Derrota electoral para un presidente sin proyecto
Le Monde Diplomatique...07/11/2010
Elegido por amplia mayoría hace dos años en unas elecciones caracterizadas por una fuerte movilización popular y disponiendo de una mayoría cómoda en las dos Cámaras (*) del Congreso, el presidente Barack Obama, desde el 20 de enero de 2009, ha perdido la oportunidad de reformar profundamente su país imprimiéndole una dirección progresista. ¿Todavía será capaz de hacerlo en los dos próximos años cuando la Cámara de Representantes acaba de cambiar de manos en un vuelco electoral sin precedentes desde 1938? (entonces el presidente Rooselvet vio a sus colegas demócratas perder 72 escaños en esa asamblea, pero… conservaron la mayoría). En 1994, año negro para los demócratas, éstos perdieron 52 escaños. Ahora son más de 60.
Esta vez, sin embargo, los demócratas conservan la mayoría en el Senado aprovechando el hecho de que los senadores se eligen para seis años y sólo se renovaba una tercera parte de los escaños (en cambio todos los Representantes se enfrentan a los electores cada dos años). Esta configuración volverá más difícil el acoso republicano que consiste en hacer que se voten numerosas leyes provocadoras para quejarse a continuación de que el presidente paraliza el país oponiendo su veto (1). Dado que todas las leyes deben ser aprobadas por ambas Cámaras, es poco probable que el Senado, que sigue siendo demócrata, apoye las iniciativas de la Cámara de Representantes que desde el próximo mes de enero se convertirá en republicana. Pero el objetivo de los adversarios de Obama está claro, enunciado por otra parte por el dirigente del grupo parlamentario en el Senado Mitch McConnel: «Lo más importante que queremos conseguir es que el presidente Obama sólo tenga un mandato». Por lo tanto el deslizamiento parlamentario se presenta como la opción más probable. Los republicanos han hecho mucho desgaste durante los dos primeros años del mandato de Obama oponiéndose unánimemente a la mayoría de sus grandes proyectos; ahora les toca el turno de sufrirlo. Y como en materia de política exterior y nombramiento de los altos funcionarios, embajadores, jueces (incluso los del Tribunal Supremo), es el Senado y no la Cámara de Representantes el que ratifica los nombramientos del presidente, las elecciones de ayer no son totalmente calamitosas para la Casa Blanca.
Y no presagian los resultados de 2012. Por una parte porque los dos años pasados nos recuerdan con cuanta facilidad una ola de entusiasmo puede convertirse en un vía crucis cuando los resultados económicos son malos, cuando las reformas emprendidas parecen ahogarse en la obstrucción parlamentaria y en los compromisos dictados por los lobbies, cuando el desempleo oficial se aproxima al 10% y cuando, sobre todo, los bancos, principales responsables de la crisis que vive Estados Unidos, fueron los primeros salvados por el Estado federal. Un «milagro» que ha contribuido mucho a la descalificación de la acción pública, punto sobresaliente de la ideología de la derecha estadounidense y del Tea Party.
Por otra parte, la eventual campaña de reelección de Obama movilizará en dos años a un electorado más numeroso, más joven y más susceptible de votar demócrata que el 42% de los estadounidenses en edad de votar, a menudo conservadores y mayores, que serán desplazados el 2 de noviembre (2). Pero la desafección de los electores demócratas conlleva un significado político: en dos años la energía política y el entusiasmo han cambiado de bando. Consciente de sus realizaciones económicas decepcionantes, su excesiva disposición a negociar con los elegidos republicanos decididos a destruirle y su propia distancia, su flema podría parecerse a la indiferencia, a una forma de alejamiento tecnocrático y de experto, Obama ha intentado esta explicación la semana pasada: «Sí, podemos, pero… no de inmediato (…) Los dos últimos años, frente a una situación de crisis, nuestra actitud ha sido hacer las cosas rápidamente Y eso nos ha llevado a utilizar los procedimientos establecidos en vez de transformarlos. Sin duda esto ha frustrado a la gente. También me ha frustrado a mí».
En realidad, el pueblo estadounidense acaba de expresar en primer lugar la «frustración» o un descontento imputable a una «pedagogía» deficiente. Ha sancionado una política económica vacilante y pusilánime cuando se trataba de relanzar la actividad; el economista Paul Krugman no ha dejado de demostrar que el nivel de la deflación presupuestaria federal era insuficiente para garantizar la recuperación, teniendo en cuenta las políticas de austeridad llevadas a cabo simultáneamente a nivel de los Estados. Además los electores han repudiado la reforma sanitaria, resultado visible de compromisos y compromisarios, incluidos los principales responsables (lobby farmacéutico y lobby de las aseguradoras) de un sistema inicuo y oneroso.
Finalmente los jóvenes, los militantes, se han alejado de una presidencia que aunque dispone de apoyos parlamentarios importantes no ha sabido demostrar ni «liderazgo» ni voluntad de ruptura en la cuestión de las guerras en Iraq y Afganistán, ni con respecto al cierre (promesa prorrogada sin cesar) de la prisión de Guantánamo, ni en el frente del calentamiento climático, ni tampoco para acabar con la discriminación que afecta a los homosexuales en el ejército.
Esos descontentos no se expresan todos de la misma manera: algunos progresistas, en particular los jóvenes, no han participado en las elecciones, los demás han votado republicano (3). Y ciertamente hay algo de paradójico en el comportamiento electoral de quienes acaban de protestar contra la prolongación de la crisis volviendo a poner en el poder a los principales responsables de su desencadenamiento. Pero el asunto es tan viejo como la historia contemporánea de Estados Unidos y de su sistema político bipartidista gobernado por el dinero (4): Cuando un presidente demócrata fracasa o decepciona, indefectiblemente es la derecha la que saca provecho del descontento general. Entonces sólo necesitan gritar para que los escuchen, sobre todo cuando el presidente de Estados unidos habla bien pero no escucha nada. Que los republicanos vuelvan así al primer plano dos años después de la debacle de la presidencia de Bush dice mucho, en todo caso, del poder devastador del descontento nacional.
A partir de ahora Obama, como hizo Clinton entre 1994 y 1996, puede poner rumbo a la derecha con el pretexto de que así responde a lo que exige el país. Este tipo de apertura, que el presidente acaba de prometer en una conferencia de prensa tras la avalancha electoral, no tiene ninguna oportunidad de convencer a sus adversarios, que ya están luchando por la gran revancha. Haga lo que haga, el presidente demócrata no dejará de ser asociado por los republicanos a las políticas de redistribución «socialistas» que pretenden confiscar la riqueza de los «empresarios» y llevan a la asfixia del crecimiento. El remedio para ellos no ha cambiado en absoluto desde hace treinta años: nuevas reducciones de impuestos y recortes más drásticos en lo que queda todavía de programas sociales. Para algunos militantes del Tea Party, muy inspirados por Ayn Rand, incluso el fondo de indemnización de BP en beneficio de las víctimas de la marea negra del Golfo de México ha correspondido a una política de extorsión de los ricos en beneficio de los pobres... Al apartarse ante los abogados de esas teorías, Obama puede esperar desacreditarlos. Y volver entonces más fácil su eventual reelección.
Aunque corre el riesgo de prolongar la recesión tras una cura de austeridad presupuestaria y social, las elecciones del dos de noviembre seguramente no cambiarán gran cosa el ámbito de la política exterior. Por una parte, lo hemos visto, porque los demócratas conservan el control del Senado, lugar donde se ratifican los tratados internacionales. Por otro lado porque el partido republicano no tiene política exterior, dividido como está entre los partidarios de una cruzada antiterrorista y antimusulmana y los apóstoles del aislacionismo. Estos últimos arguyen que las guerras en Iraq y Afganistán han costado tres billones de dólares en un país paralizado por las deudas y que además corren el riesgo de acabar con la instalación en el poder de dos regímenes que tanto uno como otro coquetean con Irán...
Obama siempre ha confiado en su inteligencia, en su sentido del equilibrio, del compromiso, de la distancia. En período de crisis, tendrá que contenerse y movilizar un poco más de empatía, de calor, de determinación. El pueblo estadounidense adora machacar la arrogancia de los intelectuales y oponerles el buen sentido popular: respeta a los académicos, pero no los aprecia; odia a los expertos. Sin embargo esta tradición cultural y política, particularmente pronunciada en la derecha, el presidente de Estados Unidos la ha desafiado desde su elección. No se trata aquí solamente de «comunicar» mejor, sino de tener algo que decir que incluya a aquéllos que se han rendido. Pero después de la adopción caótica de su reforma del sistema sanitario nadie sabe realmente qué quiere hacer Obama en lo que le queda de presidencia. Le toca responder sabiendo que la lucha durante dos años contra los republicanos a quienes han envalentonado sus vacilaciones no dejará lugar para un programa.
Notas:
(1) John Boehner, quien presidirá la Cámara de Representantes a partir del próximo mes de enero, acaba de anunciar que tiene la intención de anular la reforma del sistema sanitario, al que ha calificado de «monstruosidad».
(2) Según diversas estimaciones, el 25% de los electores del martes tenían más de 65 años frente al 20% en 2006.
(3) Desde 2007, la tasa de desempleo de los jóvenes de 16 a 24 años casi se ha duplicado, pasando del 10,8% al 19,1%. Eso, añadido al aumento prodigioso de los gastos de inscripción en algunas grandes universidades públicas (el 32% más en Berkley) no ha favorecido su movilización en beneficio de los demócratas mientras que en 2008 su participación en la elección de Barck Obama fue significativa.
(4) Esta campaña ha costado 4.000 millones de dólares, un récord absoluto para unas elecciones de medio mandato.
Esta vez, sin embargo, los demócratas conservan la mayoría en el Senado aprovechando el hecho de que los senadores se eligen para seis años y sólo se renovaba una tercera parte de los escaños (en cambio todos los Representantes se enfrentan a los electores cada dos años). Esta configuración volverá más difícil el acoso republicano que consiste en hacer que se voten numerosas leyes provocadoras para quejarse a continuación de que el presidente paraliza el país oponiendo su veto (1). Dado que todas las leyes deben ser aprobadas por ambas Cámaras, es poco probable que el Senado, que sigue siendo demócrata, apoye las iniciativas de la Cámara de Representantes que desde el próximo mes de enero se convertirá en republicana. Pero el objetivo de los adversarios de Obama está claro, enunciado por otra parte por el dirigente del grupo parlamentario en el Senado Mitch McConnel: «Lo más importante que queremos conseguir es que el presidente Obama sólo tenga un mandato». Por lo tanto el deslizamiento parlamentario se presenta como la opción más probable. Los republicanos han hecho mucho desgaste durante los dos primeros años del mandato de Obama oponiéndose unánimemente a la mayoría de sus grandes proyectos; ahora les toca el turno de sufrirlo. Y como en materia de política exterior y nombramiento de los altos funcionarios, embajadores, jueces (incluso los del Tribunal Supremo), es el Senado y no la Cámara de Representantes el que ratifica los nombramientos del presidente, las elecciones de ayer no son totalmente calamitosas para la Casa Blanca.
Y no presagian los resultados de 2012. Por una parte porque los dos años pasados nos recuerdan con cuanta facilidad una ola de entusiasmo puede convertirse en un vía crucis cuando los resultados económicos son malos, cuando las reformas emprendidas parecen ahogarse en la obstrucción parlamentaria y en los compromisos dictados por los lobbies, cuando el desempleo oficial se aproxima al 10% y cuando, sobre todo, los bancos, principales responsables de la crisis que vive Estados Unidos, fueron los primeros salvados por el Estado federal. Un «milagro» que ha contribuido mucho a la descalificación de la acción pública, punto sobresaliente de la ideología de la derecha estadounidense y del Tea Party.
Por otra parte, la eventual campaña de reelección de Obama movilizará en dos años a un electorado más numeroso, más joven y más susceptible de votar demócrata que el 42% de los estadounidenses en edad de votar, a menudo conservadores y mayores, que serán desplazados el 2 de noviembre (2). Pero la desafección de los electores demócratas conlleva un significado político: en dos años la energía política y el entusiasmo han cambiado de bando. Consciente de sus realizaciones económicas decepcionantes, su excesiva disposición a negociar con los elegidos republicanos decididos a destruirle y su propia distancia, su flema podría parecerse a la indiferencia, a una forma de alejamiento tecnocrático y de experto, Obama ha intentado esta explicación la semana pasada: «Sí, podemos, pero… no de inmediato (…) Los dos últimos años, frente a una situación de crisis, nuestra actitud ha sido hacer las cosas rápidamente Y eso nos ha llevado a utilizar los procedimientos establecidos en vez de transformarlos. Sin duda esto ha frustrado a la gente. También me ha frustrado a mí».
En realidad, el pueblo estadounidense acaba de expresar en primer lugar la «frustración» o un descontento imputable a una «pedagogía» deficiente. Ha sancionado una política económica vacilante y pusilánime cuando se trataba de relanzar la actividad; el economista Paul Krugman no ha dejado de demostrar que el nivel de la deflación presupuestaria federal era insuficiente para garantizar la recuperación, teniendo en cuenta las políticas de austeridad llevadas a cabo simultáneamente a nivel de los Estados. Además los electores han repudiado la reforma sanitaria, resultado visible de compromisos y compromisarios, incluidos los principales responsables (lobby farmacéutico y lobby de las aseguradoras) de un sistema inicuo y oneroso.
Finalmente los jóvenes, los militantes, se han alejado de una presidencia que aunque dispone de apoyos parlamentarios importantes no ha sabido demostrar ni «liderazgo» ni voluntad de ruptura en la cuestión de las guerras en Iraq y Afganistán, ni con respecto al cierre (promesa prorrogada sin cesar) de la prisión de Guantánamo, ni en el frente del calentamiento climático, ni tampoco para acabar con la discriminación que afecta a los homosexuales en el ejército.
Esos descontentos no se expresan todos de la misma manera: algunos progresistas, en particular los jóvenes, no han participado en las elecciones, los demás han votado republicano (3). Y ciertamente hay algo de paradójico en el comportamiento electoral de quienes acaban de protestar contra la prolongación de la crisis volviendo a poner en el poder a los principales responsables de su desencadenamiento. Pero el asunto es tan viejo como la historia contemporánea de Estados Unidos y de su sistema político bipartidista gobernado por el dinero (4): Cuando un presidente demócrata fracasa o decepciona, indefectiblemente es la derecha la que saca provecho del descontento general. Entonces sólo necesitan gritar para que los escuchen, sobre todo cuando el presidente de Estados unidos habla bien pero no escucha nada. Que los republicanos vuelvan así al primer plano dos años después de la debacle de la presidencia de Bush dice mucho, en todo caso, del poder devastador del descontento nacional.
A partir de ahora Obama, como hizo Clinton entre 1994 y 1996, puede poner rumbo a la derecha con el pretexto de que así responde a lo que exige el país. Este tipo de apertura, que el presidente acaba de prometer en una conferencia de prensa tras la avalancha electoral, no tiene ninguna oportunidad de convencer a sus adversarios, que ya están luchando por la gran revancha. Haga lo que haga, el presidente demócrata no dejará de ser asociado por los republicanos a las políticas de redistribución «socialistas» que pretenden confiscar la riqueza de los «empresarios» y llevan a la asfixia del crecimiento. El remedio para ellos no ha cambiado en absoluto desde hace treinta años: nuevas reducciones de impuestos y recortes más drásticos en lo que queda todavía de programas sociales. Para algunos militantes del Tea Party, muy inspirados por Ayn Rand, incluso el fondo de indemnización de BP en beneficio de las víctimas de la marea negra del Golfo de México ha correspondido a una política de extorsión de los ricos en beneficio de los pobres... Al apartarse ante los abogados de esas teorías, Obama puede esperar desacreditarlos. Y volver entonces más fácil su eventual reelección.
Aunque corre el riesgo de prolongar la recesión tras una cura de austeridad presupuestaria y social, las elecciones del dos de noviembre seguramente no cambiarán gran cosa el ámbito de la política exterior. Por una parte, lo hemos visto, porque los demócratas conservan el control del Senado, lugar donde se ratifican los tratados internacionales. Por otro lado porque el partido republicano no tiene política exterior, dividido como está entre los partidarios de una cruzada antiterrorista y antimusulmana y los apóstoles del aislacionismo. Estos últimos arguyen que las guerras en Iraq y Afganistán han costado tres billones de dólares en un país paralizado por las deudas y que además corren el riesgo de acabar con la instalación en el poder de dos regímenes que tanto uno como otro coquetean con Irán...
Obama siempre ha confiado en su inteligencia, en su sentido del equilibrio, del compromiso, de la distancia. En período de crisis, tendrá que contenerse y movilizar un poco más de empatía, de calor, de determinación. El pueblo estadounidense adora machacar la arrogancia de los intelectuales y oponerles el buen sentido popular: respeta a los académicos, pero no los aprecia; odia a los expertos. Sin embargo esta tradición cultural y política, particularmente pronunciada en la derecha, el presidente de Estados Unidos la ha desafiado desde su elección. No se trata aquí solamente de «comunicar» mejor, sino de tener algo que decir que incluya a aquéllos que se han rendido. Pero después de la adopción caótica de su reforma del sistema sanitario nadie sabe realmente qué quiere hacer Obama en lo que le queda de presidencia. Le toca responder sabiendo que la lucha durante dos años contra los republicanos a quienes han envalentonado sus vacilaciones no dejará lugar para un programa.
Notas:
(1) John Boehner, quien presidirá la Cámara de Representantes a partir del próximo mes de enero, acaba de anunciar que tiene la intención de anular la reforma del sistema sanitario, al que ha calificado de «monstruosidad».
(2) Según diversas estimaciones, el 25% de los electores del martes tenían más de 65 años frente al 20% en 2006.
(3) Desde 2007, la tasa de desempleo de los jóvenes de 16 a 24 años casi se ha duplicado, pasando del 10,8% al 19,1%. Eso, añadido al aumento prodigioso de los gastos de inscripción en algunas grandes universidades públicas (el 32% más en Berkley) no ha favorecido su movilización en beneficio de los demócratas mientras que en 2008 su participación en la elección de Barck Obama fue significativa.
(4) Esta campaña ha costado 4.000 millones de dólares, un récord absoluto para unas elecciones de medio mandato.
Traducido para Rebelión por Caty R.
Nota de la traductora:
(*) El poder político de Estados Unidos es el Congreso, el cual se divide en dos entidades: la Cámara de Representantes y el Senado.
Fuente: http://www.monde-diplomatique.fr/carnet/2010-11-04-etats-unis
Nota de la traductora:
(*) El poder político de Estados Unidos es el Congreso, el cual se divide en dos entidades: la Cámara de Representantes y el Senado.
Fuente: http://www.monde-diplomatique.fr/carnet/2010-11-04-etats-unis
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