes progresos en materia de igualdad de género y de promoción social a diferencia de otros países del entorno: « en las calles las damas usan velo, pero en los desfiles batallones femeninos lucen magníficos rostros y cabelleras; hay mujeres científicos y muchachas pilotos de aviones de combate» rememora el escritor venezolano Luis Britto acerca de su viaje por Libia en 1984 (9) . El gobierno libio, por otra parte, es uno de los pocos gobiernos africanos que se ha opuesto al Africom, la red de bases militares y de espionaje que EE. UU. desea instalar en África para apoderarse del petróleo y amenazar los gobiernos que no controla. Y no es por casualidad que algunos de los dirigentes antiimperialistas y de izquierdas más relevantes, como Hugo Chávez, Fidel Castro o Daniel Ortega tienen buenas relaciones con el dirigente libio.
¿Cuáles son las motivaciones reales para derrocar a Gaddafi?
Una duda inquietante surge respecto a Libia si se contrasta con los posicionamientos moderados y conciliadores del imperialismo en Túnez y Egipto: ¿cuáles son las motivaciones reales del imperialismo para promover las sanciones de la ONU, la congelación de fondos financieros libios en el extranjero, la ayuda militar a la oposición y, si falla todo ello, una rápida intervención militar extranjera? ¿Son motivaciones humanitarias?
Hay evidencias consistentes que muestran que la crisis en Libia tiene poco que ver con lo sucedido en los países vecinos (a pesar de que pueda haber influido en algunos sectores de la población). En primer lugar, Libia, a diferencia de Egipto y Túnez, posee grandes cantidades de yacimientos de petróleo y gas. En segundo lugar, en estos dos países (a pesar de que los facebooks y similares egipcios y tunecinos manejados por la CIA hayan triunfado temporalmente), hace muchos años el movimiento obrero, las organizaciones de izquierdas y los sindicatos han protagonizado grandes movilizaciones y han sufrido una durísima represión –silenciada por los grandes medios y por la extrema izquierda anti-Gadafi que quiere mostrar un hilo conductor en todas las revueltas– para combatir las destructivas políticas neoliberales implantadas por dictaduras sanguinarias, títeres del imperialismo y del sionismo, que han empobrecido a los pueblos. En cambio, en Libia no ha habido históricamente grandes protestas obreras o populares (al menos de la misma importancia que en los países vecinos) que justifiquen la comparación con ellos. Además, la oposición libia tiene otra paternidad, como explica Sara Flounders: «evidentemente esas fuerzas financiadas por la CIA y los antiguos monárquicos son política y socialmente diferentes de la juventud privada de derechos y de los trabajadores que han marchado por millones contra los dictadores respaldados por EE.UU. en Egipto y Túnez y que hoy se manifiestan en Bahrein, Yemen y Omán.»
Manlio Dinucci, periodista de Il Manifesto, explica que «gracias a sus reservas de petróleo y gas natural, Libia tiene una balanza comercial positiva de 27 mil millones de dólares anuales y unos ingresos medios por habitante de 12.000 dólares, seis veces más alto que el egipcio. A pesar de las fuertes diferencias, el nivel de vida medio de la población Libia (…) es también más elevado que el de Egipto y el de otros países norteafricanos. Lo testimonia el hecho de que en Libia trabajan un millón y medio de inmigrantes, la mayoría de otros países norteafricanos.» Para el periodista italiano, estos datos muestran que la revuelta libia, «no se caracteriza como una revuelta de las masas empobrecidas como las de Egipto y Túnez, sino como una verdadera guerra civil, debido a una fractura en el grupo dirigente.» Por otra parte, las exportaciones de petróleo de Libia se dirigen por este orden hacia Italia, Alemania, Francia y… China, el país que rivaliza en África con Estados Unidos y Europa por conseguir fuentes de energía y que en el momento de estallar la crisis tenía 30.000 trabajadores en Libia. Y el comercio entre Libia y China aumentó un 30% el año 2010. A diferencia de las grandes empresas de petróleo de Europa, Rusia y China, las estadounidenses no tienen acceso directo a los recursos naturales de Libia (10). Por ello, además de los países del ALBA y otros, Rusia y China se oponen frontalmente a una intervención militar de la OTAN y exigen la no injerencia en los asuntos internos libios.
Mediante una intervención militar de Estados Unidos en solitario o a través de la OTAN para «proteger a la población libia de los ataques de Gadafi», según Manlio Dinucci, el imperialismo podría «recomponer todo el marco de las relaciones económicas de Libia, abriendo la vía a sus multinacionales, hasta ahora excluidas de la explotación de las reservas energéticas libias». De esta manera alejaría a otros países occidentales del petróleo libio, pero sobretodo a China, país con quien Libia mantiene crecientes relaciones comerciales.
Otra de las motivaciones del imperialismo es impedir que toda la región escape al control de EE.UU., según Mohamed Hassan: «la revolución tunecina ha sorprendido fuertemente a Occidente. Y la caída de Mubarak todavía más. Washington trata de recuperar estos movimientos populares, pero el control se le escapa (…). La región podría escapar al control de los Estados Unidos. La intervención en libia permitiría a Washington barrer este movimiento revolucionario y evitar que se extienda al resto del mundo árabe y de África. (…) El otro peligro para Estados Unidos es ver emerger a gobiernos anti-imperialistas en Túnez o en Egipto. En este caso, Gadafi ya no estaría aislado y podría deshacer los acuerdos firmados con Occidente. Libia, Egipto y Túnez podrían unirse y formar un bloque anti-imperialista. Con todos sus recursos podrían convertirse en una potencia importante en la región, probablemente más que Turquía».
Otro objetivo, según Michel Chossudovsky , es la privatización de la empresa estatal libia de petróleos, la National Oil Corporation (NOC), que se sitúa entre las 25 mayores empresas mundiales en este sector (que iría a manos de las multinacionales anglo-norteamericanas), y un mayor control del mercado mundial del petróleo, ya que Libia posee un 3,5% de las reservas mundiales (11).
Conclusión: l a izquierda “Ni-Ni” y el occidentalismo al servicio del imperialismo “humanitario”
Hemos visto que hay argumentos de peso para rechazar la versión «pueblo pacífico contra dictador sanguinario» como motor del conflicto libio, descalificando una toma de postura injerencista, por parte de sectores de la izquierda que favorecen el imperialismo “humanitario”: más bien nos encontramos ante la clásica maniobra de desestabilización de la CIA y la política neocolonial de apoderarse del petróleo libio. No obstante, inasequibles al desaliento, diversos sectores de la izquierda que se consideran revolucionarios han tomado partido abiertamente contra el gobierno de Gadafi, aunque quien más ha vuelto a destacar por su monolítica radicalidad en esta postura ha sido todo el abanico de las corrientes trotskistas (desde Alan Woods hasta la LIT y otras), así como algunos intelectuales a título individual. No se podía esperar nada diferente de la mayoría de sectores trotskistas, considerando su posición activa contra dirigentes o regímenes que por determinados motivos eran un obstáculo al avance de la globalización neoliberal imperialista y de la dictadura mundial que prepara la oligarquía financiera: Milosevic, Saddam Hussein, la Unión Soviética y otros que en su momento fueron blanco de campañas criminalizadoras o bien cayeron bajo las bombas de la maquinaria bélica del imperialismo. En este sentido, puede afirmarse que la extrema izquierda trotskista y grupos equivalentes, con su mesianismo occidentalista, es una de las vanguardias ideológicas de una globalización neoliberal que avanza implacable arrasando pueblos y culturas tras los ejércitos de la OTAN, Guantánamo y las cárceles secretas de la CIA, y los «daños colaterales» que masacran a las poblaciones civiles.
Esta izquierda occidentalista abraza los arcaicos esquemas dogmáticos a causa de sus desenfoques eurocentristas que le empujan a considerar que los procesos políticos en todo el mundo deben repetirse hoy exactamente como Marx había previsto para la Europa del siglo XIX, ya sea entre los beduinos nómadas del desierto, entre las comunidades indígenas de Bolivia o entre los obreros de Londres o Shangai. Con esta lógica, jamás encontrará ninguna justificación para colocarse al lado de ninguna experiencia concreta, excepto las que ha idealizado como sus referentes míticos, religiosamente consagrados en los discursos de tal o cual dirigente como verdades eternas. Y dado que puede demostrarse que jamás ha habido ni habrá un movimiento revolucionario o un régimen político que sea ideal, que no presente “deformaciones” o que lleve en su seno las semillas de los errores y las “desviaciones”, aunque sea por el sólo hecho de que la teoría política general debe aplicarse en una sociedad concreta (en el caso del marxismo, más de un siglo o siglo y medio de tiempo desde que se escribió tal teoría y en lugares inimaginables). De esta manera, siempre será una izquierda pura y no contaminada, aunque sea al precio de igualar al agresor y al agredido (al que le niega ninguna legitimidad y derecho de existencia), despreciando cualquier consideración por la soberanía nacional de un país y el derecho de autodefensa bajo el argumento de la «lucha contra la dictadura». En su afán de presentarse como la izquierda «pura» que no se contamina con procesos políticos «deformados» (que coinciden con el «eje del mal») esta izquierda abraza el argumento “Ni-Ni” para evitar tener que escoger un bando: ni OTAN ni Milosevic en el caso yugoslavo, ni República ni Franco en el caso español, ni Gadafi ni la OTAN en el caso de Libia. Así, igualando al agresor y al agredido, esta izquierda occidentalista busca desarmar las posibles solidaridades de sectores de izquierda hacia los agredidos.
Los factores internos en Libia no son los más determinantes, sólo son el vehículo para la desestabilización de un gobierno “enemigo”: independientemente de que en una parte de la población exista un resentimiento que justifique las protestas, queda claro que la CIA y otros servicios de inteligencia occidentales y sionistas han preparado un cuidadoso y meditado plan de desestabilización que sigue el patrón clásico. Con los argumentos expuestos, hay evidencias para comprender que nos encontramos ante una situación muy diferente de Túnez y Egipto, y que el esquema «pueblo contra dictadura» no explica la dinámica del conflicto libio, donde las injerencias imperialistas han actuado desde mucho antes de la crisis. Para la izquierda el enemigo no debería ser Gadafi, sino el imperialismo (principalmente el imperialismo norteamericano) y su sanguinaria maquinaria de terror y genocidios, la OTAN. Le corresponde al pueblo libio, libre de injerencias imperialistas, decidir cómo resolver esta crisis y el futuro político de su país.
¿Tomará nota la izquierda de lo que se juega en la crisis libia y sabrá librarse librándose de prejuicios eurocentristas y de la propaganda de guerra manipuladora, o bien volverá a repetir viejos errores obstaculizando una solidaridad amplia con un país agredido? Ayer Yugoslavia, hoy Libia y mañana… ¿Cuba? ¿Venezuela?
Notas
(1) http://www.rebelion.org/noticia.php?id=123848 http://www.mondialisation.ca/index.php?context=va&aid=23606
(2) http://www.telesurtv.net/secciones/opinion/89960-NN/gringos-en-libia/
(3) Antonio Fernández Ortiz: Chechenia versus Rusia. Ed. El Viejo Topo, 2003.
(4) http://www.rebelion.org/noticia.php?id=123632
(8) http://michelcollon.info/Libye-revolte-populaire-guerre.html?lang=fr
(9) http://www.cubadebate.cu/opinion/2011/03/07/cuando-veas-arder-libia/
(10) http://www.mondialisation.ca/index.php?context=va&aid=23372
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